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El sentido adiós a su amigo Ponga: "Deja una huella muy profunda"

El expresidente buscó un momento de intimidad para despedirse del primer alcalde de Avilés

Álvarez Areces, ante el féretro de Manuel Ponga. MIKI LÓPEZ

El salón de recepciones del Ayuntamiento de Avilés estaba a rebosar el 1 de enero. La ciudad inició el año de luto por la muerte de su primer alcalde, Manuel Ponga Santamarta. En medio del bullicio, el senador Vicente Álvarez Areces buscó la despedida en solitario de su compañero, de su amigo Manolo. Permaneció ante el féretro durante varios minutos, en silencio, visiblemente afectado, como si bajo la caja de madera fuera a encontrar una respuesta. "Deja una huella muy profunda. En la ciudad de Avilés lo recordarán siempre y en Asturias también", comentó Tini en la capilla ardiente. La misma huella que deja ahora él.

Álvarez Areces llegó a mediodía a la capilla ardiente junto a su hermano Miguel y su esposa, Soledad Saavedra. Se fundió en un abrazo con la viuda de Ponga, Juana María Esparta, transmitió condolencias a los familiares y atendió a los medios que esperaban por sus palabras. "Fue un alcalde muy relevante, que llegó a la política desde un muy arraigado compromiso social. Recuerdo su participación en 'Gijón ciudad abierta', que luego se convirtió en 'ciudad para todos' porque se extendió a otras localidades. Se casó y se vino a Avilés, a El Pozón, con Juana Mari. Son inseparables. Y han compartido toda una vida de compromiso", dijo Areces. El expresidente autonómico recordó cómo coincidió "más intensamente" con el matrimonio Ponga-Esparta durante su etapa como director provincial de Educación: "Juana era la concejala de Educación (en Avilés) y él, Alcalde. Hicimos muchos colegios, teníamos una actividad muy intensa. También compartimos otras etapas, como Delegado de Gobierno (yo era Alcalde de Gijón) y al frente del Puerto de Avilés (cuando era presidente del Principado)".

Compartió anécdotas entre ambos, como cuando en plena crisis del naval consiguió que bajaran por su propio pie de una grúa varios trabajadores en plena madrugada: "Manolo me llamó a las cuatro de la mañana diciendo que desde el Ministerio del Interior habían ordenado desalojarlos, era muy arriesgado. Fui hacia el astillero, para hacer de mediador. Bajaron, al final no hubo detenciones y de la que volvía por El Natahoyo salían los policías de los furgones y me abrazaban". También tuvo palabras de elogio en los inicios políticos: "Pertenece a la generación que vivimos la transición, el gran pacto de reconciliación del país y la Constitución del 78, de la que nos sentimos muy orgullosos pese a que algunos hablen ahora del régimen del 78 como si hubiera sido algo otorgado, cuando fue una lucha continua que nos permitió acceder a la democracia".

En el mismo salón conversó en petit comité con el presidente regional, Javier Fernández, y departió con la alcaldesa, Mariví Monteserín, y los socialistas avilesinos, que siempre le mostraron su apoyo, y en los que tenía la familia que, en parte, ya había perdido en Gijón. "Qué suerte tenéis", les repetía. Y en Avilés se refugiaba en cuanto podía. Acudía a los actos del partido, disfrutaba de la buena mano en la cocina de Juana Mari. En Avilés se sentía querido, reconocido. "No hubo antes ni después presidente que mirara para Avilés como él", inciden sus compañeros de partido. En la capilla ardiente les dijo: "Tenemos que vernos más". Y quedaron emplazados para tomar unos oricios y unas sidras. "No dio tiempo a la despedida", le lloraban ayer.

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