Dos años de guerra: los testimonios en primera persona de tres ucranianas refugiadas en Gijón

España ha acogido a cerca de 200.000 ucranianos huidos del desastre

En Asturias, desde el inicio del conflicto se han concedido casi 1.900 protecciones temporales

Por la izquierda, Kira con su madre Oksana en Ribadesella; Oksana y su marido, en las calles de Leópolis, en verano y Anna, a la izquierda , con su hijo Matvii, su marido y su madre en Ucrania.

Por la izquierda, Kira con su madre Oksana en Ribadesella; Oksana y su marido, en las calles de Leópolis, en verano y Anna, a la izquierda , con su hijo Matvii, su marido y su madre en Ucrania. / LNE

Kira Ustymenko / Oksana Ustymenko / Anna Nepriahina

La guerra en Ucrania acaba de cumplir dos años. La invasión del Ejército ruso, iniciada el 24 de febrero de 2022, ha provocado hasta la fecha al menos 30.000 víctimas civiles, entre muertos y heridos, y seis millones de personas refugiadas, en un país con más de 43 millones de habitantes. España ha acogido a cerca de 200.000 ucranianos huidos del desastre. En Asturias, desde el inicio del conflicto se han concedido casi 1.900 protecciones temporales. LA NUEVA ESPAÑA ha recabado los testimonios de tres mujeres que actualmente residen en Gijón, donde sufren la tensión derivada de un país destruido y de familias separadas por miles de kilómetros y con miembros jugándose la vida en los frentes de batalla.

Dos años de guerra, dos vidas y mucha envidia

La añoranza de lo que significa poder reunirse cada día con la familia, lejos de las bombas y el miedo

Kira Ustymenko

Me llamo Kira, tengo 14 años y soy de Ucrania. Pero llevo viviendo en España casi dos años y os contaré cómo se siente vivir así.

Lo describiría con una sola palabra: envidia. Para explicarme quizá se necesite un poco de contexto. Vivo en Gijón, con mi madre, y voy a un colegio donde he encontrado a gente maravillosa que me aceptan tal y como soy y me apoyan de muchas maneras. Los fines de semana suelo ir a un pueblo (en el concejo de Gijón) que ya puedo llamar mío; allí veo a mis amigos, a mis padres españoles, a mi hermana española, a mis tíos, a mis abuelos… y ya da igual que genéticamente no estemos relacionados para nada. Mi hermana vive en Francia, mi padre sigue en Ucrania, como mis abuelos y los demás familiares; mis abuelos paternos están en Bielorrusia. Y los echo a todos de menos.

Cuando salgo para ir al cole, para quedar con mis amigas, para ir al pueblo… no salgo yo, sale solo una parte de mí que ya se ha integrado perfectamente en la sociedad española. Una parte que se lo pasa bien y que, de lejos, ya parece española (o por lo menos eso me dicen). Pero no muchos ven a esta otra Kira que lee las noticias todos los días, que intenta volver a integrarse en la sociedad ucraniana estando a más de 3.000 kilómetros de su país, que llama a sus amigas de Ucrania y que a veces se siente culpable por no estar allí y no sufrir como ellas. Ellas, por cierto, también son mi inspiración porque siguen siendo felices, aunque tengan más momentos tristes que contentos. Vuelvo a la envidia: entiendo que la mayoría de la gente de mi alrededor no piensa en la guerra, todos los días vuelven a sus casas y cenan con su familia, a veces discuten con ellos, pero los tienen ahí, los tienen presentes.

¡730 días de febrero!

Kira Ustymenko tiene 14 años. Está acogida en Gijón desde el 16 de febrero del 2022. En Ucrania se encuentra toda su familia menos su madre y su hermana. Las tres huyeron a Polonia al empezar la guerra y un mes después llegaron a Gijón. Su hermana ahora vive en Francia. Kira aprendió en dos años a hablar español, es una alumna brillante de sobresalientes, y ya cierra algunas conversaciones con un simpático «ay fía» con un deje ucraniano. En la foto, Kira con su madre Oksana en Ribadesella. / LNE

Este verano regresé por unos días a Ucrania con mi madre. Fueron tres días de camino, en coche, pero no me importaba. Durante el trayecto mi madre me estuvo preguntando si iba a llorar cuando viera a mi padre, y yo le dije que no, porque iba a estar ¡¡feliz!! Y así fue. Pasamos allí unas dos semanas y todo ese tiempo dormí en el salón porque allí no había ventanas y en caso de que ocurriera un bombardeo no me haría tanto daño.

Al principio las alarmas me asustaban, pero luego ya me acostumbré. También os digo: intenté no pensar en que allí, al lado nuestro, los rusos estaban destruyendo ciudades y que perfectamente podían llegar a la mía. Pero ver a mis padres y a mis amigas felices me distraía.

De nuevo la envidia. A veces la siento, incluso me enfado, y no entiendo por qué el pueblo ucraniano está sufriendo. Y me mata que casi nadie esté hablando de esto.

En esos momentos pienso unas cosas horribles que me sorprenden. Nunca había conocido a una Kira así.

Así que parece que tengo dos vidas, una de una adolescente feliz que hace todas las cosas que nos corresponden –salir de fiesta, cotillear con las chicas y ¡estudiar mucho!–, pero por otra parte está esa Kira que siente la culpa por todo eso, que se siente mal simplemente por pasárselo bien. Y que volvería a su país, independientemente de si hay guerra o no. Con este artículo intento transmitir solo un mensaje: que la guerra sigue. Cada día están muriendo personas solamente por ser ucranianos y por querer tener una vida tranquila, la que casi nunca tuvieron. Y los ucranianos que tuvimos que marcharnos seguimos aquí, esperando a que todo eso se acabe, intentando no perder la esperanza. Estoy segura que cualquiera conoce ya a, como mínimo, una persona ucraniana. Simplemente intentad fijaros en ellos, porque no todo el mundo de Ucrania lo pasa tan bien como en España.

Muchas gracias.

La maleta de un refugiado

La solidaridad en Asturias merecería una película de Netflix; la pregunta es si la UE también acogerá a Ucrania

Oksana Ustymenko

Para entender mejor lo que es ser un refugiado debes hacer una cosa muy sencilla: elegir una maleta que no sea demasiado grande y meter en ella las cosas que te llevarías contigo en caso de que tengas que abandonar tu casa por tiempo indefinido. Dos semanas antes de que empezara la guerra, mi marido y yo hicimos eso para que nuestras hijas se sintieran más tranquilas. Pero cuando empezó la guerra, todo se torció. Recuerdo muy bien esa maleta. Mis hijas, chicas de 22 y 12 años, llenaron la mitad con cosméticos. Sombras de ojos, pintalabios, cremas, iluminadores…. Yo miraba lo que hacían y pensaba que estaban locas, pero no me importaba. Algo me decía que ese podía ser su intento de mantener la ilusión de una vida que terminó a las 5 de la mañana del 24 de febrero de hace dos años.

Lo que más me asustó entonces no fueron las explosiones cercanas, ni las informaciones de otras numerosas explosiones en muchas ciudades ucranianas, como se contaba en Twitter cuando miré por primera vez aquella mañana. Lo que me asustaba era tener que despertar a mis hijas y contarles la terrible noticia. Todavía siento frío por dentro cuando pienso en ello.

Mi hija pequeña dijo entonces que no pensaba dejar su colección de álbumes de música de su grupo pop coreano favorito. La mochila con esos álbumes pesaba mucho, pero aceptó llevarla ella sola todo el camino. Cumplió su promesa y, al final, esa mochila llegó a Gijón sana y salva.

¡730 días de febrero!

Oksana Ustymenko, de 46 años, es madre de Sasha (25 años) y de Kira (14). Dirigía una agencia de publicidad en Ucrania cuando tuvo que huir por la guerra con sus hijas. Sin su marido, que hace unos meses fue movilizado en tareas de retaguardia. Vive en Gijón, en una casa cedida por amigos, y trabaja en lo que se tercie. Su gran barrera es el idioma, pero lo suple con una voluntad de hierro por entender la vida y a la gente asturiana. En dos años ha podido viajar dos semanas para ver a su familia en Ucrania, y convenció a su madre, Gala, para que pasara con ella y sus nietas 15 días en Asturias. Gala decía que se sentía en Gijón «como si estuviera en un sueño». En la foto, Oksana y su marido, en las calles de Leópolis, en verano. / LNE

Ya llevamos dos años en Gijón.

En palabras de Gabriel García Márquez, "los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez".

Y en esta nueva vida estamos inmersos. Acogidos por una gran familia española en el pueblo de Baldornón, que nos ha apoyado incansablemente todo este tiempo. Este será para siempre mi lugar de fortaleza. No exagero si digo que conocer a sus vecinos ha sido un regalo del destino. Merecería la pena ver la historia en Netflix: una película increíble sobre dos mujeres ucranianas con hijos que son acogidas en la casa paterna vacía de una familia maravillosa, y luego todos sus vecinos se unen a esta misión, y con el tiempo se establecen incluso vínculos más fuertes entre esos mismos vecinos.

Y ahora, dos años después del inicio de la guerra, me pregunto si Europa aceptará en su familia a su agotada "hermana Ucrania", con la misma sinceridad que lo hizo la gente del pequeño universo de Baldornón. ¿O se quedará mi traicionada patria de nuevo cara a cara con la fea e insaciable bestia que es Rusia, como ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, y como se ha repetido una y otra vez durante cinco siglos?

PD. Me preguntan: "Oksana, ¿crees que la guerra acabará pronto?". Y yo dijo que no habrá un final rápido de la guerra sin una ayuda total y una entrega de armas. Los ucranianos están dispuestos a defender su tierra, pero sin armas es imposible.

PD 2. Me preguntan, "Oksana, ¿tu vida tiene más incertidumbre ahora o al inicio de la guerra cuando llegasteis a España?". En febrero de 2022 no podía ver ningún futuro. En ese momento era más importante mantener vivos a mis hijas. Ahora estoy centrada en el futuro de mis hijas. Se están integrando en la sociedad europea para que, cuando vuelvan a su país, tengan una idea de cómo construir su país, tomando como ejemplo lo mejor que ha conseguido Europa.

¡730 días de febrero!

Aprender a superar cada día esperando una paz que no llega para retomar una vida que ahora parece lejana

Anna Nepriahina

Un acogedor café a orillas del mar de Azov, sopla una fresca brisa, las calles están llenas de gente local y turistas, mi hijo retoza en el agua y mi marido y yo bebemos un aromático café. Mariupol se traduce del griego como "la ciudad de María". Es una de las ciudades más grandes de Ucrania, el centro de la metalurgia nacional y un gran puerto marítimo. Abro los ojos y entiendo que fue solo un sueño. La realidad es que en mi increíble país la guerra lleva dos años y hoy en lugar de esta ciudad solo hay ruinas, no queda ni un solo edificio y todo lo que estaba en pleno apogeo ha sido destruido por cohetes y bombas. Mariupol se ha convertido en una de las ciudades mártires de la brutal guerra que asola Ucrania, pero hay muchas ciudades así: Bakhmut, Bucha, Irpen, Severodonetsk, Izyum, Kupyansk, Marinka, Popasnaya, Rubezhnoye, Kherson… y esta no es la lista completa.

No hay razones que puedan justificar los bárbaros asesinatos de niños, civiles inocentes y desarmados. Da incluso miedo imaginar lo que vivieron los ucranianos que estuvieron bajo bloqueo en Mariupol durante casi dos meses. Durante todo este tiempo, la defensa de la ciudad la llevó a cabo el ejército, con base en la planta de Azovstal. Debido al completo cordón de la ciudad no fue posible suministrarles municiones, ni medicinas para los heridos, ni alimentos. Recuerdo imágenes de viejas películas sobre la guerra, pero ¿cómo? ¿cómo es posible que ocurra esto en el siglo XXI? Ucrania es un Estado con un pasado glorioso, majestuoso y al mismo tiempo trágico. Y su presente está lleno de amenazas. Sin embargo, debemos recordar que somos la voz de nuestro Estado y los creadores de su futuro. "Luchamos por algo que no tiene precio en el mundo: la Patria", dice exactamente el escritor ucraniano Alexander Dovzhenko.

Dejé una parte de mi corazón en Kiev, en mi ciudad natal, y cada bala, cada bomba, cada grito de auxilio me duele. Me veo obligada a ver cómo millones de ucranianos sufren pruebas crueles y cómo las ciudades de las que he estado enamorado desde la infancia son desmanteladas ladrillo a ladrillo. Y yo estoy haciendo todo lo que puedo para resistir, pero no es suficiente. ¡Son 730 días de febrero! Y debemos seguir gritando, debemos exigir, debemos obligar al mundo a poner fin a esta guerra. Ahora mismo, en el campo de batalla, los soldados buscan respuesta a la pregunta: "¿Puede la guerra ser un instrumento de la política en el siglo XXI?".

¡730 días de febrero!

Anna Nepriahina (42 años) lleva dos años viviendo con su hijo Matvii (12 años) en el pueblo de Baldornón, en Gijón. Atiende el bar del pueblo, que se ha convertido en un centro social, y entre sidras y cervezas distrae su pensamiento que siempre está con los suyos, a miles de kilómetros de España. Su facilidad para los idiomas le permitió dominar el español en pocos meses. En la foto, Anna, a la izquierda , con su hijo Matvii, su marido y su madre en Ucrania. / LNE

Durante estos dos años que han transcurrido mi vida ha cambiado drásticamente. De vivir en una gran metrópolis, en la capital del país, mi hijo y yo nos mudamos a un pequeño pueblo que se ha vuelto tan querido. A Baldornón (Gijón). Y las personas que nos rodearon con amor, dándonos cuidado y una calidez increíble se convirtieron en nuestra familia española. Y es gracias a ellos que encuentro la fuerza para vivir la vida. Y cuando me llega la tristeza, la enfrento más tranquila. He aprendido a ser amiga de la tristeza, la acepto, porque es mía. Y ahora mi vida se compone de momentos felices y ya familiares, como cuando alguno de los vecinos viene al bar a tomar un café y lo primero que me preguntan es cómo estoy, cómo está mi familia en Ucrania, ¿está todo el mundo sano y salvo?, ¿cómo está mi marido? Porque saben que desde los primeros días él fue a defender nuestro país.

Y cuando los fines de semana todos los vecinos de Baldornón se reúnen en el bar y comparten sus historias y sus experiencias, a mi hijo y a mí eso nos calienta mejor que el sol de verano y nos da esperanzas de un futuro sin misiles, sin bombas ni ataques aéreos, esperando que el bien triunfe aún sobre el mal. Hoy estoy feliz de ser parte de Gijón y cuando los vecinos dicen que la reapertura del bar ha servido para darle vida y unir al pueblo, me alegro mucho porque solo pensar en que puedo hacer por ellos algo útil me llena el corazón. ¡Y cada nuevo día entre esta gente me da fuerzas para vivir!

Como millones de ucranianos, espero con ansia nuestra victoria pero me resulta difícil siquiera imaginar cómo viviré sin mi familia española. Sin toda esta gente, sin Baldornón. Sé una cosa: que lo que vivo aquí es ¡amor por la vida! Y después de dos años de guerra estoy segura de que los ucranianos como nación hemos aprendido una cosa sobre nosotros mismos: que habiendo perdido la paz, la estabilidad y la tranquilidad, nos hemos vuelto más fuertes que todos los que nos miran. Y aunque todavía no puedo acostumbrarme a ver a mi marido en uniforme militar, ya casi no lloro durante las videollamadas. Y una nación que ríe bajo las balas y da a luz a niños no puede ser derrotada. ¡Nunca por nadie! ¡Dios y el mundo entero están con nosotros! Entiendo que la guerra desatada por Rusia contra Ucrania es un gran problema, pero sé que no es el único problema del mundo. Aún así quiero decir que mi país necesita apoyo y debemos hacer todo lo posible y hacerlo de inmediato para detener este genocidio, este infierno y este terrorismo, porque a costa de sus propias vidas nuestros soldados defienden no sólo su hogar y su patria, sino también toda Europa, el mundo entero.

Vuelvo a cerrar los ojos y veo cómo mi familia española y yo caminamos por Kiev: Khreshchatyk, la Bajada de San Andrés, la Catedral de Santa Sofía, bromeando, riendo, disfrutando la belleza de mi ciudad favorita y vamos a una sidrería, que definitivamente abriré cuando regrese a casa, en el mismo corazón de Europa, en un país próspero, libre e independiente, donde no hay guerra y del cielo solo caen estrellas. ¡Y esto definitivamente creo que no será un sueño! "¡Donde caen las tormentas, allí se levantan los arcoíris!" ¡¡¡Gloria a Ucrania!!! ¡¡¡Gloria a los héroes!!!

PD: "Me preguntan: ¿Anna, ves cerca el final de la guerra? ¿Te resulta más fácil pensar en el futuro o más difícil que hace un año?". Y me resulta muy difícil contestar. Hay días con alguna buena noticia y parece que de pronto se va a acabar la guerra, pero hay días que parecen que durará mucho tiempo. Así que ahora yo vivo al día. Ya no intento planificar, como lo hice el primer año; ahora aunque sea difícil de asumir, he entendido que absolutamente nada depende de mí. Porque hoy planeas una cosa, y mañana te das cuenta de que todo es completamente diferente, y eso mata. Por eso vivo al día. Hoy mi familia está viva y está bien, y todos los misiles han sido derribados. ¡Entonces soy feliz hoy! Así es como logro que siga mi vida.

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