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El cogollu astur que brotó en la Feria de Abril: así se vive la fiesta de Sevilla con sidra, fabada y cachopo (entre tanto rebujito y pescaíto)

Una jornada muy especial en el reducto asturiano del recinto más famoso de la capital andaluza

Nuria González, a la izquierda, con sus amigos, en la caseta del Centro Asturiano. J. A. C.

La Feria de Abril sevillana tuvo un color especial. Y no solo el rojo tradicional o el verde que también abunda por las más de mil casetas que llenan el recinto. En concreto, y más este año, el azul y amarillo de la bandera del Principado de Asturias que recubre las paredes de Pascual Márquez 127, donde se ubica la caseta del Centro Asturiano de Sevilla.

La entidad –que ha superado el medio siglo de vida– abrió por primera vez las puertas de su local ferial “hace más de 40 años”, según cuenta su presidente, Juan Alberto González. El centro surgió tras la llegada de “una gran cantidad” de comerciantes del Principado a Sevilla. Fue entonces cuando decidieron montar un local en el recinto del prado de San Sebastián, antigua ubicación del festejo, con fines comerciales. Años después, la caseta, que antaño se denominaba “Cogollu”, se trasladó a lo que hoy en día continúa siendo el centro neurálgico de reunión de la población hispalense: el recinto del Real de la Feria. Ahora, la familia astur de la Feria de Abril ha crecido y así llegaron a este año, muy especial para el Centro Asturiano porque su logotipo apareció como homenaje en la portada del recinto y el propio presidente fue protagonista en el encendido de las luces.

Ni el pegajoso albero, mojado por las lluvias, ni el poco “arrecío” que impregnó las ardientes jornadas feriales sevillanas –más de 35 grados– pudo ni conmigo ni con los “cientos de asturianos” que acudieron a disfrutar a la caseta de “la Tierrina” en Sevilla. La entrada era simple. Presentabas tu documento nacional de identidad para demostrar tu sangre astur y ya podías entrar a disfrutar de una jornada ferial diferente. Allí, más que el rebujito, corren la sidra, los quesos, y demás manjares del Principado. En la puerta nos recibía González, el presidente, quien, con mucho entusiasmo, escanciaba unos “culinos” para los presentes. “Esto está lleno de invitados que vienen a probar los productos que ofertamos. Contamos con una sidrería, con chorizo a la sidra, fabada, cachopos, quesos… Le damos a la feria un aire asturiano. Además, recibimos muchas visitas del Norte. Se suelen animar a bajar ya que es una gran fiesta. Y como las casetas son privadas, aquí encuentran su casa”, indicaba el presidente del centro asturiano hispalense.

Beatriz García y Mateo Villalba escancian sidra en la Feria de Abril. | J. A. C. Joaquín A. Cuesta

El recinto, como es lógico, estaba repleto de hombres trajeados y mujeres con el típico traje de gitana: respeto máximo a la tradición sevillana. Una de ellas, Nuria González, de padre avilesino pero con familia andaluza, al igual que un servidor. La joven daba a probar a su grupo de amigos el cachopo, que, aunque siempre sabe mejor al otro lado de Pajares, entra muy bien entre tanto “pescaíto frito”. “Paso todas las vacaciones en Asturias. Me encanta ir porque me evado de mi rutina y respiro aire fresco. No puedo decidirme entre las dos comunidades; pero si tengo que elegir, prefiero estar rodeada de campo, mar y animales”, comentaba González.

La segunda ronda corría a cuenta de Rubén Molina. Este camarero avilesino viaja desde hace ocho años para escanciar sidra por las diferentes ferias de Andalucía. “Ahora estoy aquí, pero dentro de una semana me tienes en Jerez, eso seguro”, explicaba el simpático escanciador, quien asegura que desde la primera vez que pisó el albero sevillano se enamoró de la fiesta. “Es una cosa muy distinta a las fiestas a las que estamos acostumbrados nosotros. Sin embargo, en esta caseta te sientes en casa debido a la gran cantidad de gente que viene desde Asturias”, contaba mientras seguía trabajando.

Juan Alberto González, presidente del Centro Asturiano de Sevilla, escancia un culín durante la Feria. J. A. C.

Tres botellas más tarde, regresé, junto a mis primos Jaime y Valle Guerra, a la caseta familiar. Pero la tierrina es la tierrina, por lo que, al rato, decidimos volver al reducto de asturianía. Nada más entrar, Mateo Villalba, de padre candasín, nos estaba esperando con otra botella en la mano. “Nací en Asturias, mi patria querida. Me vine con 8 años y, aunque suelo subir frecuentemente, me gustaría mudarme allí definitivamente”, aseguraba el astur-sevillano. A su lado, “la mujer de su vida”, Beatriz García. Con un espectacular traje de gitana, no tenía miedo a salpicarlo con el caldo regional mientras escanciaba con alguna que otra dificultad. Mientras tanto, entre risas, aseguraba “haber encontrado un chollo de novio”. “Desde que estamos juntos pasamos unos veranos estupendos. Casi nos sentimos más asturianos que sevillanos, sobre todo por la gastronomía y el ecosistema. Me encanta cómo compartís la gente de allí; sobre todo, al beber sidra, todos del mismo vaso. Es una cultura que nos encanta”, explicaba. Villalba añadía: “Todo el mundo nos dice que lo de la comida es un cliché, pero no es así: llegas allí y, de verdad, está cojonuda”, remataba.

Llegó la hora de cerrar, pero no sin que antes sonase el “Asturias, patria querida”, interpretado por la orquesta que ambientaba el local. Para entonces, la gente cantaba y bailaba sin cesar. Hacía tiempo que no me sentía tan en casa. Y tuvo que ser a 778 kilómetros.

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