Alvia a Asturias, andén 17B: un desternillante viaje en tren desde Madrid con Jerónimo Granda

Crónica del trayecto desde la estación madrileña de Chamartín hasta el Principado en compañía del cantautor

Jerónimo Granda –izquierda– y Carlos Fernández, en el Alvia que los trajo de Madrid a Asturias.

Jerónimo Granda –izquierda– y Carlos Fernández, en el Alvia que los trajo de Madrid a Asturias. / Carlos Fernández

Carlos Fernández

Carlos Fernández

La estación de Chamartín está llena de andamios, vallas, paisanos con casco y pantalones con rayas amarillas en las perneras. Es lo que tienen las obras. Para pasar al área de acceso a andenes toca vaciar bolsillos, quitar el reloj, dejar llaveros, gafas, navajas y demás armamento en la bandeja de plástico, e introducirla junto con el equipaje en la cinta de los rayos X. Es por razones de seguridad aunque no haya atentados, pero los pueda haber.

Entre el gentío del local encontré a Jerónimo Granda. La noche anterior había cantado en la mítica sala Galileo Galilei, todo un hito para cualquier cantante. Le pregunté que qué tal.

–No vuelvo.

–¿A Galileo Galilei?

–No, a Madrid.

Me sorprendió la respuesta pues lo llaman cada vez más de la capital, es para estar exultante, le comenté.

El problema, según él, estaba en que viviendo en Asturias no había forma de ir a Madrid.

–¿Pero no ves como está la estación, como nos tienen? ¡No cabemos, no hay forma de sentarse, estamos hacinados como ganado, la gente tirada por el suelo porque no puede más, esto es un campo de concentración, solo faltan las torretas con los alemanes!

Había más problemas: cinco horas y pico de tren. En el siglo XXI en cinco horas se llega al Golfo Pérsico, y él iba a Gijón. Además estaba lo del aire acondicionado.

Cada vez que enchufen parez el tren de Pescanova. Y yo vivo de cantar. Llego a casa sin garganta.

El tiempo iba pasando y en el panel gigantesco no aparecía el andén para el Alvia de Asturias.

–¡Nada, no salimos en hora! Otra vez…

Hablamos de la megafonía. Era absolutamente imposible entender lo que decían, algo que simplemente se arreglaba vocalizando bien la rapaza. Por fin apareció en el panel el andén para Asturias. El 17B. El atasco para bajar al andén era fenomenal. Un tapón total. Había que darle la razón al Jero en lo de las escaleras. Hacía decenas de años que existían los pasillos móviles, pero con la Renfe hemos topao.

–No, con Adif.

–Da igual, que no te engañen, son los mismos.

–Te cojo yo la guitarra, que con este barullo, la bolsa de viaje y el bastón…

–No lo necesito, solo lo llevo por si tengo que solmenar a alguien, que está la cosa muy fea. Bueno, pa presumir también.

En el andén 17B había un Alvia. Gigantesco. Pero vacío y cerrado. El de Asturias estaba detrás de aquel.

–Pero cual, ¿el de allalantrón? –preguntó a un revisor de chaquetina azul–. ¡Pero si está casi en Palencia!

Nos faltaban cincuenta metros para llegar cuando por megafonía se avisó que el Alvia 4181 con destino Gijón iba a efectuar su salida.

–No tienen coj…

Y la gente empezó a correr. Sentado todo el mundo en su plaza, y superadas las 18.34, hora de salida, comenzó a pasar el tiempo. El convoy no se movía. Jerónimo iba en un vagón de cabecera, yo atrás del todo. A las 18.50 me entró un what: "Nada, no salimos".

Con mucho retraso, el andén comenzó a deslizarse hacia atrás. Me entró otro what: "Pago un café".

–No funciona la cafetera –me largó Jerónimo a modo de saludo. Pedí una cerveza a la camarera. Entramos en el túnel que atraviesa la sierra de Guadarrama.

–Vamos a doscientos por hora –me dijo. Lo vi algo excitado–. Mira las paredes, raspiando con los vagones. Tarda ocho minutos en pasar; es decir, cuatro mil ochocientas décimas de segundo, que ye la fracción de tiempo que necesitamos para escentellarnos si por lo que sea en la vía hay una piedrina del tamaño de una avellana.

El suelo del bar estaba lleno de agua.

–Ese reguero lleva ahí desde el mes pasao, que vine a Madrid –me dijo. Hubo un ruido–.

–¿Oíste esa rueda? –me preguntó quedando expectante–. No libramos este túnel, ya lo verás.

En la cafetería se va bien, charlando, viendo el paisaje cambiante. Lamentamos la desaparición de los coches-cama y los vagones restaurante. ¡Aquello sí era viajar de verdad! La camarera se retocó los labios usando como espejo el cristal de la puerta del microondas, que tampoco funcionaba. Era muy guapa.

–Da igual, como te salga atravesada, como si es esquimal. Nos dan mil vueltas. Siempre mandaron. El paisano solo lo hacía de pico, en el chigre, pero lo cazabas enseguida: "Ya sabes como ye la mi muyer…".

En lo que estábamos de acuerdo era en que el tren es, con diferencia, el mejor sistema de transporte. El coche particular, en contra de la opinión general, lo más caro, y además, había que ir de chófer. Y el radar esperando. Y las averías. Y los peajes. Y parar a aliviar el canario. En cuanto al autobús, el horror de los horrores; el que mida más de uno cincuenta ya no cabe. Y luego estaba el avión. Es conocida la incompatibilidad de Jerónimo con los aviones. Hay un buen manojo de anécdotas en este sentido, pero llenarían varios artículos.

–Es que no puedo, enloquezco. La gente no piensa, el hecho es que vas en el aire, como una gaviota, pero dentro de un chisme de fierro. Sí, ya sé que estadísticamente es el medio más seguro que existe, que caen muy pocos. ¿Pero, y si vas tú dentro del que-y toca caer?

Pasada Palencia surgió en la conversación uno de sus vuelos, de Caracas a México. Estaban ya en el aeropuerto esperando para embarcar, y alguien dijo "Mira ya van los pilotos para el avión". Eran dos tipos con la falda de la camisa fuera, caminando como desdejaos, uno con la gorra de lado, otro sin nada.

¡Venga, hombre, qué van a ser los pilotos; son los que anden al cartón, ¿no los veis?!

Cuando los vio entrar en el avión y sentarse en la cabina dijo que él no iba, que no había perdido nada en México ni en ningún lado. Que volvía para el hotel. Pero entre todos lo forzaron y acabó embarcando a rastras. El avión despegó como pudo, y al poco se escuchó un golpetazo tremendo, y el motor derecho se paró.

–¡Pero qué haz, ¿no da la vuelta?!

El vuelo siguió su ruta. Algo pasó con el motor izquierdo y el aparato empezó a perder altura. Jerónimo miró por la ventanilla.

–¡Subía la mar pa mi, pero a una velocidad de la leche!

El motor izquierdo empezó a soltar chispazos y volvió a funcionar. Apareció la tierra. Se veían las casas, la gente, sin problema.

–Íbamos al ras, a mi me dolían los brazos por la tensión de ir agarrado al asiento.

En aquel momento se oyó por megafonía al capitán:

–Señores pasajeros, a estribor pueden ver el volcán Popocatépetl, exhalando vapor. Disfruten.

Fue el momento en el que Jerónimo perdió el control. Levantándose del asiento gritó con su voz tremenda de cantante: ¡Miserable, lleves el avión fechu cisco, vamos levantando les tejes, y vienes con eso! ¡Cagun mi madre, déjate de enseñanos volcanes y mira palante, animal!

Es que hay veces en las que es difícil mantener la compostura.

Entre León y La Robla, el Alvia viajaba superando apenas los veinte kilómetros por hora. Eso no impedía que los coches saltasen y los bojes con sus ruedas rechinasen.

–Ese raíl estaba suelto, ¿no lo oíste? ¿Que es, que nadie de Renfe, o de Adif, o como su madre se llame, tiene una maza? No llegamos para el jueves. Cansé, voy a calcar ese botón coloráu pa que pare el tren y vengan a dame explicaciones de por qué nos hacinan en la estación, por qué tenemos que saltar unos por encima de los otros en la escalera mecánica, por qué el tren está en casa su madre, por qué hay que esperar media hora pa marchar cuando ya estamos todos, por qué se entra a doscientos en los túneles, por qué no funciona la cafetera, ni el microondas, por qué hay un reguero de agua por el medio de la cafetería desde el mes pasado, por qué hay que aguantar una temperatura del Círculo Polar, por qué rincha todo, por qué se va a veinte por hora antes incluso de empezar el puerto, y por qué voy a llegar a Gijón por la mañana después de pagar treinta mil pesetas.

Por fin se pasó La Perruca. Allí la cosa empeoró, porque tan pronto nos lanzábamos al vacío a ochenta por hora como no pasábamos de los once. Debía de ser Linares-Congostinas donde el tren paró. Nada se sabía, nadie dijo nada. Allí, detenidos en medio de la noche. Hasta que pasó un mercancías que parecía transportar bobinas.

–O sea, el fierro del indio tiene preferencia a los pasajeros. ¡Bárbaro! Ya estamos como los ingleses, tan enchipaos en la Cámara de los Lores, con sus "Dominios" del ultramar, y ahora el "sahib" presidente de gobierno es un indio y los indígenas son ellos.

Hicimos balance; los dos estábamos de acuerdo: el retraso se debía más a problemas organizativos y de falta de mantenimiento mínimo que a otras razones. También a falta de inversiones en mantenimiento. Y eso era porque Asturias no pintaba nada. Éramos pequeños, periféricos y mansos. Mucho hablar en el chigre, pero nada más. Solución: sentarse con los leoneses a negociar otra vez estar juntos. Consejo Soberano de Asturias y León. Y pagarles el sueldo a los gestores de la cosa en "belarminos".

–Total, son asturianos también. ¿Dónde está Lancia, la capital de los astures, y Astúrica Augusta, y el Esla? Y amarraremos lo estratégico, ellos tendrán mar, sidra, y centollos. Y nosotros trigo, sol y vino.

Le comenté que de todas formas, en mes y pico estaría la Variante funcionando y el problema estaría resuelto. Me respondió que yo era un poco inocente, que apostaba la casería a que este año no había variante. Que todavía no tenían ni siquiera los trenes. Y además meterse por ahí, cuesta abajo, a doscientos por hora, pa su madre.

–¡Entonces no podrás ir a Madrid, es verdad!

–Bueno, p’arriba igual lu paso…

Jerónimo Granda cantó la noche del domingo en la sala Galileo Galilei, haciéndolo con la maestría, inteligencia y atrevida heterodoxia de siempre. Con gran calor del público. Lleva haciéndolo desde guaje. Tiene 78 años. Sigue siendo llano y abierto. Es un personaje clave de la cultura asturiana de los siglos XX y XXI. Alguien irrepetible.

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