¿A qué distancia hay que observar a los osos? Un estudio internacional desvela cómo practicar bien el turismo osero

El trabajo, con participación asturiana, explica que las hembras de oso protegen mejor a sus crías de la muerte si no se mueven de la zona donde se aparearon

Una hembra de oso pardo y una de sus crías, en una fotografía tomada en Asturias.

Una hembra de oso pardo y una de sus crías, en una fotografía tomada en Asturias. / Vincenzo Penteriani

A. Rubiera

A. Rubiera

«El interés creciente del público por los osos es muy bueno porque seguro que está ayudando a proteger la especie, pero siempre que las cosas se hagan bien». Con ese «hacerlo bien» el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC, Vincenzo Penteriani, que lleva décadas de estudio de la población de oso pardo de la cordillera Cantábrica –ahora con despacho en la sede de Museo en Madrid–, se refiere a poner «distancia». De más de un kilómetro, a poder ser, entre el observador y el animal. Y con más motivo si se trata de hembras con sus crías.

Porque un estudio internacional recién publicado en la revista «Animal Behaviour», con Penteriani y otros investigadores asturianos como firmantes, confirma que las hembras de oso pardo, cuando están preñadas, escogen oseras cercanas a su área de apareamiento porque eso reduce el riesgo de «infanticidio» que pueden sufrir sus crías cuando salen de la cueva con ellas en la primavera siguiente, si se alejan de esas áreas.

El «infanticidio», explican los expertos, es el fenómeno por el cual los machos matan a crías de su misma especie y es «una de las principales causas de mortalidad de las crías en los carnívoros; por ello, este fenómeno tiene mucha influencia en su comportamiento», explica el investigador. En el caso de las hembras de oso pardo, añade, «una de las estrategias evolutivas que han desarrollado para reducir el riesgo de ‘infanticidio’ es copular con distintos machos, ya que aumenta las posibilidades de que, al cruzarse con uno de ellos, sea el padre de sus crías. Sin embargo, para que esto realmente funcione es necesario que tanto las hembras como los machos se encuentren cerca al año siguiente cuando la hembra salga de la osera con la cría».

Y eso fue, precisamente, lo que quisieron comprobar en el estudio, que forma parte de un proyecto financiado por la Agencia Estatal de Investigación. Para ello recogieron datos de GPS de 43 osos marcados, 25 machos y 18 hembras, procedentes de poblaciones de Eslovaquia, Rumanía y Finlandia, «lugares donde están muy controlados desde hace años», dice el investigador que durante años estuvo ligado a la Universidad de Oviedo y que en este estudio trabajó también con Alejandra Zarzo (MNCN) y con María del Mar Delgado, del Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (IMIB), con sede en Mieres.

Vincenzo Penteriani, con varias investigadoras analizando las marcas de osos en un árbol.

Vincenzo Penteriani, con varias investigadoras analizando las marcas de osos en un árbol. / LNE

«Los resultados confirman que las hembras con crías escogen permanecer en el área donde se aparearon y que los machos se mantienen en ella durante el año siguiente a la cópula», expone Alejandra Zarzo, que subraya que ese comportamiento es una pieza importante de la conservación, y que se quiebra «si la presencia humana molesta a las hembras al salir de la osera con las crías, porque pueden llegar a abandonar la zona, incrementando el riesgo de encontrarse con un macho que no es el padre de estas crías», exponiéndolas al «infanticidio».

Recalcan los investigadores que «este estudio tiene una aplicación muy práctica a la realidad asturiana y de la cordillera Cantábrica», donde el crecimiento «del turismo fotográfico y de observación» es un hecho. «Cada año hay más gente, más empresas que llevan a los interesados a ver osos. Y las hembras con crías son de lo más buscado», dice. Para Penteriani, «todo va bien si eso se hace a una distancia en la que no se perturbe de ninguna manera a los animales, y más aun si son osas con cría. Porque ante una presencia cercana, una osa seguro que acaba saliendo de su área de seguridad, que es esa zona donde se llevó a cabo meses antes la copulación. Y si la hembra se aleja, tanto mientras se desplaza como mientras se asienta, está aumentando la posibilidad de encontrar a un macho en celo que no reconozca a esta hembra como una de las que han copulado la primavera anterior y será cuando intente el ‘infanticidio’».

Si los investigadores «intentamos siempre estar a un kilómetro o más de las zonas críticas», con más razón deberían hacerlo los fotógrafos o avistadores. «Ahora hay equipos técnicos que permiten mantener una calidad de grabación o fotográfica aunque haya una enorme distancia, pero ya sabemos que hay siempre quien quiere esa foto hecha con la réflex y el teleobjetivo tradicional, a pocos metros. Y ahí está el problema», reflexiona Penteriani. Y no habla por hablar: «Sabemos que esto se ha producido en Somiedo unas cuantas veces en los últimos años y es lo que debemos evitar: que no se ponga en riesgo a la hembra y a su cría».

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