Hablar de la cueva de La Peña de Candamo es sumergirse en la historia sentimental de los asturianos de las últimas cinco generaciones. Visita escolar y familiar obligada, Candamo se convirtió en una de esas referencias imprescindibles de la cultura asturiana, tanto que la presión turística ejercida sobre el yacimiento estuvo a punto de acabar con él.

"Candamo, el caballo que vuela" es el tercer título de la colección "El legado del arte rupestre asturiano" que LA NUEVA ESPAÑA edita y que llega a los kioscos de Asturias todos los fines de semana desde los pasados 18 y 19 de julio. Seis libros para adentrarse, con el aporte gráfico más espectacular, en la realidad del arte paleolítico asturiano y de cada una de las cinco cuevas del Principado que son Patrimonio de la Humanidad desde 2008.

En 1919 el catálogo firmado por el paleontólogo Eduardo Hernández-Pacheco y los dibujantes Juan Cabré y Francisco Benítez, puso a Candamo en primera línea del mapa del arte rupestre europeo. Fue como el nacimiento científico de una caverna de enorme belleza geológica que contiene una de las principales iconografías artísticas del Paleolítico Superior en el mundo. El prehistoriador Jean Clottes, uno de los grandes del Paleolítico europeo, está convencido de que las pinturas más antiguas de la cueva de La Peña se remontan mucho más atrás en el tiempo de lo que señalan las actuales dataciones y pueden superar los 30.000 años: "Estamos ante un arte tan antiguo como el más antiguo de Europa". Esta reflexión, comentada a los periodistas de LA NUEVA ESPAÑA en la misma cueva asturiana, abre camino para futuras sorpresas. Candamo no ha dejado de darlas desde el momento mismo de su descubrimiento, en 1913.

Esgrimía Clottes como indicio uno de los discos rojos en la columna de estalactitas: en la cueva de Chauvet encontramos esos discos, casi idénticos a los de Candamo. Están hechos frotando la piedra con la mano pintada del artista. Los de Chauvet, la cueva más fechada del mundo, son claramente del Auriñaciense. Los de Candamo, quizá también.

El Auiriñaciense es el primer estadio del Paleolítico Superior y abarca una horquilla temporal entre los 35.000 y los 25.000 años. Durante el Auriñaciense aún compartieron espacios -no sabemos cuáles ni con qué intensidad- los neandertales y los homo sapiens.

Cuando La Peña de Candamo se reabre con visitas restringidas en 1994 se produce el segundo descubrimiento de la cueva. Las pinturas y grabados habían sufrido a lo largo de los años sesenta y setenta una presión tan grande que el yacimiento estaba en estado de coma. En 1980 se echó el cierre y se plantearon las primeras intervenciones reparadoras. Candamo respondió de forma ejemplar. Desde 1994, el régimen de visitas es restringido y solo unos meses al año, además del control exhaustivo de las condiciones ambientales en el interior de la cueva. Quedan heridas del desaguisado producido por tantas décadas sin criterio, pero ninguna de ellas reduce el inmenso legado artístico de Candamo.

Un legado que ahora se muestra a través del libro "Candamo, el caballo que vuela" como nunca antes se había hecho. Es el tercer descubrimiento de La Peña, algo más de un siglo después desde que Candamo "nació" para el mundo como uno de los grandes hitos del Paleolítico Superior en Europa. Se redescubre una gruta única, desde el punto de vista geológico pero también artístico. Y se hace con mentalidad periodística, gran alarde gráfico, planos, calcos y mapas... Imágenes que nos acercan -nunca mejor dicho- a la piedra de Candamo en busca del detalle de la pincelada, del tenue grabado con el buril.

"Candamo, el caballo que vuela" es el resultado de muchas horas en el interior del yacimiento Patrimonio Mundial por méritos propios. En esa labor de acercamiento con mirada distinta a la convencional ayudó lo suyo el Centro de Interpretación, en San Román de Candamo, y las reproducciones de partes significativas de la cueva en el Parque de la Prehistoria de Teverga. El rojo reina en ellas, no solo por la mano de los artistas sino por la composición química y geológica de la roca.

Una cueva para soñar despiertos, para empaparse de color.