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Caso Ardines: quien siembra indicios recoge dudas, por Javier Cuervo

El jurado del juicio por el asesinato de Javier Ardines se enfrenta a una deliberación con indicios y sin pruebas que incriminen a los cuatro acusados

Javier Beramendi, abogado de Pedro Luis Nieva, presunto inductor por celos del crimen de Ardines; y Belén Rico, fiscal que lleva la acusación pública.

Dolores Vázquez no mató a Rocío Wanninkhof ni a Javier Ardines por lo visto en televisión y oído en la sección segunda de la Audiencia provincial de Oviedo.

Dolores Vázquez fue condenada y encarcelada injustamente por el asesinato de Rocío Wanninkhof porque la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil se centró solo en ella y desdeñó una prueba de ADN y los abogados de los cuatro acusados del asesinato del concejal de Izquierda Unida de Llanes quieren evitar una metedura de pata así con sus defendidos. Así se trata al jurado, que tiene que obtener una verdad judicial de entre todas las verdades de parte y que fue advertido por el abogado Barutell de que se trata de un relato que nunca coincide con la verdad.

Vaya compromiso.

Al tratar al jurado como público de plató, se introduce que la fiscal y los abogados incluyan los agradecimientos a su atención y a la de todos los intervinientes en el caso y en el juicio con tal prolijidad que el abogado Adrián Fernández parecía haber ganado el Goya a los efectos especiales antes de empezar su defensa de Djillali Benatia, uno de los presuntos asesinos.

Mañana, el siguiente paso depende de 5 hombres y 4 mujeres situados a la izquierda del juez, frente a los abogados, a la derecha de los testigos y del público, inexpresivos por las mascarillas, algo amontonados por la perspectiva y algo codificados por el reflejo de las lamas de las persianas en las pantallas de metacrilato que les defienden del coronavirus y les hacen parecer cajeros de banco de cuando los bancos tenían más de un cajero.

Para ellos han trabajado todos todo este mes y su comprometida tarea será qué valorar en un juicio con un asesinado, cuatro acusados y ninguna prueba directa o testigo que los incrimine.

El jueves fue cumbre cuando se enfrentaron dos conclusiones principales –las de la fiscal Belén Rico y las del abogado Javier Beramendi– presentadas con dos discursos y estilos diferentes.

Belén Rico fue profesoral y Javier Beramendi, magistral.

La fiscal centró el relato en el celoso inductor, Pedro Luis Nieva, y el abogado en los investigadores encelados de la UCO.

Rico pidió al jurado que sumaran indicios y aplicaran el sentido común y Beramendi que restaran conjeturas y se cuidaran de no condenar a inocentes.

Rico empezó explicando al jurado qué es un fiscal de una forma didáctica que rozaba lo naif: “yo busco la verdad”, “no defiendo los intereses de nadie”, “no tengo dudas de que los cuatro son culpables de asesinato” y “creo en la Guardia Civil”.

Con movimientos del cuerpo hacia delante, la voz delicada y el tono firme, los dedos de la mano derecha empujando las palabras y sumando indicios y con las gafas de quita y pon hizo un relato minucioso y ordenado que decía: Pedro Luis estaba celoso por la infidelidad de su mujer y mandó matar a Ardines; Jesús fue un asesor activo y el intermediario que contrató a los sicarios, dos argelinos que actuaron con el ánimo de asesinar y la alevosía de la emboscada. Solicitó al jurado la condena de los cuatro, el recuerdo de la víctima y su familia y el sentido común más la suma de indicios.

Advirtió al jurado –al que se dirigía en singular con los verbos en plural en un a todos y a cada uno– que las defensas querrían sembrar dudas sobre esos indicios de localizaciones, teléfonos, viajes, objetos de ataque que situaban a los acusados en el crimen.

Después de que Antonio Pineda repitiera parcialmente ese relato y agradeciera al jurado su paciencia en nombre de la viuda e hijos del fallecido, que en tres años no han hecho una declaración a los medios de comunicación porque confían en que el jurado condenará a los cuatro, desplegó Beramendi sus 40 años de lustrosa veteranía.

“Yo también busco la verdad. ¿Qué verdad? La judicial, la que sale de la oposición de acusación y defensa, la que fijan ustedes. Yo también pido que se haga justicia, no un favor. La justicia no es dar satisfacción a la familia sino lo que ustedes decidan. Están en un lugar difícil: la mayor aberración es que un inocente sea condenado”.

Glups.

Calzado con dudas altas pisoteó el sembrado de indicios de la fiscal. Pareció que reñía, hizo sonreír, fue didáctico ayudándose de las gafas, enérgico tirándose de la corbata y dinámico atusándose con el flequillo. Elocuente a dos manos, hizo silencios contemplando la sala, acampanó la voz, la volvió confidencial, imitó soniquetes; ahora, fraseo corto; ahora, parrafada, aquí balanceo de medio cuerpo y aquí parada en seco y mirada fija. “No hay pruebas, no hay testigos, no hay grabaciones, ha explicado una teoría” de la UCO siguiendo la sola hipótesis del marido celoso y practicando una investigación con orejeras. “Se llama ‘efecto túnel’”.

Hay un Pedro Luis al final del túnel.

Cuando acabó, lo único seguro era que Javier Ardines seguía muerto.

El viernes hubo repeticiones dentro del reparto de tareas ya visto en los interrogatorios, coordinado para que la defensa de uno no inculpe a otro y la defensa de los cuatro exculpe a todos. El buen ritmo de ello se seguía en el diapasón craneal de Luis Mendiguren, el abogado de Jesús Muguruza (“el intermediario”), cuando cabeceaba de asentimiento.

Abundando en que se renunció a otras pistas, Adrián Fernández encendió una luz al centrarse en cómo la guardia civil descartó a A., la mujer que mantuvo relaciones sexuales “intensas” (si las hay, conviene que lo sean) con Ardines 10 horas antes del crimen. Sexo y muerte. No quiso acusarla, pero sostuvo que los agentes habrían actuado de otra manera con la persona que dejó abundante ADN en la escena y en el cadáver, que negó la relación y que luego la reconoció si A. hubiera sido hombre y Ardines, mujer. La habrían detenido inmediatamente o vigilado en adelante en lugar de descartarla continuamente. Mejor en el fondo que en la forma, estático, monocorde y muy responsabilizador hacia al jurado, Fernández dijo esto sin énfasis ni rencor de género.

Fernando Barutell se centró mucho en lo que hizo la guardia civil y en lo que no hizo y pudo haber hecho con la salvaguardia de ser hijo, nieto, sobrino y primo del cuerpo. Advirtió que veía mal porque su hijo de dos años le había roto por la noche las gafas de un puñetazo, que perdió una pluma Mont Blanc en el juicio como su defendido Maamar Kelii extravió un móvil y que tampoco lo ha denunciado y que guarda tres balas de Cetme de cuando hizo la mili. Barutell tiene una gracia algo brusca y propende a fingir extrañeza o perplejidad cuando rebate argumentos, que es siempre porque va a todos los balones. Y colocó dos veces al jurado una prueba inadmitida por el juez. A ver cómo la olvidan.

Las defensas intentaron rebatir tantos indicios –algunos tan por los pelos como que el ataque a Ardines no hubiera sido a traición, otros tan inquietantes como la velocidad a que se tendría que haber hecho el viaje desde el camino de la muerte hasta la entrada de Bilbao– que lo que parecía imposible era que estuvieran esposados dos vascos y dos argelinos que no acudieron a un lugar que no era solitario donde no prepararon una emboscada ni atacaron por la espalda a Ardines, a quien ni tuvieron la idea de dar una paliza, no matar, aunque uno de ellos lo haya dicho.

En lugar de ellos podrían haber estado esposados interinos del ayuntamiento de Llanes, un chigrero bocazas, una amante del concejo y traficantes de drogas que soltaron 150 kilos de cocaína en la costa, porque los que pueden ser condenados a 25 años son gente que tiene en casa 8 teléfonos de mierda, 6 navajas de pelar manzanas, sprays de pimienta y balas de ir a la chatarra, apenas se conocen aunque se telefoneen insistentemente, aparecen –ellos o sus teléfonos– lejos de su casa y cerca del camino de tres metros donde asesinaron a Ardines al alba, no son celosos, nunca cometieron delitos con violencia en sus errores de juventud y hacen confesiones a la juez inducidas y bajo coacción de la guardia civil.

Qué difícil ser jurado en el jardín de los indicios y las dudas.

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