Carmen Martínez Rodríguez habla con pasión de su oficio como viticultora y elaboradora de vino en su tierra natal y donde vive, en Las Mestas (Cangas del Narcea). A él llegó tras una vida de mucho trabajo tanto en casa como en otros sectores laborales hasta que finalmente, ya cumplidos los 56 años, decidió convertirse en emprendedora rural y dedicarse a lo que realmente le apasionaba: la viña y el vino, una decisión, la suya, en la que siempre contó con el apoyo de su marido y de sus hijos.
“Mis hermanas emigraron a Buenos Aires y yo me quedé, me eché novio muy joven, nos casamos cuando yo tenía 18 años y luego vinieron los hijos. Mi padre hacía vino para consumo propio, como en tantas casas de Cangas. A mi hermano no le interesaba la viña y yo me quedé con ella por herencia”, explica esta mujer que antes de convertirse en viticultora y tras prejubilarse su marido de la mina y hacerse mayores los hijos, trabajó desde peón en el Ayuntamiento a cocinera en varios geriátricos en Gijón y en un hotel en Cangas, así como once años en Bodegas del Narcea, ya desaparecida, donde entró en su día como socia capitalista.
“Eso fue entre 2002 y 2011. En ese tiempo ya contaba con la viña que heredé de mis padres pero, a la vez, fui comprando más hasta hacerme con tres hectáreas y pico. La viña es un trabajo que te engancha, tiene algo que te atrae, ir es muy guapo porque estás en aquello, cuidándola, intentando que salga buena uva, y se te quitan muchos problemas de la cabeza. Durante parte de ese tiempo yo vendía las uvas para hacer vino hasta que llegó un momento en que me dije: pues ahora voy a hacerlo yo, ¿por qué no? Si los otros lo venden ¿por qué no nosotros también? Y así fue como, en 2018 empecé a echar las solicitudes para empezar a elaborar mi propio vino y tener mi propia bodega”, explica.
Carmen Martínez es pura fortaleza, que nadie se engañe por su voz suave y su hablar pausado. Cree tanto en lo que hace y ama tanto sus viñas y lo que significan para ella, que fruto de esa pasión por la tierra propia y lo bien trabajado es su vino de bodegas Las Danzas.
“La primera cosecha que metí en bodega fue la de 2019 y fue a salir a la venta en un año fatídico, como todos sabemos, 2020. Me costó mucho arrancar con todo parado, pero lo conseguí y estoy muy contenta por ello. Ese año hice unas 9.000 botellas, yo soy una empresa pequeña”.
Carmen Martínez optó por hacer un vino muy propio y personal. “Yo intento hacer un vino que marcara un poco la diferencia. Aposté por meter barrica y hacer monovarietales de albarín blanco, de verdejo negro y de albarín negro, y todo ello con un toque de barrica, no con una crianza, pero sí con ese toque de madera que a mi me gusta”, explica. “Tengo un vino monovarietal en barrica tanto blanco como tinto que se llama La Media Vuelta y luego he hecho también un vino joven, tinto y blanco, que se llama La Danza Prima”.
Afirma que emprender en la madurez aún es más duro que siendo joven, “el papeleo, moverme en la ciudad o ir a vender es lo que más me cuesta, sin embargo estoy muy a gusto en los mercados”. Ella cree que siendo “trabajador, constante y haciendo un producto de calidad se puede vivir en el campo. El internet es necesario, sí, pero de nada vale si no hay detrás mucho trabajo diario. Yo creo que voy por el buen camino”, dice sonriendo.