Sanidad y Educación, desbordadas por el alud de casos de malestar emocional en menores

"Con los recursos disponibles no podemos dar el seguimiento necesario", afirman psicólogos y psiquiatras

Los institutos piden más coordinación con los sanitarios, y estos reclaman a los centros mayor contención

Sanidad y Educación, desbordadas por el alud de casos de malestar emocional en menores

Sanidad y Educación, desbordadas por el alud de casos de malestar emocional en menores / E. Lagar C. M. Basteiro P. Álvarez

Los servicios públicos de Salud Mental se están mostrando incapaces de dar respuesta al creciente volumen de casos de trastorno psicológico y malestar emocional de niños y adolescentes que se registran en los colegios e institutos asturianos. Familias, profesores, orientadores, psicólogos y psiquiatras configuran una cadena que requiere la máxima fluidez entre sus eslabones. El problema surge cuando, muy a menudo, estos eslabones se confiesan superados por la avalancha de casos y la complejidad de los mismos.

"Patata caliente".

Con cierta frecuencia, unas instancias reclaman a otras "más contención", no pasar "la patata caliente" sin haber agotado las posibilidades propias de atajar las situaciones. Al final, los asuntos más graves –que incluyen amenazas de autolesión o incluso de quitarse la vida– terminan llegando a una red psiquiátrica que, si ya estaba sobrepasada antes de la pandemia, ahora lo está mucho más. Con la particularidad de que el perfil del paciente se ha escorado hacia edades infantiles y juveniles.

Una red saturada.

"Con los recursos que tenemos no podemos dar abasto", señalan los psicólogos y psiquiatras. Incluso la creciente red privada de clínicas psicológicas presenta –al menos las de mayor prestigio– listas de espera de algunas semanas antes de aceptar a un chico o chica necesitado de psicoterapia. Y eso en los casos en los que las familias pueden hacer frente al gasto que suponen varias sesiones mensuales, que pueden implicar un desembolso de cientos de euros.

Incremento exponencial de casos.

La epidemia es clara y preocupante. El punto de partida lo expone una profesora asturiana de dilatada experiencia que incluye diez años al frente de uno de los grandes institutos del centro de la región: "En la última década hemos visto aumentar exponencialmente el volumen de alumnado que necesita que les ayudemos a encontrar su bienestar emocional", explica esta directora a LA NUEVA ESPAÑA. Este periódico ha hablado con integrantes de los diversos eslabones de la cadena con el objetivo de hacerse una composición de lugar lo más exacta posible. Éste es el resultado.

El primer paso.

"La mayoría de los casos de enfermedad mental o neurodivergencia en menores es percibida en primer lugar por los docentes, que ponen en conocimiento sus observaciones al área de orientación", señalan profesionales del área del Caudal. El equipo de orientadores elabora un informe y, cuando se trata de un trámite clínico –en caso de tener que derivar a la red sanitaria–, informa a la familia, que es la que decide si sigue o no con el proceso.

La actitud de los padres.

¿Qué sucede con las familias? La reacción puede ser muy variada. Desde las que se activan para atajar la situación hasta "algunos padres que son muy reticentes a acudir a Salud Mental con el informe de orientación y terminan por negar la realidad".

Derivación a sanidad.

En el siguiente eslabón de la cadena se sitúa la red sanitaria pública. Lo habitual es derivar al pediatra o el médico de cabecera, que podrán hacerse cargo de los cuadros más asequibles. Los de mayor gravedad pasarán a los equipos de Salud Mental, que emiten un diagnóstico y, en ocasiones, una serie de pautas para el menor.

Pautas de imposible cumplimiento.

En cuanto hay indicaciones concretas, se necesita alguien que las cumpla y ejecute. Los docentes afirman que "seguir esas pautas es, en ocasiones, imposible por falta de recursos humanos". Si las dificultades que presenta el chico o chica son, de alguna manera, disruptivas para el resto de los compañeros de aula, puede suceder que "la inclusión de un menor se pretende a costa de la educación de todos los demás", señalan los orientadores. Y añaden: "El papel lo aguanta todo, pero, para incluir, necesitamos más recursos".

Dificultades de coordinación.

Por otra parte, la imprescindible colaboración entre los profesionales sanitarios y los equipos educativos adolece con frecuencia de falta de fluidez. "A veces estás esperando tener una coordinación con Salud Mental, pero es imposible porque no tienen tiempo. O cuando hablan contigo lo hacen de prisa y corriendo, buscando un hueco. Sería fundamental que hubiera coordinación entre el centro educativo y el centro de salud. Pero a veces ellos no pueden, porque no tienen ese tiempo. Y es una parte del trabajo importante: no solamente atender al chaval, hay que intentar coordinarse con el contexto, con el entorno de la familia y el entorno escolar, que a veces es donde realmente se producen los problemas", indica una orientadora de Secundaria del Oriente de Asturias.

Irrupción con la pandemia.

Resulta evidente que el foco de la preocupación apunta sobre

ellos, sobre los niños y adolescentes. Aquella imagen de antaño de la niñez y la adolescencia como una etapa de la vida sana y libre de problemas está en tela de juicio. La vida emocional de los más jóvenes está alterada. Quizá antes también lo estaba, pero no había focos apuntando. "A partir del covid, se notó un aumento de los problemas del alumnado, sobre todo cuadros de ansiedad", asevera la citada orientadora de la comarca oriental del Principado.

La implicación de todas las partes, clave del éxito.

En muchas ocasiones, las alteraciones emocionales de los alumnos no llegan a la red de Salud Mental, sino que son abordadas con la colaboración de asociaciones y organizaciones sin ánimo de lucro con los que la red educativa tiene acuerdos. ¿La clave? "Suele haber buenos resultados cuando se comprometen las tres partes implicadas: el triángulo centro educativo-familia-alumno tiene que responder conjuntamente. Hay situaciones muy difíciles, pero generalmente siempre hay mejoras", subraya la directora de instituto citada anteriormente.

Educación mueve ficha.

De cara al próximo curso académico, la Consejería de Educación del Principado ha remitido una circular a los centros en los que establece un refuerzo de la figura del coordinador de bienestar emocional en las aulas. A partir de septiembre, el docente encargado en cada centro de proteger a los alumnos frente a casos de violencia y acoso pasará de tener una hora lectiva a dos, "dada su importancia".

Protocolos baldíos.

La preocupación de las autoridades educativas es patente. Sin embargo, la percepción de los profesionales que están a pie de calle es que hay un embudo: "A nosotros, en los centros educativos, nos mandan un protocolo de suicidio, de acoso escolar. Pero aplico el protocolo de suicidio y, cuando un alumno tiene que ir a un profesional, resulta que no tiene acceso a ese profesional... Entonces, ¿de qué me vale a mí el protocolo? Esa persona no está bien atendida", enfatiza la orientadora del área oriental.

Respuesta lenta.

La directora de instituto corrobora lo dicho: de manera bastante habitual, la red de Salud Mental no logra dar una respuesta rápida y efectiva: "La saturación es una realidad. Se tarda más de lo deseable incluso en la primera consulta, y el seguimiento suele ser menos intensivo de lo deseable". Si las familias pueden, acuden a servicios de psicoterapia privados, donde resulta más sencillo conseguir la intensidad de atención que el adolescente necesita, pero claro, a un coste que muchos no pueden permitirse.

Seguimiento poco intensivo.

¿Qué está ocurriendo en el ámbito estrictamente sanitario? Los profesionales de Salud Mental consultados por LA NUEVA ESPAÑA indican que la primera consulta suele llegar en un plazo razonable, "en particular los casos urgentes y preferentes". Y lo que sí admiten es que el seguimiento del joven paciente casi nunca cumple los estándares de intensidad que demandan este tipo de situaciones. Una pauta habitual es que el psicólogo pueda ver a su paciente "cada dos o tres meses, en el mejor de los casos una vez al mes", y claro, esa periodicidad es totalmente insuficiente para los cuadros que revisten cierta gravedad.

Contrataciones en Salud Mental.

Si desde hace largo tiempo los déficits de la red de Salud Mental eran evidentes en la atención a los adultos, en los últimos años se han agudizado en el ámbito infantil y juvenil. De alguna manera, el Servicio de Salud del Principado (Sespa) ya ha reconocido esta insuficiencia al anunciar un paquete de contrataciones de aquí a 2030. Según este plan, de la actual plantilla global de 119 psiquiatras se pasará a 143; y de 92 psicólogos se saltará a 117 dentro de siete años.

Un ambiente crispado.

En ese mismo ámbito sanitario, hay quien apunta que la mayor "crispación" general de la sociedad provoca que en los colegios e institutos haya menos capacidad de contener los problemas de los alumnos, de gestionarlos con éxito, y que la consecuencia es "pasarle la patata caliente" a los servicios de Salud Mental.

El factor familia.

Pero, claro, la réplica desde el espacio docente es inmediata y apunta en otra dirección: "El sistema educativo no puede paliar las lagunas de la sociedad. Porque la mayor parte de las veces los problemas de bienestar social tienen su base en el entorno familiar del alumnado y esa realidad es muy difícil de cambiar y exige mucho sigilo".

Todos desbordados.

De todo lo dicho, tal parece que el adjetivo que mejor define la situación es "desbordados". Con las actuales tasas de natalidad, hay menos niños y jóvenes que nunca, pero las familias se muestran desbordadas por las problemáticas de sus hijos; los profesores y equipos de orientación se ven desbordados por las complejas situaciones de los alumnos; los servicios de salud mental se proclaman desbordados por el aumento de la demanda de niños, adolescentes y jóvenes.

Referentes e implicación global.

En todo este diagnóstico, muchas voces apuntan a la necesidad de una mayor toma de conciencia de los riesgos que las redes sociales entrañan para los más jóvenes. Por otra parte, indica la citada directora de un instituto del centro de Asturias, "los niños y los jóvenes son fruto de la sociedad que les rodea. Quizás falle el ejemplo que les damos los mayores, los referentes que necesitan, y eso hace que les falte un sitio donde poder anclarse". En consecuencia, añade, lograr el ansiado bienestar emocional de los más jóvenes requiere "la implicación y ayuda de toda la sociedad".

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