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Crisis del coronavirus

La rutina de quienes llevan años confinados: "Pasan días y ni siquiera veo a los vecinos"

El estado de alarma coge con la lección aprendida a los asturianos que ya vivían sin apenas salir de casa: "Hay que ocupar mucho el tiempo con cosas"

Vicente Fernández, en su casa de La Mortera de Palomar, en Ribera de Arriba. MIKI LÓPEZ

Para ellos el confinamiento no es novedad. Ya han aprendido a vivir sin apenas salir de casa. Algunos, solos o incluso postrados en una cama. No pocos asturianos llevan meses, e incluso años, aislados en sus hogares. Las circunstancias de la vida les han llevado a su particular encierro. El estado de alarma por el coronavirus casi ni les altera sus rutinas. Hace tiempo que han aprendido a vivir confinados.

El torno del tiempo. Vicente Fernández es vecino de La Mortera de Palomar, en Ribera de Arriba, y el próximo 14 de abril cumplirá 74 años. El confinamiento del coronavirus no ha supuesto para él casi ningún cambio: "No noto mucho la diferencia". Después de trabajar toda una vida como camionero, se jubiló a los 62 años y desde entonces vive plácidamente en su casa. "Mi vida era prácticamente como ahora, estaba entretenido por casa: tengo un huerto con árboles frutales y también un torno para la madera", cuenta.

Antes de la cuarentena, ya bajaba poco al supermercado a hacer la compra. Dos días a la semana pasan vendedores ambulantes que le proveen de comida y casi todo lo que necesita. Estos días siguen pasando con regularidad. La única diferencia es que vienen protegidos con mascarillas, trajes y guantes a causa de la pandemia. Con los vecinos del pueblo, formado por unas veinte casas de las que solo unas pocas están habitadas, apenas se encuentra. "Pasan días y ni siquiera nos vemos", asegura.

Sus rutinas, inalterables. "Yo estaba acostumbrado a madrugar mucho, porque me levantaba a las cuatro de la mañana para salir con el camión, y ahora me levanto hacia las ocho y media, o a las nueve como muy tarde, aunque también soy de acostarme pronto", confiesa. Entonces, sale a la finca y se pone a trabajar algo en la huerta, o a trajinar con el torno de madera, una actividad que le atrae mucho. "Hago platos y cuencos, no es que sea especialista ni mucho menos, pero me gusta ponerme a hacer cualquier cosuca", señala. Así se le va el tiempo: "Si te enganchas haciendo algo, llega la hora de comer y no se acuerda uno; sobre todo si la cosa está saliendo bien, pero no siempre sale bien...". No tiene tiempo para aburrirse ni para lamentarse de una reclusión que prácticamente era igual antes de la pandemia.

Aislada, pero no sola. Rosaura Mallada, vecina de Soto de Ribera de 84 años, viuda desde hace veinte, vive sola desde que se fue su nieta hace más de una década. Ella sabe lo que es estar confinada durante meses. Tuvo esta experiencia el año pasado, cuando, tras una primavera de vértigo y malestar y un verano en el que descubrieron que padecía de la vesícula, la operaron. Entre el hospital y su propia casa sumó meses aislada. Ahora, vive otra situación de aislamiento. El confinamiento provocado por el COVID-19 le ha impedido dar el paseo diario que cada tarde compartía con dos amigas. Pero, por lo demás, sigue igual de atendida que estaba: "Cuando estuve enferma me cuidaron mucho, y ahora me cuidan mucho también". Tiene dos hijos que viven muy cerca, y se siente "una privilegiada" porque la colman de atenciones. "Cuando estaba enferma, uno me hacía la comida, me la traía y esperaba a que comiera, siempre me trataron muy bien; y mis nietos también", asegura. Recibe dos llamadas al día de su familia. Se siente muy protegida y acogida: "Son muy cariñosos, me suben comida y de todo, todo el día; además, ya soy bisabuela, y me mandan todos los días un vídeo de la bisnieta para que la vea cómo come o lo que hace; estoy sola pero sé cuándo despierta la niña y cómo están todos".

Su familia se preocupa extraordinariamente por su salud. "No me dejaron todavía ni salir de la puerta hacia fuera, ni para sacar la basura; el virus no nos quiere a la gente mayor, pero la familia, gracias a Dios, sí nos quiere", afirma. El pasado 29 de marzo cumplía 84 años, y celebró una peculiar fiesta de cumpleaños. Su nieta le llevó una tarta a casa, y le cantaron el "Cumpleaños feliz" desde la entrada, "y soplé la vela como una niña".

Un baño de cruda realidad

Un baño de cruda realidad

En el día a día, Rosaura Mallada trata de entretenerse haciendo "algo de labor", pero en cualquier caso no tiene tiempo a sentirse sola. Porque vive aislada, sí, pero nunca sola.

"Un trozo de prado". "Cuídense mucho". Elisabeth Carmen Fernández apenas salía ya de casa, se mueve por su piso en silla de ruedas y, sin embargo, es la primera que da ánimos a los demás. Quizá porque para ella la cuarentena que desespera a media humanidad es parte de lo cotidiano. Con 64 años y residente en el barrio gijonés de El Lauredal, arrastra desde hace años una distrofia muscular que trata de llevar "lo mejor que puedo, ocupando mucho el tiempo con cosas". Además, tiene a su cargo a un tío de 80 años con párkinson, Roberto Fernández, y los dos dependen de ayuda externa. "Todos los días viene una auxiliar para levantarnos, llevarnos al baño y ponernos en la silla de ruedas. Y por la noche, lo mismo para acostarnos", relata con entereza. El resto del día los dos se las apañan como pueden, ahora con más limitaciones porque "antes venía alguna vecina o algún familiar para echarnos una mano y ahora no se puede, somos población de riesgo y entre los dos nos tenemos que arreglar".

Y eso comprende hacer la comida, limpiar y arreglar la casa, charlar, tomar la medicación y "hacer cosas para que el ánimo no se venga abajo; tengo mi ordenador, puedo escuchar música... hay que ocupar el tiempo para estar arriba", concluye. No obstante, y aunque la calle no significa para ella lo mismo que para el común de los mortales, "da mucha pena verlo todo así, vacío, sin vida, y es importante mentalizarse por lo que vendrá después; el cambio social será enorme", reflexiona. Y pese a todo, Elisabeth Carmen se considera afortunada porque "delante de casa hay un trozo de prado". Así parece que la vida fluye más cerca.

"Sin pensar demasiado". Marisa López Pérez cumplirá 90 años el 25 de agosto. Lo celebrará con su hija Marta y su gata "Nube" en Abándames (Peñamellera Baja). Y desde la cama en la que lleva ya una eternidad postrada. El próximo mes de julio hará dos años que su lumbalgia degenerativa y una osteoporosis severa acabó por reducir a cero su movilidad. Hasta ese momento "no salía, pero lo llevaba bien", recuerda su hija. Porque "leía muchísimo y rezaba más", mataba el tiempo charlando o también se evadía con la televisión. Recibía con gusto a los vecinos y el tiempo iba pasando "sin pensar demasiado porque no es bueno profundizar continuamente en que hay que estar encerrado; y a veces tenemos que asumir las situaciones tal y como nos vienen, sobre todo si no podemos evitarlas", evidencia Marta. Su madre se concienció y se sumió en una rutina de encierro que también le salpicó a ella: "Yo reconozco que lo llevo algo peor, a veces salgo al huerto o a atender a algunos animales que tengo, pero es muy duro, no puedo dejarla sola".

Desde hace un tiempo, Marisa "no puede leer, ni hacer nada, no habla", lamenta su hija, que dedica cada hora de su vida a atenderla. "Necesita ayuda para todo". Pero lo peor, recuerda, es que el calvario de Marisa comenzó en 2004, cuando le detectaron un cáncer de mama que, sumado a otras circunstancias, la sumió en una depresión. Desde entonces solo salía para ir a la iglesia. Quizás a hacer algunos recados, pero nunca como antes. La vida de Marisa se fue apagando. Marta cree que a día de hoy "quienes están confinados desde hace apenas unas semanas deberían pensarlo antes de salir, tenemos que ser más empáticos y más solidarios, como lo han sido nuestros mayores, los que se nos están yendo ahora". "Y ahora tenemos mil entretenimientos", añade. La crisis sanitaria y el estado de alarma "pasarán en dos o tres meses: los que puedan salir seguirán saliendo, los que llevamos años encerrados seguiremos, pero tenemos la ventaja de que hemos aprendido a vivir con ello".

"Esto ye'l acabose". "Ay, miou nenu, nun pensar muncho n'ello, y a movese algo que la tele nun pon nada bono...". Es el consejo de Amalia Nieto Álvarez, de 94 años y vecina de Restiello (Grado), para afrontar el aislamiento social. Ella lleva cuatro años en casa porque sus salidas a la huerta o a las fincas cercanas le supusieron alguna que otra caída y su familia decidió que lo mejor, por seguridad, era que se quedase en su hogar. Y está atendida por toda la familia, con dos hijos presentes a diario. Ya solo sale para ir a pasar el día de Navidad con la familia a la villa moscona. No le hace falta moverse más, a Restiello llegan el médico y el panadero.

Al principio le costó. Nunca había estado sentada ni atendida. Era ella quien estaba para todos. "Que no la dejemos faer nada le cuesta porque para ella ir a la panera o a la huerta era el día a día", comenta su nieto, Diego Nieto.

Pero lo afrontó con el ánimo que la caracteriza, alegre y positiva. Así va pasando el tiempo en Ca Braulio, como es conocida su casa. Centrada en dejarse mimar pasa el rato con sus aficiones. Entre ellas, jugar al dominó. "Se enfada, no le gusta nada perder", comenta entre risas su nieto. También disfruta mucho de las llamadas telefónicas con la familia, con las que se echa unas buenas "risotadas". Porque ella ya bien lo sabe, el truco es estar "entretenida".

Y con la pandemia ya no recibe visitas. "Esto ye'l acabose", dice, preocupada por no poder ver a los nietos. También se han cancelado sus pequeñas salidas a misa: "Dice que ahora ya no la dejamos ir ni a misa, pero que ella hace sus oraciones en casa". Amalia lleva cuatro años saliendo "nada más que un poquitín" a la puerta de casa, a tomar el fresco.

Por eso, el confinamiento no la agobia en absoluto, solo cuando enciende la televisión y hablan del coronavirus. Y no dicen "nada bono", insiste ella.

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