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Largo rodeo alrededor de Ardines

La defensa del acusado de inducir al crimen exploró, sin revelaciones sorprendentes, otros conflictos del concejal para alejar el foco del asesinato por celos

Delante, los abogados Fernando Barutell, Adrián Fernández, Luis Mendiguren y Javier Beramendi. Detrás, los acusados: Maamar Kelii, Djillali Benatia, Jesús Muguruza y Pedro Luis Nieva.

La viuda y los dos hijos de Javier Ardines no van al juicio. Por prescripción letrada, la profesora Nuria Blanco no ha vuelto después de su declaración. Evitarle dolor innecesario ha sido una constante en este procedimiento. Pero el dolor es inevitable: en el asesinato, la familia se quedó toda la pérdida y en el juicio se degrada la memoria íntima del muerto.

En las dos últimas sesiones la mayor parte se centró en mover la linterna sobre las enemistades y conflictos que tenía Ardines como concejal de playas, personal y medio rural para difuminar el centro de atención puesto en Pedro Luis Nieva, el marido burlado, y sus tres presuntos cómplices. Este barrido lumínico de poca potencia lo llevó Javier Beramendi, el defensor del presunto inductor, con volumen de sala, buena dicción, tono educado y discurso seguro. Recuerda a Ricardo Fernández Deu en “Tribunal popular”.

El jueves testificaron a puerta abierta tres personas a las que el abogado de Nieva atribuyó la enemiga del concejal de IU y la amiga de Javier Ardines, cuyo ADN fue transferido al escenario del crimen, a puerta cerrada. A la fiscal Belén Rico le sobró con ser escueta en alguna intervención. La estrategia de la defensa era señalar que podía haber habido más picos que un caso de cuernos en la investigación de la Guardia Civil.

Un asistente a estas sesiones puede concluir dos obviedades: una, que en los pueblos hay menos espacio entre la gente que tiene conflictos o se tiene rabia, y dos, que los que pasaron por allí no declararon nada que pareciera conducirles a reventarle el occipital de un batazo a las seis de la mañana al concejal de IU por un conflicto laboral, una señal puesta en la carretera o una relación sexual deseada.

(Igual ha hecho el principal acusado, que, aunque tiene un comportamiento de celoso clásico con despliegue de maquinaria de espionaje y mensajes emocionales de canción de reproches y de drama de sobremesa, en su declaración negó cualquier relación entre la causa y el efecto, entre los polvos y los lodos).

Los juicios son así. Se juzga la conducta de quienes se cree que son los asesinos, pero puede parecer que se juzga la vida del muerto. El jurado –5 hombres y 4 mujeres, ellas más jóvenes que ellos, amparados por metacrilato– tiene que ver cómo se guisa ese pisto de olvidos, recuerdos, verdades y mentiras que son las declaraciones testificales, pero ¿por qué las ha de oír la familia nuclear si la verdad les hace daño y la mentira les duele?

Mejor que se ahorren al chigrero que explicaba así el origen del conflicto: “Un domingo estaba tomando unos culinos con mi amigo Javier Ardines, bebiendo del mismo vaso” –como hermanos de sidra– “y el miércoles encontré la señal que cerraba el paso de automóviles a mi restaurante. Ya no le hablé más”. Dicho esto, no cree haber pronunciado lo que acaba de declarar otro testigo, que un día en su restaurante se lanzó a decir que iba “a matar a ese hijo de puta” y tuvo que salir su mujer –que cocina muy bien– para callarlo.

El chigrero reconoce que tiene “pronto” pero “no quiero que maten a nadie. Quiero que muera sufriendo”.

La viuda se puede ahorrar cómo negaron emociones los policías interinos por causa de la oferta de empleo que los ponía al borde de la calle, la cuota parte por delegación en el hostigamiento y acoso que denunciaron el secretario y el interventor del Ayuntamiento, centrado en el alcalde Enrique Riestra, y que la defensa intentara fijar vínculos entre el edil y los rumores del crimen político y los de fardos de droga flotantes.

Se habría evitado compartir sala con A., la treintañera que mantuvo relaciones sexuales con Ardines 11 horas antes de que lo mataran en un camino cuando salía para ir a pescar en “La Bramadoria”.

En su momento no se informó de esta relación a la familia, por si resultaba irrelevante, y su declaración fue a puerta cerrada para salvaguardar su intimidad. Lo lograron. A. fue invisible, como lo fue la relación hasta la muerte del concejal.

Javier Ardines, que fue definido como una persona discreta en la política, también lo era para esto. En el grupo de montaña en el que coincidían A. y él algunos senderistas sí se fijaron en las atenciones que ella le dedicaba, pero no al revés.

Joaquín, primo de Ardines, declaró en el juicio que ella siempre estaba muy pendiente de él, que los días que siguieron al crimen dejó de verla y que tampoco fue a las siguientes rutas, “mientras que cuando estaba Javier iba siempre”.

Como Nueva de Llanes no es Nueva York, en su etapa de concejal la fama de mujeriego salía a correr por el municipio de vez en cuando. Ardines aducía que era para crearle problemas con su mujer. Al tiempo, el verano de Llanes, cuyas principales actividades se desarrollan en la playa y en las verbenas, da ocasiones que Ardines no utilizaba. No era de bailar, no tonteaba...

Sus amigos reconocen que gustaba mucho a las mujeres. A la propia más que a ninguna otra. Nuria era de Javier, de Javier y de Javier. El magnetismo venía de atrás, de cuando joven, soltero y espíritu libre.

Antes de morir tenía un nieto al que quería dedicarse en cuanto cumpliera su anunciado abandono de la política y era un cincuentañero de ojos claros, curtido por el aire libre y la brisa, en buen peso, vestido informal, la camisa por fuera y las mangas hasta el codo en el trabajo y en el ocio, que se dirigía a la cámara con mirada de guapo practicante.

Cuando lo mataron, le salieron dos amantes a las que amigos muy cercanos conocían, pero con las que no podían imaginar que tuviera relación porque no mostraba preferencia ni deferencia hacia ellas y porque, en todo caso, no disponía de tiempo como para hablar de doble vida, aunque sí para infidelidades fugaces.

“Llevamos años librando”, les grabó Pedro Luis Nieva con el móvil escondido bajo una servilleta mientras se ausentaba para ir al baño.

En estas jornadas luminosas y frescas, de testigos con plumífero y de largo rodeo por Ardines que no ha llegado a ninguna parte, Pedro Luis Nieva se dejó defender sin tomar una sola nota en el cuaderno que lleva, como misal de beata, en sus manos juntas de esposado.

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