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La tertulia vuelve al bar

La tertulia diaria de una tropa de Lugones

Desde tiempos inmemoriales, Antoñito Jara y sus cinco amigos se reúnen en la misma mesa de Casa Miño a hablar “de lo que surja”, con LA NUEVA ESPAÑA sobre la mesa

Por la izquierda, Germán González, Arturo Costa, Javier García, Antoñito Jara y José Raimundo Cuesta, ayer, en su mesa del bar Casa Miño, en Lugones. | I. G.

Antoñito Jara dice que pasó de vivir en Extremadura a vivir en Casa Miño. Se mudó a Lugones con 5 meses, así que, con tono jocoso, afirma con que allí le amamantaron. Continúa con la broma: la semana pasada Casa Miño cerró por vacaciones y entonces él se quedó en casa hasta que el dueño volvió a quitar el cerrojo de nuevo. Allí se reúne, desde tiempos inmemoriales, con sus cinco amigos. Con LA NUEVA ESPAÑA sobre la mesa, hablan de todo, a veces salen de ahí llorando –en especial, la semana pasada cuando el dueño decidió marcharse, bromea ahora Germán González–, y que la cita es diaria, desde la una hasta las dos y media de la tarde, aproximadamente. Porque luego empiezan a llamar de casa, y ya se sabe...

Se conocen también desde hace tanto que tampoco pueden poner una fecha de comienzo de su tertulia. “Imagínate. Calcula que yo supe de este hace sesenta años, jugando al pío campo. Y al resto, por ahí y bebiendo”, recalca Jara. Cada uno es de una parte distinta: uno de Olloniego, otro de León, el extremeño, el portugués y el de Castropol. Y ayer les faltaba uno, Orlando, que completaba la tropa: “Está trabajando, uno de los pocos que lo hacen”, ríe José Raimundo Cuesta. Aunque eso no es del todo verdad, están bastante equilibrados. De los seis, tres sí y tres no. Pero la cita diaria es ineludible. Mismo bar, misma mesa, mismo vino servido en vaso de sidra, no vaya a ser.

No tienen ni grupo de Whatsapp: las cosas las hablan en directo. Así organizaron la última pitanza. “Yo soy el que pone el cabrito. Hace poco me comieron uno, y el otro lo tengo guardado”, dice Javier García. El resto le toma el pelo: “Lo tendrás guardado en un cajón con llave, porque nosotros no lo vemos”; “Cuando salga, llevará más años encerrado que Otegi”; “Debe de ser que lo guardó Noé en un arca”.

Aunque no todo son risas en esa peculiar tropa, que se reúne a diario en Casa Miño. A veces también se ponen serios, como ayer. “Casi llegan a las manos”. También está escrito en LA NUEVA ESPAÑA, aunque es pregunta de conocimiento popular: ¿se merecía o no se merecía Messi el Balón de Oro? Para Germán y Antoñito, “que son de Messi, pero no catalanistas ni de los gabachos”, no hay dudas: es el mejor jugador del planeta. El resto, calla. “¿Para qué ponerse a discutir?”, se pregunta Javier García. Aunque antes de la interrupción, a todas luces, lo estaban haciendo.

No es el único tema del día. No podía faltar, siendo Javier García jubilado y de Castropol, lo del argayo. Sus amigos le animan: “¡Opina, opina!”, incita Antonio Costa, el empresario portugués afincado en Lugones. El resto asiente con la cabeza. Entonces se echa a hablar: “Es vergonzoso el abandono. Y es vergonzoso que se muera esa pobre mujer, de 59 años, que no le tocaba irse y que lo que digan los políticos sea eso”. Nadie le replica, cuando tiene razón, tiene razón y punto.

No siempre pasa. A veces las discusiones han sido tan fuertes que han necesitado una tercera persona del grupo, que medie entre ellos, y decida quién tiene razón. Aunque nunca han llegado a enfadarse de verdad, porque el cariño que se tienen puede con eso. No lo dicen directamente, pero rebosan. Se conoce al dedillo, casi como si fueran hermanos, la vida de cada uno, los problemas que atraviesa, y, sin agenda marcada, cada día tocan un tema distinto. “Pero yo soy el único de aquí que les manda postales de Navidad”, se queja, también amistoso, Germán González. Le suena el teléfono, le reclaman en casa. Pero no pasa nada, sabe que mañana vuelve. Y también pasado. Allí estarán, en Casa Miño, a la una de la tarde, para quien quiera ir a verlos.

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