Del Paleolítico asturiano sorprenden los grandes paneles, esa especie de escenario central donde los artistas acuden de forma recurrente, a veces durante miles de años. Paredes en las que se suceden los zoomorfos y los signos, las pinturas y los grabados. Las cinco cuevas asturianas Patrimonio de la Humanidad tienen su lugar central, unos metros cuadrados de roca caliza en los que de forma sistemática se vierten sueños y anhelos en color.

María González-Pumariega, coautora del primer libro de la colección "El Legado del Arte Rupestre Asturiano", plantea grandes interrogantes frente a la reproducción del panel principal de Tito Bustillo: "Hay que preguntarse por qué vienen a esta pared durante diez mil años. ¿Qué tiene esta pared en el pedazo de cueva que es Tito Bustillo?".

Dice el diccionario de la Real Academia (RAE) que un palimpsesto es un "manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente". Los arqueólogos utilizan el término con alguna frecuencia adecuándolo al arte parietal. En esa pared central de Tito Bustillo, de las más importantes del Paleolítico europeo, "no hay intención de destruir nada, sino de acumular", de complementar. "Aquí se resumen diez milenios de actividad gráfica. En un momento dado de la Prehistoria llegan los grupos magdalenienses, ven una pared llena de cosas, que probablemente no les molesten, quizá perciban que están muy bien representadas las ciervas estriadas, pero ellos llegan a pintar sus caballos y sus renos". Su mundo.

Añaden figuras, con técnicas diferentes y nos ponen un poco más difícil la lectura de la pared, ya de por sí tan apasionante como complicada. Frente a la reproducción del panel principal de Llonín en el Parque de la Prehistoria de Teverga, Santiago Calleja, otro de los autores del libro "Arte y símbolo en la pared ", primero del coleccionable que comenzará a distribuir LA NUEVA ESPAÑA pasado mañana, sábado, cada fin de semana, se queda con una serie de puntos rojos, que probablemente tengan una antigüedad superior a los veinte mil años.

Contamos 78, en tres hileras horizontales. Muy juntos. "Es la representación gráfica de algo muy concreto, que se nos escapa", explica Calleja. Y esa sucesión de signos, que podría haber sido plasmada en cualquier lugar de la amplia cueva de Llonín (Peñamellera Alta), lo es precisamente en la pared central. Voluntad de quien manchó sus dedos para dejar sus puntos rojos sobre la caliza rugosa de la caverna.

"Me gustan porque son abstracción pura y dura. Los encontramos en muchas cuevas cantábricas y es algo muy abierto a cuantas posibilidades de interpretación queramos darle, desde fases lunares a ciclos de menstruación o algún tipo de marca de ritos de iniciación", señala Santiago Calleja.

En algunas cuevas se puede ver la huella digital del autor de los signos. No puede existir mayor cercanía.

- ¿Y si al final esas hileras de signos no quisieran decirnos nada?

-Seguro que no. Tienen significado, estoy convencido de ello. Solo que no lo podemos descifrar.

Decía el arqueólogo francés André Leroi-Gourhan (1911-1986), uno de los grandes especialistas de la Prehistoria europea, que "cuando contemplamos las figuras paleolíticas se descubre un mundo a la vez fácil de comprender, pero hermético por culpa de lo que hay que renunciar a entender". Los antiquísimos signos rojos de Llonín fueron respetados y ocupan un lugar preeminente en la pared. Bajo la asombrosa cabeza de reno que resalta en la parte central del Gran Panel de Tito Bustillo, hay todo un mundo, entendiendo aquí el adverbio "bajo" desde el punto de vista de otras representaciones grabadas o dibujadas en la piedra en tiempos anteriores.

Miguel Polledo, tercer autor del libro Arte y símbolo en la Pared, escoge esa figura que también está pintada y grabada. Y él, que es uno de los guías del Principado adscrito a Tito Bustillo, lo tiene claro: "Es el mejor reno del Paleolítico cantábrico".

Una figura muy trabajada. "Incluso alrededor del ojo se repasa con grabado para darle mayor realce. Su cornamenta es perfecta y el animal está representado a tamaño natural". Pero lo que más impacta es el trabajo con las marcas de pelaje, esas rayas que indican distintas zonas del pelo del reno y que le dan una especial fuerza y volumetría. Es difícil mayor maestría sobre la pared.

Las reproducciones de los paneles centrales de las cuevas asturianas en el Parque de la Prehistoria de Teverga, donde se llevó a cabo este reportaje, fueron obra de una retratista excepcional. Matilde Múzquiz Pérez-Seoane (1950-2010) realizó junto a su esposo Pedro Saura un trabajo que iba mucho más allá de esa reproducción al milímetro. "Yo he intentado buscar el pensamiento del artista, llegar al alma de los creadores", decía Matilde Múzquiz, para quien el arte paleolítico "interpreta siempre la vida". Ella fue profesora de Dibujo en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense, y ya su tesis doctoral versó sobre Altamira, marcando claramente su camino profesional. De sus manos salió la neocueva de Altamira, otro trabajo de orfebrería en piedra.

El libro que Matilde Múzquiz y Pedro Saura escribieron e ilustraron juntos, "Arte Paleolítico en Asturias. Ocho santuarios subterráneos", sigue siendo una referencia de primer orden para entender el arte parietal en el Principado.