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La vida dentro de los encierros hosteleros en las Cuencas: A Dios rogando y con el mazo dando... a Barbón

Los hosteleros encerrados en iglesias de La Felguera y de Mieres afrontan el día a día “como en la guerra” y no pierden la fe: “No nos queda otra”

Hosteleros encerrados en La Felguera

Cuando se habla de encierros de trabajadores para exigir sus derechos, en el imaginario colectivo aparecen los mineros y las Cuencas como ilustración más recurrente. Y es en estas comarcas mineras donde la hostelería también se ha encerrado para protestar por la situación que vive, sin facturar y sin actividad, derivada de las restricciones del Principado por la pandemia del coronavirus. De las galerías de los pozos estas reivindicaciones han pasado a las iglesias. Porque de allí solo los puede echar Dios; o sus representantes en la tierra. Pero estos, lejos de rechazarles, les han apoyado. En Mieres y Langreo han montado campamento para pedir que puedan seguir ganándose el pan.

Fran Sánchez-Mariscal es una de las cabezas visibles del encierro que, junto a otros cuatro compañeros, mantiene desde hace 20 días en la iglesia de San Pedro de La Felguera. “No nos quedó otra salida ante la situación que vivíamos”, apunta este hostelero. Solo piden trabajar. Agustín García, Daniel García, Carlos Rodríguez y Ángel Cienfuegos completan el quinteto que pasa los días esperando buenas noticias desde el Principado.

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Hosteleros encerrados en Mieres Jandro Rodríguez

Aunque pueda parecer que las jornadas se hacen largas, la realidad es que, según relata Fran, no paran “prácticamente nada”. Se levantan temprano y realizan la primera reunión para planificar cómo van a afrontar las jornadas: “Estamos en contacto con el resto de encierros, porque todos vamos a lo mismo, y desde aquí vamos preparando que es lo que vamos a hacer cada día”. Familiares, vecinos y amigos se acercan a los soportales de la iglesia para charlar con ellos y mostrarles el apoyo. “Estamos arropados, y ahí también se nos va bastante tiempo”, apunta Sánchez-Mariscal, que reconoce que apenas les queda siquiera un rato para jugar una partida a las cartas. “Lo intentamos el primer día pero nos dimos cuenta de que era imposible”, dice.

Las noches las pasan a la intemperie. “Los primeros días dormimos dentro de la iglesia, pero no queremos molestar, así que decidimos dormir fuera, en los soportales”, explica. Tampoco quieren incomodar a los feligreses, así que cuando hay misa, salen del templo. Camastros a base de sacos de dormir, mantas, y fotos en una pared que sirve como cabecero forman el kit de supervivencia de estos cinco hombres. El suministro de víveres corre a cargo de la asociación de Autónomos del Nalón, que les proporciona la comida.

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Hosteleros encerrados en La Felguera Miki López

El aseo personal también es un reto. Con un lenguaje “muy de las Cuencas”, lo definen de la forma más gráfica: “Donde yo me lavo los huevos otru lava los dientes”. Un pequeño baño y una palangana les sirve como ducha diaria.

Un pequeño baño y una palangana les sirve como ducha diaria.

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Pero, pese a todas las incomodidades que se encuentran y las desilusiones diarias con las noticias nada optimistas, siguen al pie del cañón. “Mentalmente estamos bien, con ganas de luchar, porque aquí está nuestro futuro, el de nuestras familias, y el de otra mucha gente, seguiremos dando guerra”, finaliza Fran Sánchez-Mariscal.

Si en Langreo son cinco hombres los que mantienen el encierro, en Mieres lo hacen cinco mujeres. Susana Fernández, Julia María Pola, Vanesa Castañón, Manuela Pascual y Reme Resco. En la Iglesia de San Juan Bautista de Mieres es donde se han encerrado desde hace nueve días reclamando soluciones para un sector muy maltrecho por el cierre forzoso. Allí tienen su pequeño “loft”, como cariñosamente llaman a la dependencia que el párroco les ha facilitado, donde duermen, comen y leen noticas del exterior. Y aunque están fuertes mentalmente, también lloran de vez en cuando, tal y como confiesan.

Su día a día es muy similar al de sus compañeros del Nalón. “Madrugamos más que nunca”, señala Susana García. Unas se levantan a las siete, otras un rato más tarde, pero a las ocho de la mañana ya amaneció para todas. “Empezamos leyendo todo lo que se ha publicado y comunicándonos con nuestros compañeros de fuera por el teléfono móvil”, comentan. En la iglesia, o fuera de ella, todos tienen una misión: papeleo administrativo, suministros de víveres para las encerradas, recabar información. “Todo el mundo del colectivo hace algo”, apuntan estas mujeres, que comparten charla con LA NUEVA ESPAÑA en uno de los ratos en los que bajan a recibir las visitas de familiares, amigos y compañeros. La hora del aseo también es peliaguda en Mieres. Cuentan con un baño, pero para ducharse tienen que tirar de palangana. “Como en la guerra”, comentan. Y es que poco menos que una guerra están librando.

Cuando llega la hora de misa, una de ellas suele bajar para acompañar a los feligreses de la parroquia a modo de agradecimiento. Las hay más y menos creyentes, pero son agradecidas con quienes las han apoyado desde el principio. Tanto es así que se encargan de parte de la limpieza del templo.

En ambos encierros confiesan la razón de recurrir a una iglesia. “De aquí solo nos puede echar el párroco, mientras que en otros lugares podían desalojarnos con más facilidad”, apuntan.

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Las cuencas del Caudal y del Nalón están en pie de guerra. No van a cesar en su empeño de ser escuchados, y especialmente de ser atendidos. Aunque en sendas iglesias sus ruegos no van tan dirigidos al Señor al que se suele pedir en el templo sino al que dirige el Gobierno autonómico. Y hasta el momento, lamentan la escasa respuesta obtenida.

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