Entrevista | Pablo González-Pola de la Granja Director del Instituto Universitario de Estudios para la Democracia de la Universidad CEU San Pablo de Madrid y teniente coronel en situación de reserva

"Pese a que preparó la Transición, Díez-Alegría fue olvidado solo por ser militar"

"El general llanisco demostró que se puede ser muy regionalista y a la vez español"

"Todavía tenemos una deuda de gratitud con el Ejército"

Pablo González-Pola de la Granja, en una imagen en Luanco.

Pablo González-Pola de la Granja, en una imagen en Luanco. / Mara Villamuza

Mónica G. Salas

Mónica G. Salas

La trayectoria de Pablo González-Pola de la Granja (Madrid, 1955) es del todo singular: doctor en Ciencias de la Información y en Historia, licenciado en Veterinaria, teniente coronel del cuerpo de Sanidad Militar en situación de reserva y profesor del la Universidad CEU San Pablo de Madrid. Desde 2019 dirige el Instituto Universitario de Estudios para la Democracia y desde 2021 codirige el Centro de Patrimonio Histórico, ambos vinculados a la CEU. Es autor de varios libros y el 24 de abril presentará en el Ateneo Jovellanos de Gijón su última publicación: "Arando la mar" (editorial Impronta). Son las memorias inéditas, salidas "de su puño y letra", del general llanisco Manuel Díez-Alegría (Buelna-Llanes, 1906- Madrid, 1987). Una figura clave en la Transición, dice, pero injustamente olvidada.

No es la primera vez que González-Pola, que veranea en Luanco, aborda la figura del que fuera jefe del Alto Estado Mayor entre 1970 y 1974. En 2018 publicó "Preparando la Transición" (editorial Dykinson), también sobre la historia del militar llanisco.

–Para despistados: ¿quién fue Manuel Díez-Alegría?

–Un asturiano que nació en 1906, que ingresó en la Academia de Ingenieros, que participó en la Guerra Civil y que, después, durante el franquismo, ejerció su carrera militar. Fue un hombre muy abierto, muy liberal, y un referente en dos sentidos. Por un lado, en el Ejército por su moderación. Él lo que siempre propugnó es que los militares no se metieran en política, sino que se dedicaran a lo suyo, al ejercicio profesional. Y por otro, fue un referente para los políticos de la oposición antifranquista, que veían en él la esperanza de que se pudiera hacer algo después de la muerte de Franco. Lo que yo descubrí en mi primer libro es que hay una especie de operación, que empieza en los años 60 y se consolida en los 70, para apartar a los militares de la política y que no intervengan tras la muerte de Franco. Ese proyecto estuvo dirigido por Agustín Muñoz Grandes y el ejecutor fue Díez-Alegría. Por eso, su figura, que está muy poco estudiada, es absolutamente fundamental en la Transición. Influyó mucho en que los militares aceptaran la reforma y el cambio político. En pocas palabras, preparó la Transición.

–¿Qué información, hasta ahora desconocida, saca a la luz sus memorias?

–Son unas memorias muy interesantes para los asturianos. En la primera parte habla de Gijón: de cómo en el colegio de los Jesuitas pasaron la primera Guerra Mundial, de la industralización tan acelerada que vivió la ciudad y que fue desvaneciendo, de la crisis de los bancos... Luego hay otro capítulo dedicado a su formación en la Academia de Ingenieros. Es muy difícil encontrar testimonios de militares de esa época que hablen de cómo vivían. Otra aportación importante del libro es que muestra cómo los militares se van desencantando con la República y ésta es la razón por la que muchos apoyan el golpe de Estado.

–En las memorias, Díez-Alegría también niega su encuentro con Carrillo.

–Efectivamente. En el libro hay un salto de 1936 a 1974. Yo creo que él se debió ver ya enfermo y quiso dejar claro lo que ocurrió en aquel momento. El búnker franquista, y sobre todo Pérez Viñeta, Iniesta Cano y algunos civiles como José Antonio Girón, no querían que, tras la muerte de Franco, estuviera al frente del Ejército un hombre como Díez-Alegría. No se fiaban de él para cumplir el propósito de que el franquismo continuara después del dictador. Entonces, le defenestraron. ¿Cómo? Díez-Alegría hace un viaje a Rumanía, porque el jefe del estado de ese país, Ceaucescu, le dice que quiere hablar con él. El general asturiano le pide permiso a Arias Navarro y se lo concede. Si no él jamás hubiera ido a Rumanía. Una vez allí, Ceaucescu le dice que quiere que se entreviste con Carrillo, pero Díez-Alegría se niega alegando que no tiene permiso para ello. Al volver a España, se encuentra con que sus enemigos se han movido para defenestrarlo, asegurando que se había reunido con Carrillo, y lo cesan. El búnker ganó la partida, aunque luego fue resarcida por el Rey Juan Carlos.

–¿Cuál fue su papel en la monarquía?

–Sus actuaciones a este respecto fueron también importantísimas. Poco antes de morir Franco, el Príncipe le manda a París para que hable con don Juan de Borbón y no emita un comunicado sobre la situación, reivindicando sus derechos. Eso lo consigue Díez-Alegría. De manera que su aportación a la historia de España es verdaderamente grande. La Transición no hubiera sido posible de esta forma sin un grupo de asturianos como Díez-Alegría, Torcuato Fernández-Miranda, Sabino Fernández Campo, Aurelio Menéndez, Santiago Carrillo, José Antonio Sáenz de Santa María o Luis Vega Escandón.

–¿Cómo dio con las memorias?

–Cuando murió el general, su hijo Fernando –que por desgracia falleció este año– metió toda la documentación de su padre en unas cajas, las llevó a la casa familiar de Buelna y las guardó en el desván. Ahí quedaron abandonadas desde el año 87. A mí siempre me llamó la atención su figura, porque era un militar abierto, liberal... Un rara avis. Así que contacté con Fernando y, aprovechando que yo veraneo en Luanco, me dejó entrar en el desván de su casa de Buelna. Allí me encontré una documentación riquísima, que en la actualidad está depositada en el Archivo de la Defensa, en Madrid. Entre todos esos papeles, encontré sus memorias. Con ellas y con más documentación que trabajé durante casi cuatro años escribí el libro "Preparando la Transición" (2018).

–Pero la publicación de las memorias tardó un poco más...

–El general había firmado el contrato con una editorial muy importante para publicarlas. Sin embargo, murió y no salieron a la luz. A Fernando y a mí nos quedaba la pena de no verlas publicadas. Hasta que gracias a la editorial Impronta lo conseguimos a finales del año pasado. Son unas memorias que, por cierto, muestran su asturianismo. Manuel Díez-Alegría era un hombre profundamente asturiano. Llegó a declarar a un periódico que lo mejor del año era volver a su tierra. Venía mucho e hizo muchas cosas por Llanes.

–¿Por ejemplo?

–La iglesia de Santa María de Llanes tenía una carcoma tremenda que hacía peligrar el retablo y él promovió su restauración. Por otro lado, Díez-Alegría tiene trabajos muy buenos sobre Asturias, como el discurso de inauguración de la Fundación Príncipe de Asturias, que es una maravilla. En fin, demostró que se puede ser perfectamente regionalista, asturianista, y a la vez español.

–¿Cree que el general llanismo ha sido injustificadamente olvidado?

–Sí, creo que es injusto. Como consecuencia del antifranquismo, en España, todo el estudio de los militares ha sido muy poco tratado en el mundo universitario y profesional. Se extrapolaba el antifranquismo hacia lo militar, sin tener en cuenta que ha habido militares importantísimos, que han hecho mucho por la democracia. En el caso de Díez-Alegría ha habido algo de todo esto: por ser militar, se le apartó y prácticamente no se ha tratado su figura. Por eso había que recuperar sus memorias.

–Estuvo treinta años en el Ejército, ¿cómo se vive desde dentro?

–El Ejército ha sido muy incomprendido y sufrió muchísimo en la Transición. La sociedad aceptó muy rápido el cambio, sin embargo, el Ejército no lo hizo a la misma velocidad. Y yo creo que ni se ha comprendido ni se ha sabido reconocer el esfuerzo ejemplar que hizo el Ejército durante esa época. Ahora mismo, tenemos el mejor Ejército de la historia de España. Se ha adaptado perfectamente a las misiones de paz y a los organismo europeos e internacionales. Creo que hay una deuda de gratitud con la institución. Estamos viviendo un reconocimiento, pero no el suficiente.

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