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La sangría demográfica en Asturias: el Principado registra menos nacimientos y más muertes que nunca en su historia reciente

La pandemia dispara los fallecimientos, que en 2020 triplicaron a los partos, y la diferencia le restó a Asturias más de un habitante a la hora

El funesto 2020 ha descargado una tormenta perfecta sobre la maltrecha demografía asturiana y ha agudizado sus padecimientos con cifras de récord nunca vistas ni siquiera aquí, en esta región que no ha dejado de marcar los peores datos de natalidad y mortalidad de España desde mediados de los años ochenta. El recuento final del año anómalo de la pandemia ha batido el registro histórico de fallecimientos en Asturias, con el mayor repunte del que hay memoria estadística, con 1.500 muertes más que en 2019 y un balance que por primera vez rebasa las 14.000 en un ejercicio, pero esto es el producto previsible del impacto brutal del coronavirus. A la vez y en paralelo, y esta parte es la peor, porque sí es la confirmación de un fenómeno estructural y no el producto coyuntural de la pandemia, la sangría de nacimientos ha encontrado un nuevo suelo anual que también por primera vez, seguramente en siglos, se ha situado por debajo de los 5.000 en un año.

Recién actualizada por la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales (Sadei), la combinación de estos factores cocina una pérdida de población por motivos vegetativos –sin contar el efecto de las migraciones, por la estricta resta de nacidos y muertos– nunca vista en nuestro deteriorado registro estadístico: con 4.929 partos y 14.570 fallecidos el año pasado, Asturias ronda los 10.000 habitantes menos en un año, una resta de 9.641 que eleva en casi 2.000 la del ejercicio anterior y que tampoco se había visto nunca: sale a una media de más de ochocientos asturianos perdidos al mes, a cerca de 27 al día, más de uno a la hora… Es como haber borrado en un año el censo de Tineo, o casi todo el de Grado. Cualquier comparación resulta demoledora. También es la primera vez que los registros de muertes casi triplican a los nacimientos y viajando mucho en el tiempo se comprueba incluso que los niños nacidos en la Asturias de 2020 son bastantes menos de la mitad que los que vinieron al mundo en medio de las zozobras y las incertidumbres de la Guerra Civil: la cifra de 1937 casi triplica la de 2020, en 1938 hubo 8.500 alumbramientos más que ahora, los de 1939 duplicaron los menos de 5.000 del año pasado...

En la increíble Asturias menguante de 2020, la media de trece nacimientos al día no compensa ni de lejos las cuarenta defunciones. Pero con ser llamativos, los números de mortalidad del año pasado también son inusualmente anómalos por el efecto de la pandemia. Donde la catástrofe demográfica de Asturias tiene un factor estructural es en el progresivo descenso del recuento de alumbramientos. Basta comprobar que la región baja de 5.000 nacimientos solo dos años después de rebajar por primera vez los 6.000 (ocurrió en 2018), o que la cifra de 2020 es la mitad de la de 1986, cuando la población total de Asturias tocaba techo, y una tercera parte de la de 1979. Nacen, en fin, 1.800 niños menos al año que en el arranque del siglo, y eso que en estas cifras todavía no se percibe el efecto imprevisible que la pandemia puede haber tenido sobre la natalidad.

Toda esta penuria ha conducido a la población asturiana de regreso al censo que tuvo en los años sesenta, pero en dirección opuesta, porque ahora se acerca peligrosamente al millón de habitantes en vertiginoso descenso, mientras que entonces todo crecía y se rondaban los 20.000 nacimientos al año, cuatro veces más que ahora.

Completa los recuentos de este anómalo 2020 la que ha sido, casi por necesidad, dadas las circunstancias, la cifra de matrimonios más baja de la que hay memoria: 1.978, 1.718 menos que en 2019, a poco más de cinco de media diaria.

Los muertos de la guerra

En comparación con la cifra de 2019, el repunte de los fallecimientos registrado en 2020 (1.564 decesos más) se parece mucho a los 1.548 muertos que el recuento oficial del Principado atribuye a la pandemia desde marzo del año pasado. De ahí viene, se intuye, la hinchazón que ha experimentado un número que marca el récord histórico de Asturias. Los 14.570 muertos del año pasado se acercan además mucho a los 15.436 registrados en 1938, en plena Guerra Civil, e incluso superan a los 12.645 de 1939, aunque se quedan cortos frente a los cerca de 20.000 de 1937, el segundo año de la contienda, pero conviene tomar estos datos con cautela y perspectiva, teniendo en cuenta la fiabilidad de los registros y que aquellas cifras monstruosas diezmaron una población sensiblemente inferior a la actual, que tenía poco más de 800.000 habitantes y registró durante los años de la guerra tasas de mortalidad de hasta 24 fallecimientos por mil residentes, incomparables con los números de este año nefasto que ronda los catorce.

Como curiosidad histórica, la mortalidad de récord que Asturias soportó en 2020 aún no llega ni de lejos a la del anterior año de pandemia: 1918, el primero de la mal llamada “gripe española”, contabilizó en la región 23.281 fallecimientos.

“La inmigración tiene un valor limitado para resolver el problema”, afirma el especialista avilesino Alejandro Macarrón

“Es la espiral de la muerte demográfica”. El avilesino Alejandro Macarrón Larumbe, artífice de la Fundación Renacimiento Demográfico y especialista en estudios de población, observa los datos que actualizan la penuria del censo asturiano con más inquietud que sorpresa. La cronificación del problema ha hecho que cada año haya menos nacimientos porque cada año hay menos mujeres en edad fértil en una tierra que completa el bucle con la tasa de fertilidad, o el número de hijos por mujer en edad de tenerlos, más baja de Europa. El estudioso, que lleva años especializado en el análisis de una materia alejada de su ocupación profesional como ingeniero de Telecomunicaciones, lamenta con una preocupación similar la sensación de que este asunto que “tendría que ser una de las primeras prioridades de cualquier gobierno asturiano” no recibe la atención que a su juicio merece. No se ve en los problemas que mencionan los encuestados en los sondeos de opinión, resalta, ni aparece en los discursos la necesidad de articular entornos económicos y sociales favorecedores de la reproducción, ni él percibe que los gobernantes, del Rey abajo, estén suficientemente inquietos por tener a su cargo “un país cada vez con menos españoles y más envejecido”. Asturias, subraya Macarrón, retrocede demográficamente pese a que “ha aumentado el número de hijos de madre inmigrante”, y eso le lleva a sostener su tesis sobre el “valor limitado” de la inmigración para compensar las pérdidas que genera la penuria de nacimientos. En el Principado, por si fuera poco, la capacidad de atracción de habitantes externos ha sido también históricamente insuficiente, a su juicio porque aquí vuelve a manifestarse la espiral endiablada de la demografía, o la parte que dice que “los sitios muy envejecidos y estancados son menos atractivos para los inmigrantes, que son por promedio más urbanitas que los autóctonos” y que viajan al calor del dinamismo económico. Su idea de que la crisis se arregla más con hijos que con inmigrantes se asienta además en un dato: de las 34 provincias que tuvieron en 2019 un saldo migratorio negativo de españoles –entre ellas, obviamente Asturias–, “ninguna habría perdido población si su tasa de hijos por mujer fuese la de reemplazo, 2,1”. El problema del Principado es que su ratio es de 0,96. Según esta simulación, con 2,1 y la misma emigración neta, la región habría ganado 5.630 habitantes.

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