Asturias, que decae sin apenas excepción en cada actualización de las estadísticas demográficas, ha sabido encontrar un suelo todavía más profundo para la crisis crónica de su población. La región que invariablemente encabeza las peores cifras de natalidad desde el año 1984 volvió a ser en el primer semestre de 2019 la autonomía en la que más decreció el número de nacimientos. Era uno de los pocos indicadores negativos que a estas alturas el Principado no encabezaba en los ejercicios anteriores.

En este ya sí. Los 2.522 nuevos asturianos contabilizados en el recuento divulgado ayer por el Instituto Nacional de Estadística (INE) son la cifra más baja de la serie histórica del Principado entre enero y junio y representan una caída interanual del doce por ciento que no iguala ninguna otra autonomía y que casi duplica la media española del 6,2. La magnitud del drama se ve mejor si se añade que el pasado no fue precisamente un año bueno, más bien el peor, el primero de la historia que Asturias cerró con menos de 6.000 alumbramientos.

La última cuenta disponible de 2019 dice que en la primera fracción de este año nacieron menos de la mitad de niños que en la misma fase de 1986, cuando apenas empezaba a materializarse la profunda crisis demográfica asturiana, y que la pérdida de población por motivos estrictamente vegetativos se agudiza.

Después de dos ejercicios de incremento a estas alturas, el número de muertes decrece -en el primer semestre se registraron 390 menos que en 2018-, pero la repercusión de la diferencia sobre la cifra total de habitantes sigue siendo demoledora: Asturias perdió en seis meses por motivos vegetativos, por la diferencia estricta entre nacimientos y defunciones y sin incorporar el efecto de los movimientos migratorios, 4.126 habitantes, que trasladados al territorio superarían la población total de Soto del Barco. Son algunos menos que el año pasado en la misma fecha, pero al Principado las repercusiones de su demografía deprimida lo condenan a perder 687 residentes menos cada mes, 23 al día. En cada jornada nacen de media 14 personas y se mueren 37 y el recuento definitivo de 2018 dice que fue el tercero consecutivo en el que las muertes duplicaron a los nacimientos, con una merma de 7.505 habitantes. En medio de esta penuria, en la primera mitad de este año Asturias rebajó dos veces, en febrero y marzo, los cuatrocientos nacimientos al mes, y eso es algo que no había ocurrido nunca antes desde que hay registros.

Dicho todo eso, es normal que el Principado permanezca en la estadística, por trigésimo quinto año consecutivo, como la región española con peores cifras de natalidad y mortalidad -5,60 alumbramientos y 12,9 muertes por cada mil habitantes-. Tampoco le ayuda ser la segunda con menos población nacida en el extranjero -un 7,5 por ciento, sólo por detrás de Extremadura- y como consecuencia vuelve a tocar techo en el índice de envejecimiento -ya hay 218 habitantes mayores de 65 años por cada cien menores de 15- y una tasa de dependencia cada vez más inquietante: ya roza los seis habitantes dependientes por cada diez en edad productiva.