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El punto caliente del "gran botellón del Sella"

El descenso del río, motor económico y turístico de la zona, está en el punto de mira por la gran afluencia de público de este año

Turistas bajando el río Sella este verano. MIKI LÓPEZ

Las piraguas abarrotaban el río. A ambos lados del Sella descansaban sobre las rocas varias latas de cerveza y la música ahogaba el rumor de las aguas sobre la piedra. Música que viene de los chiringuitos y de los bidones en los que, algunos turistas, colocan pequeños equipos de música. Hay quien lo llama "el gran botellón del Sella", desde la política lo definen como "punto caliente". El mayor reclamo turístico y motor económico del oriente asturiano está en el punto de mira como posible foco del covid. Y lo ha convertido en una de las principales motivaciones de la "alerta naranja" que se ha declarado en los concejos orientales.

Jorge Gómez, madrileño y asiduo visitante de esta zona de Asturias, aseguraba que "nunca había visto el Sella tan lleno como este año". Y eso que lleva quince años realizando el descenso sin fallar ni uno solo.

Aunque la noticia de la alarma lanzada desde el Gobierno del Principado ha sentado como un jarro de agua fría entre los hosteleros y empresarios del oriente asturiano, hay quien lo veía venir. Gente como Calo Soto, de la "Escuela de Piragüismo Asturiano", que reconoce que nunca ha tenido tantos clientes como "este verano", pero no por ello ve algo esencialmente positivo. "El río está masificado", sentencia, aunque es un problema que, dice, "no es nuevo, viene de hace años". Y ve en esta situación una "oportunidad" para "repensar el turismo que queremos para la región y para el río".

Su principal demanda a la política es que se "intervenga dónde se tiene que intervenir y cómo se tiene que intervenir". Para el empresario de turismo activo la clave no es "proclamar un estado de alerta, sino actuar en lo que se está haciendo mal" para resolver "problemas concretos". Evitar que cunda el pánico. A la llegada del descenso, una vez que las furgonetas y autobuses recogen a los turistas convertidos en piragüistas por un día y los depositan a las entradas de las empresas de canoas, se hace evidente lo que algunos como Calo Soto llaman "el gran botellón del Sella". Bandadas de jóvenes hablan de los chiringuitos, la música y la bebida que traen de casa y compran a lo largo del descenso. Todos coinciden en que lo han pasado "genial". Pero los que lo conocen saben que el río sufre. Pero dicen no tener manera de "controlar" estos comportamientos si a lo largo de la ruta los chiringuitos sirven a los piragüistas.

En una de estas zonas de descanso de Arriondas un grupo de amigos comenta la jugada. José Fernández, un ovetense afincado en Madrid, cuenta que quedó con "unos quince amigos para hacer el descenso". Para realizar la bajada habían comprado "unas seis cervezas y un litro de sangría por barba". La sidra, cuentan, "la pillamos en los chiringuitos". Cuenta que, en ellos, hicieron tres paradas. Al hablar de las mascarillas se toca la fina tela negra que le cubre medio rostro, mira atrás y pregunta a sus compañeros: "¿En el río no hace falta llevarla, no?". Este año no hubo Xiringüelu, ni Piraguas en la villa riosellana, pero la fiesta de prau hay quien se la lleva al río.

Que el Sella está masificado lo saben desde Arriondas a Ribadesella. Allí, un camarero de uno de los restaurantes que miran a la desembocadura enseñaba imágenes de los turistas en el río en su teléfono móvil. "Está siendo una locura", comentaba entre risas, aunque sabiendo que la alerta naranja tiene mucho que ver con el descenso. Mientras tanto, desde los florecientes negocios de turismo activo hay quien exprime hasta la última oportunidad de este agosto y quien ve en él un punto de inflexión para "cambiar".

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