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Nueve meses para un pinchazo muy esperado: “No quiero ‘garralo’ ni contagiar a otros”

Luis Rebollo fue de los primeros en vacunarse en un geriátrico de Langreo: “Hay que hacerlo sí o sí, la alternativa es encerrarse en casa”

Susana Ezama vacuna a Consuelo Gayoso, con la cuidadora Laura González detrás, ayer, en Sama. | Miki López

“¡Rediós!”. Consuelo Gayoso da un respingo en la silla cuando llega el pinchazo. Luis Rebollo se echa la mano al brazo y asegura que no se ha enterado de nada. La aguja es el último peaje para dejar atrás al “bicho” que ha cambiado sus vidas y las del todo el planeta. Por el camino han quedado confinamientos, aplausos en los balcones, desescaladas, militares patrullando las calles, almendras que provocan ataques de tos, cierres de bares y comercios, encierros en las iglesias, toques de queda... y miles de víctimas y contagiados. Nueve meses que han parecido nueve años. “Tenía claro desde el principio que iba a vacunarme. Queremos poder salir a la calle y sentirnos seguros”.

La que habla es Amparo Vallina, residente desde hace dos años del geriátrico El Dorado, en pleno centro de Sama, en Langreo. En la tarde de ayer, fue la primera de la instalación en ponerse la vacuna. “No he sentido nada y de momento estoy bien. Me gusta ir al centro social o salir a tomar un café de vez en cuando; se trata de sentirse uno más seguro y no transmitirlo a los demás”, indica Vallina, de 61 años, que ingresó en el centro hace dos tras sufrir un derrame cerebral. “Unas primas mías también se van a vacunar, pero no saben cuándo lo podrán hacer. Nosotros hemos tenido suerte de ser los primeros”.

Vallina confía en que el pinchazo sea el principio del fin de la pandemia. “Espero que todo esto pase de una vez y poder quitarme la mascarilla porque no la soporto. Pero de momento, no podemos bajar la guardia”, esgrime.

Luis Rebollo espera su turno para ponerse la vacuna. | Miki López

Luis Antonio Rebollo, de 62 años, lleva menos tiempo en el centro residencial. Llegó el mes pasado. “Me rompí una vértebra y vivo solo. La recuperación es lenta, pero voy bien”, explica. “Con la vacuna ha ido todo perfecto. Ha sido llegar, poner el pinchazo y hala. No me enteré de nada. Hay que esperar unos días a ver si hay efectos secundarios”.

Al igual que le pasa a Amparo Vallina, Rebollo no tenía dudas de que quería vacunarse. “Al final vamos a tener que hacerlo todos sí o sí porque la alternativa es quedarte encerrado en casa. Si quieres viajar o entrar en un campo de fútbol vas a tener que vacunarte”. Para este langreano, “hay que hacerlo ya no solo por uno mismo, sino también por responsabilidad hacia los demás. Yo no quiero ‘garralo’, pero tampoco quiero correr el peligro de contagiar a otros”.

Rebollo explica que el “temor al contagio está ahí en todos los sitios. Antes de ingresar, cuando todavía estaba en casa, todo el mundo que conozco tenía miedo de que alguien lo tuviera. Aquí hemos podido ser de los primeros en tener la vacuna”, narra.

Los responsables del centro residencial El Dorado, que acoge a doce personas, señalaron en la tarde de ayer que “se han vacunado todos los residentes”, salvo una persona que está ingresada en el hospital y otra que no ha podido hacerlo porque está con un tratamiento médico para el que la vacuna está contraindicada.

“Lo tenían todos claro. También porque están acostumbrados a participar de la vida social de Sama. Son personas que salen mucho a la calle y este año ha sido muy diferente”, indicaron desde el centro, para añadir: “Tienen ganas de recuperar un poco la vida de antes o al menos poder salir un poco más. Y tienen ganas de estar con su familias y ver a los nietos”.

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