"Ana llora sin consuelo en mi consulta": un caso real para ilustrar el problema de la salud mental

Este relato ha sido referido por un médico de Atención Primaria de Asturias | En el texto se han modificado algunos datos identificativos para preservar la confidencialidad

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Ana, 37 años, trabaja en una tienda de ropa y tiene un hijo de cinco años. Acude a mi consulta un año después de la anterior visita, motivada por un contagio de covid-19. Entre la mascarilla y que perdió ocho kilos en los dos últimos meses, inicialmente no la he reconocido. Me dice que ahora está desesperada. Aparte de la pérdida de peso, no puede dormir por las noches; y, durante el día, tiene cuadros de llanto, agitación y la mayoría del tiempo siente pérdida de energía y un cansancio exagerado. Cierto que después de pasar el covid-19 estuvo unas semanas con cansancio, sensación de neblina mental, caída de pelo, le costaba concentrarse… Hicimos analíticas y otras pruebas que eran normales. Pero luego, durante las semanas siguientes, fue recuperando muy bien.

Ahora es diferente. La veo desencajada, refiere sentimiento de inutilidad, que no puede concentrarse, que está ‘llorando por todas las esquinas’. Dice que todo empezó hace dos meses, cuando su jefa comunicó a sus empleadas que no podía pagarles porque la tienda tenía muchas deudas y pocas ventas. Les pidió que durante unos meses siguieran trabajando sin cobrar, a ver si podía recuperar la actividad normal de ventas para volver a pagarles.

Lo cierto es que Ana ya tenía problemas económicos y familiares previos. Su marido pasa muchos meses al año en paro, pero su principal problema es la ludopatía. Los meses que trabajaba, en los tres primeros días fundía su sueldo. Además, Ana tiene un hermano consumidor de drogas, especialmente cocaína, al que ayudaba frecuentemente con el fin de que sus padres no se enterasen.

Ana llora en mi consulta. A pesar de la caja de pañuelos de papel, no hay consuelo suficiente. Se encuentra desesperada por su situación. Le hablo de si se le han pasado por la cabeza ideas o pensamientos de autolesionarse o de quitarse la vida. Lo niega. La tranquilizo explicándole que no todo es tan pesimista; que, aunque lo vea ahora todo negativo o negro, la vida tiene escala de grises y saldrá adelante; y que para ello voy a ayudarla desde el punto de vista farmacológico. Seguro que en unas semanas podrá ver la vida con una perspectiva más optimista.

Había tenido un proceso depresivo previo, hace cinco años, secundario al parto, que precisó tratamiento y evolucionó bien. En consecuencia, inicialmente vamos a repetir esa última analítica de hace un año y, a la vez, vamos a iniciar tratamiento con un fármaco antidepresivo, con pocos efectos secundarios, relativamente seguro como el que utilizamos para su depresión postparto. Al oír, se tranquiliza. Además, para esos periodos de agitación, usaremos puntualmente un fármaco ansiolítico. Le explico que, además, vamos a hacerle un seguimiento para ver la evolución. Un punto importante: debe procurar mantener la calma y recordar que los antidepresivos tardan unas semanas en conseguir los efectos deseados.

Ana sale triste de mi consulta, pero en su rostro refleja un halo de esperanza ante su situación desesperada.

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