Seis asturianos que acuden donde se les necesita: así ven estos cooperantes la importancia de su labor en el mundo actual

Las personas solidarias que apoyan a la población en la guerra de Gaza, en la invasión de Ucrania o en la pobreza hídrica de Guatemala viven en contacto con el horror

Jorge González, Llarina González, Carlos Fernández, Covadonga Solares, Bárbara Noval y Carolina Albuerne.

Jorge González, Llarina González, Carlos Fernández, Covadonga Solares, Bárbara Noval y Carolina Albuerne. / LNE

Un ataque israelí mató en Gaza a siete trabajadores de World

Central Kitchen (WCK), la ONG del chef asturiano José Andrés, el pasado martes. Llevaban comida a la hambrienta población y su muerte está presionando más sobre Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel, que la matanza de miles de palestinos en respuesta al ataque terrorista de Hamas que inició esta guerra.

Los cooperantes acuden a zonas de conflicto y vulnerabilidad en todo el mundo. En Asturias hay 1.788 proyectos de cooperación dotados por el Principado con 3.268.343 de euros y la población saharaui es la principal receptora, con 497.644 euros, seguida por Palestina con 211.000 euros, lo que equivale al 14,5 % de toda la ayuda humanitaria.

LA NUEVA ESPAÑA ha hablado con seis cooperantes asturianos de distintas edades, ciudades, profesiones y formaciones que han cooperado en Polonia con ucranianos, en Guatemala con mujeres, que denuncian la injusticia en Gaza o ayudan legalmente a refugiados de cualquier parte del mundo, para conocer quiénes son y qué les mueve.  

Covadonga Solares

Periodista, actualmente trabaja como consejera para un eurodiputado en Bruselas

"Quería llegar a 4 familias amigas y llegaron 5 trailers a Polonia para ucranianos"

Para Covadonga Solares, gijonesa, los meses de febrero, marzo, abril y mayo de 2022 volcaron sus prioridades, la reconectaron con Asturias y mantuvieron a flote su fe en la humanidad.

"Tengo una historia muy poco ortodoxa con la cooperación. No estaba ligada a ninguna asociación, era una estudiante de Máster en Polonia y me volví cooperante improvisada cuando estalló el conflicto en Ucrania porque quería ayudar con mis propias manos".

"Estuve en contacto con los chicos de World Central Kitchen (WCK) en la frontera entre Ucrania y Polonia. Al ser asturiana lo relacionaba con José Andrés y esperaba encontrarme con muchos asturianos, pero era gente de todo el mundo porque WCK es muy potente a nivel internacional".

A diferencia de su proyecto que, en origen, "estimaba llegar a los cuatro familiares y amigos" y que los asturianos, unidos y a través de las redes sociales convirtieron en "toneladas de ayuda". Cinco camiones trailer con sus cinco conductores partieron del Principado y recorrieron Europa hasta llegar a las zonas en conflicto. Solares escoltó un camión desde Polonia hasta la frontera con Ucrania. "En Jarkov vi niños comer legumbres de Alimerka".

A sus 25 años desechó renunciar a su Máster en política europea y retornar a la calidez del hogar. En su red de cooperación internacional participaron desde compañeros de clase hasta personas jubiladas o familias enteras. "La idea era dar una primera respuesta hasta que llegasen las grandes organizaciones, ya que por los protocolos que las rigen tardan un tiempo en poder abordar eficientemente la cuestión".

La primera semana fue "tan abrumadora" que Solares olvidaba hasta comer: "estaba pegada al móvil todas las horas del día".

Amanecía en Polonia y con los primeros rayos de sol llegaban nuevos fondos y también demandas en tropel. “Comprábamos según se necesitase. Era invierno , hacía mucho frío, pedían mantas, chaquetones, abrigos…" Un día arrancaron un coche de alquiler y arrasaron con los 40 radiadores de un comercio polaco. El tiempo voló y, una vez delegadas las tareas, Solares también abandonó Polonia con la idea de continuar aportando su "gota de esperanza en el mar de horror" que crean los conflictos bélicos.

Ahora trabaja para la Unión Europea en Bruselas, encarando la filosofía de "crear un mundo mejor" desde la renuencia que confiere la ley.

Su hermana melliza aborda el mismo propósito utilizando distintos medios. Es profesora en el sistema público asturiano, donde educa a guajinos de tres a seis años en la empatía y el respeto al prójimo. Casualidades del destino, algunos de los refugiados ucranianos que llegaron a la región han aterrizado en su aula, pero también niños palestinos y judíos que huyen del desastre y son educados en la diversidad y la tolerancia.

Llarina González

Profesora, exconcejala de IU en Avilés y cooperante en Gaza en 2014 y 2015

"Dispararon en el funeral de un joven asesinado el día anterior"

Que se conozca la verdad y que prevalezca conectó la pasión por la política y la curiosidad por el conflicto entre Israel y Palestina, en la avilesina Llarina González. A los 25 años fue cooperante en la franja de Gaza los veranos de 2014 y 2015. Viajó junto a una brigada política para conocer el día a día de israelíes y palestinos, en guerra desde 1948. Los contratiempos ya la recibieron en el aeropuerto.

"Teníamos que hacernos pasar por un grupo de turistas, por que a la mínima sospecha de que fueses periodista o activista político contrario al régimen te negaban la entrada al país". La decena de chicos del grupo simularon ser parejas gays porque "Tel Aviv se promociona como una ciudad turística para los europeos, muy LGTBI. Hace 10 años ya lo hacía pasaban mucho más rápido que las parejas heterosexuales".

Ya en territorio bélico no tardaron en toparse con los problemáticos "check points", puntos de control, que dominaban ciudadanos israelíes, repartidos por todo el territorio, que se aplicaban, casi en exclusivamente, a los palestinos que "podían ser despojados de objetos, comida y ropa, para luego ser apaleados sin motivo aparente".

Los integrantes de la brigada política de la que formaba parte González pasaban casi desapercibidos por su apariencia europea o les daban conversación. "Una forma de no levantar sospechas era vestir una camiseta de fútbol y las charlas solían derivar por ahí. Era para distraer su atención y que no se percatasen de que acompañábamos a ciudadanos palestinos".

Durante su estancia en el territorio, gracias a la colaboración con la asociación Unadikum, vivió instantes de "verdadera desesperación" ante "las injusticias". El ejemplo más terrible por su crudeza, fue "escuchar los disparos a nuestras espaldas cuando nos marchábamos del funeral de un joven palestino asesinado el día anterior". En la víspera, la brigada tenía agendada una visita al pueblo y la pospusieron por el incidente. A la mañana siguiente, el grupo se acercó al lugar donde recibía sepultura el joven a fin de presentar sus respetos. Poco antes de finalizar el entierro, el guía les indicó que debían marcharse porque como no cabía un cuerpo más en su cementerio el joven estaba siendo enterrado en la ladera de un monte cuya cima coronaban ciudadanos israelíes.

"El muchacho estaba enterrado a los pies de sus asesinos porque no había otro lugar posible. Eso me partió el corazón".

Otro aspecto que impactó a González fue la sensación de inseguridad constante. "Nunca estábamos a salvo, porque nos quedábamos en casas palestinas, campos de refugiados, casetas… y los israelíes podían venir y derribarlas cuando les apeteciese". Una ausencia de seguridad escondida bajo la engañosa apariencia de libertad.

Llarina fue la única que se atrevió a repetir al verano siguiente. A pesar de que ninguna compañía se prestó a hacerles un seguro de viaje, de no saber si pasarían el próximo check point o si iban a ser deportados, ni cómo o cuando, y de tener que esconder entre bragas y ropa sucia las fotografías que demostraban el horror que se vivía en la franja de Gaza para poder volver a España. "Llevábamos varias copias de las fotos en distintas tarjetas SD, para que no se perdiese toda la información si pillaban a uno. Al llegar a Madrid nos dimos cuenta de que habían abierto nuestras maletas y las habían registrado, supuestamente para garantizar nuestra seguridad".

A su regreso, fue concejala y portavoz de Izquierda Unida en Avilés. Ahora tiene una hija pequeña y es profesora en un instituto de Gozón. Recuerda aquellos días como un amasijo de sentimientos, con las sensaciones a flor de piel y el cariño que guarda a quienes, sin conocerla de nada, la acogieron en sus casas y la trataron como a uno más.

Jorge González

Gijonés, pensionista, recibía en la frontera polaca y traía a España refugiados ucranianos al inicio de la invasión rusa

"Los ucranianos llegaban a la frontera de Polonia pálidos y sus ojos parecían vacíos"

"La vida da muchas vueltas y nunca sabes si caerás de pie". Jorge González, "gijonés de toda la vida" tuvo su primer contacto con Ucrania varios años antes de la invasión rusa. Había dejado su trabajo a causa de una incapacitación por enfermedad y fue cuando conoció Expoacción. La asociación organizaba programas de intercambio mediante los cuales niños y niñas ucranianos viajaban a España para pasar dos meses de verano. En Expoacción participaban tanto cooperantes españoles como ucranianos. Cuando comenzaron las hostilidades, cesó su programa de intercambio por el riesgo que implicaba para cooperantes y participantes. En ese momento, González se puso en contacto con el mayor número de familias posible para conocer su situación y ofrecer su ayuda.

La gran mayoría de familias necesitaban asilo y González comenzó a organizar "el rescate".

"No fue nada fácil, fueron días de mucha inestabilidad y mucha movilidad entre los países fronterizos con Ucrania". La primera dificultad fue contratar un autobús que transportase a las familias, cruzando toda Europa, hasta llegar al norte peninsular. "Era muy caro, no podíamos estar semanas con el autobús esperando a reunir a todas las familias". Por eso, primero viajó él y una vez congregado el grupo solicitaron el traslado.

El segundo de un sinfín de impedimentos eran las comunicaciones. "Había subidas y bajadas de tensión constantemente, se cortaba la corriente eléctrica y era imposible contactar con las familias".

En los momentos de incertidumbre, González trataba de mantener la calma y aparentar seguridad para tranquilizar a quienes iban llegando. Voluntarios y ucranianos utilizaban el sistema de alertas habilitado en los teléfonos rutenos para avisar de los bombardeos y comunicar qué zonas eran "más problemáticas" y así agilizar el camino hacia la frontera.

Un momento especial para González fue cuando se enteró que habían bombardeado el hogar de una de las familias que iba a encontrarse con él en Polonia. "Los misiles explosivos cayeron sobre las doce del mediodía. Afortunadamente esta familia ya había hecho las maletas de emergencia y abandonado su domicilio en torno a las nueve". Sus conocidos se salvaron, pero "decenas de personas inocentes murieron. Una injusticia infame que supimos tiempo después".

"A veces pasábamos días sin contacto y no sabíamos si seguían vivos".

Casi 260 personas lograron acogida en España, aunque la mayoría de ellas ha vuelto a Ucrania.

González continua enviando material y provisiones. "Es vital responder a sus necesidades, mantener el contacto para saber qué es lo que hace falta". Pasado el invierno, sobran chaquetones y mantas térmicas, pero escasea la ropa fresca. Siempre hacen falta medicamentos. Tomar un ibuprofeno para el dolor de cabeza es un privilegio en las zonas de guerra. "Nos piden gasas, desinfectante, paracetamol, cosas así". Las últimas cajas que enviaron estaban repletas de linternas y pilas, objetos que suelen incluir en todos los paquetes y "nunca sobran".

González tenía 59 años cuando se embarcó en su viaje hasta la frontera de Polonia con Ucrania y su única experiencia en conflictos era "haber realizado el servicio militar junto a la Cruz Roja". Ahora tiene 61 y no olvida aquella semana, especialmente "las caras de las personas que conseguían llegar a los refugios polacos. Estaban pálidos y sus ojos parecían vacíos".

Carlos Fernández

Socio de una consultora ucraniana, presta ayuda humanitaria junto a la organización Help Ukraine

"Las situaciones más duras son las que incumben a niños y ancianos"

Carlos Fernández, gijonés de 51 años y residente en Oviedo, está vinculado a Ucrania desde 2018, cuando se convirtió en socio de una consultora del país. La invasión rusa el 24 de febrero de 2022 le pilló en Holanda a punto de tomar un vuelo hacia Kiev. Un día después, ya en España, se organizó con sus contactos para tratar de evacuar a todos los españoles posibles atrapados tras el inicio del conflicto.

En las primeras semanas sacaron a 66 compatriotas de los más de 100 de los que tenía constancia. Actualmente ha regresado por enésima vez para prestar ayuda humanitaria junto a la organización Help Ukraine, conformada por 80 ucranianos y 20 españoles que, hasta el momento, ha rescatado a casi un millar de personas que habitaban en las zonas del frente ocupadas por Rusia.

"Se esperaba una victoria rápida rusa, que Ucrania cayera muy rápido, pero no fue así", comenta Fernández. Poco después de estallar el conflicto comenzó a viajar al país. Ha pisado Ucrania 22 veces y en cada ocasión "las necesidades cambian. Evacuamos gente y prestamos ayuda humanitaria en las zonas más afectadas". Los últimos días han estado repartiendo generadores ya que Rusia atacó una infraestructura eléctrica. Tiempo atrás, la destrucción de la presa de Nova Kajovka convirtió el agua en bien de extrema necesidad.

Una de las iniciativas más esperanzadores es un proyecto en colaboración con el Ministerio de Salud de Ucrania mediante el cual se implantaron 27 ‘bots’ médicos donados por una empresa española en la zona del frente de combate. Con el apoyo de diferentes entidades, se ampliará a 300 unidades. "En las zonas del frente es un desastre. La situación es terrible. La gente sufre sin luz, agua, comida ni medicina". Su radio de actuación abarca los 2.000 kilómetros del frente desde el norte, en Chernígov, hasta el sur en Nikolaev pasando por Zaporiyia y Járkov.

Fernández señala el contraste entre las zonas con conflicto constante respecto a las zonas más alejadas, donde "se hace vida normal hasta que suenan las alarmas antiaéreas. Conforme te acercas a la línea de combate notas la tensión. No existe la tranquilidad".

Respecto a su preparación constante para los viajes de ida y vuelta entre Asturias y Ucrania, Fernández se refugia en la familia que "es lo que te da energía, aunque intentas que no se asusten. Cuando vuelves pueden magnificar lo negativo. Hay cosas que no se pueden contar".

Las situaciones "más duras" se dan cuando incumben a mayores y niños, estos últimos, en concreto, cuando organizaron un campus junto a la Fundación del Real Madrid para repartir camisetas y jugar". Más de cien jóvenes se encontraban en el campo del Metalurg de Donetsk cuando comenzó a sonar la alarma antiaérea. "Empezaron a correr de un lado a otro. Tras llevarlos a los refugios, nos dimos cuenta de que lo que debía ser un día de celebración acabó siendo un ejemplo de que su vida pende de una alarma y un bombardeo".

El conflicto en Ucrania impide tener instantes para uno mismo. "Cuando hay internet, la tablet y Netflix ayudan. En otras ocasiones, vas a tomar algo, das un paseo, pero no hay tiempo para desconectar". La alerta está activa "hasta cuando comes. Piensas en tus compañeros, en los ruidos, si ves o escuchas algo".

"En la guerra la gente está nerviosa. En los ‘check point’ se producen momentos de mucha tensión". Recuerda a Emma Igual, una cooperante barcelonesa de 32 años que evacuaba civiles del frente y murió junto a un compañero alemán tras un ataque ruso con dron en Chasiv Yar en septiembre de 2023. "Los voluntarios nunca pueden ser objetivos militares. La ayuda humanitaria no se puede negociar. Es algo para todo el mundo, es importante recalcar este mensaje". Este riesgo constante "no deja mucho tiempo para el ocio". A pesar de ello, "mientras pueda seguiré ayudando. No hay mucha gente dispuesta a hacerlo. La guerra de Ucrania parece haber pasado a un segundo plano. Sin embargo, muere gente todos los días. Hoy -por el 4 de abril- cuatro personas murieron y veinte resultaron heridas en Jarkov tras un ataque a unas viviendas. Llegaron los bomberos y un dron lo atacó. Es así todos los días y todas las noches".

Carolina Albuerne

Trabaja desde Gijón, en remoto para la organización internacional Asylos, que ayuda legalmente a los refugiados

"En Gaza vale todo: hay total impunidad y nadie está a salvo"

Carolina Albuerne trabaja desde Gijón, en remoto para la organización internacional Asylos, que hace investigación legal para aportar evidencia objetiva sobre las condiciones de los países y de las diferentes eventualidades que puede tener una persona que esté pidiendo asilo. Codirije la asociación con otra compañera desde España.

"Vine a dar a luz a Gijón antes de la pandemia y me quedé. El remoto lo ha hecho todo más fácil. Viajo una vez cada dos meses a las reuniones en Holanda en la organización. El resto es online. Llevo en Asturias cuatro años y medio".

Su carrera ha estado en el Reino Unido. No ha trabajado en emergencias en lugares en conflicto. He trabajado en apoyo de refugiados. Entiendo la realidad una vez la gente logra salir de esas zonas de conflicto. Realizo labores de primera acogida, de asesoramiento a nivel de bienestar como vivienda, servicios, acceso a salud, educación o, más específico, en temas legales".

Ya en la universidad trabajó con organizaciones que apoyaban a refugiados e inmigrantes.

"Hice filología y al estudiar literatura colonial, diáspora y descolonización y cómo se crearon los conflictos, conocí lo injusto que es nacer en un país, con un pasaporte y ser de un color u otro".

Ha llevado centros de recogida de hasta 250 personas que acaban de llegar a pedir asilo. "He trabajado apoyando a víctimas de trata y en centros de rehabilitación de supervivientes de tortura, con intervención clínica y asesoramiento de manera completa. Ayudas a que la gente pueda volver a construirse a sí misma y les pones medios de vivienda, apoyo y conciliación para familias".

El último trabajo que tuvo antes de esta organización era capacitando a otras entidades, a formase a asociaciones pequeñas para que ayuden de la mejor manera posible en la llegada de refugiados en su zona.

"Mucho con afganos últimamente porque, tras la caída de Kabul, llegaron al Reino Unido unas 18.000 personas en poco tiempo. La evacuación duro apenas semanas. creamos muchísimas herramientas para abogados, intentamos dar la mayor información posible a la gente en tránsito, sobre todo las rutas que podían tomar para llegar al Reino Unido. Fue una llegada masiva. Lo mismo pasó con Ucrania. Reino Unido, que no hizo lo mismo con Gaza, abrió un visado del que se beneficiaron unos 230.000 ucranianos".

También trabaja con refugiados en España. Muchos vienen de Venezuela, Cuba, Colombia, El Salvador o Nicaragua. En Reino Unido los países con cifras más altas siguen siendo Eritrea, Afganistán, Irán, Irak, por su puesto Sudán. Está empezando a llegar gente del Congo. Hay más mezcla de nacionalidades. En España las llegadas son menores", resume Albuerne.

Sus tareas son muy variadas: "trabajo con tribunales para calificar si alguien ha sido víctima de trata. Han cambiado los lugares de proveniencia. De las mujeres, la mayoría venía de Nigeria, Vietnam, China o Rusia, también de Etiopía o Eritrea. Los hombres procedías de Vietnam, Afganistán o China, también Estonia, Letonia, Lituania o Albania para explotación sexual o criminal. En Asturias vimos gente joven para cuidar plantaciones de marihuana.

Coordina un equipo grande que trabaja con unas 300 organizaciones basándose en las necesidades. Sólo respecto a Afganistán, coordina un equipo de siete personas que trabajan en Holanda, Reino Unido y España. Cubren las lagunas informativas o de investigación sobre ciertos conflictos o casuísticas en un país. Si viene una mujer víctima de violencia doméstica de Pakistán, hacemos un estudio, lo publicamos, lo difundimos en inglés.

"También proporcionamos informes para casos específicos. Si un abogado trabaja con el caso de un palestino apátrida a quien no le reconocen su nacionalidad y le quieren repatriar al Líbano, hacemos un informe sobre casos de apatridia y las condiciones de los palestinos apátridas en Líbano".

En Gaza la gente quiere que no les echen de allí, no es que quiera abandonar el territorio. No hay un movimiento de personas que estén pidiendo refugio o asilo en un país específico. Están intentando aguantar y se está intentando eliminar a la población palestina en el territorio. Es una guerra en la que hay total impunidad y nadie está a salvo: ni hospitales ni personal humanitario ni periodistas… Vale todo".

Tengo muchos compañeros que han trabajado en Gaza, para UNRWA, que no quieren hablar del tema o que han tenido que dejar de trabajar. Han matado a compañeros, una chica inglesa que trabajó conmigo. Es muy duro. Por los compañeros que he tenido a lo largo de los años, es algo insólito ver estos números tan altos. Los palestinos en este momento son menos importantes, menos seres humanos".

"No puedo imaginar los niveles de retraumatización que destruyen familias y generaciones a los que pueden llegar. He trabajado con familias que salieron de zonas de guerra de muchos países y son procesos. Los cooperantes también sufren retraumatización y hay reuniones de equipo en las que a veces no se puede hablar del tema. Una compañera se ha criado con palestinos en el colegio, ha estado allí muchas veces y es un tema muy difícil".

"Veremos si World Central Kitchen retoma más operaciones. No pueden poner vidas en jaque si no pueden protegerlas. José Andrés está siendo más explícito que al principio del conflicto y espero que siga usando su voz. Que es intachable en lo humanitario".

Bárbara noval

Licenciada en Derecho y Políticas, técnico en Cruz Roja de Oviedo, participó con Medicus Mundi en la ayuda a mujeres en Guatemala para la gestión del agua

"En Guatemala, las maras y la inestabilidad política dificultan las soluciones"

No había policía o red de seguridad local que amparase a Bárbara Noval en el municipio hondureño de Omoa, departamento de Cortés, frontera con Guatemala. Participó con Medicus Mundi bajo el paraguas del programa Juventud Asturiana Cooperante en 2023 para ayudar a mujeres con la gestión de recursos hídricos en la región. Durante los dos meses que pasó allí en ningún momento se sintió segura: "los atracos eran el pan de cada día. La proliferación de las maras o pandillas y la inestabilidad política hacían muy difícil buscar soluciones efectivas".

Nada de llevar pulseras o anillos y mucho menos de sacar el móvil en la calle. "Eran robos a punta de pistola, pero como la gente está acostumbrada saben el modo de proceder". El protocolo se basa en entregarle al caco todo cuanto uno lleva encima sin oponer resistencia. Al peligro callejero se sumaba el peligro de ser mujer.

"La sociedad está mucho menos concienciada sobre cuestiones de género. En la calle te chistan, te gritan o directamente te tratan como mercancía. El acoso callejero es continuo y está normalizadísimo. Una mujer no puede salir sola a la calle a hacer la compra pasadas las 5 de la tarde porque oscurece y aumenta considerablemente la posibilidad de sufrir algún tipo de agresión. No hay casi puestos de trabajo para las mujeres, relegadas al ámbito doméstico; cuidar de los niños y de la casa".

La falta de agua potable o canalizaciones es un problema al que se enfrentan día a día. "Allí me di cuenta del privilegio de abrir un grifo y que salga agua limpia, tratada y lista para beber". En el 70% del territorio hondureño el agua que sale del grifo es insalubre y solo se puede consumir embotellada.

Durante el tiempo que Noval estuvo allí se formaron tormentas muy fuertes, con posibilidad de tornarse en huracán, asolando el país y privando, aún más, de recursos hídricos a muchas localidades durante 10 días o más. "Nos duchábamos con agua de lluvia que recogíamos en cubos". Para cocinar o beber empleaban garrafas de agua "racionándola muy bien" porque las carreteras y casas estaban inundadas. Al cesar los chubascos la situación no mejoraba. "No había agua potable ni de lluvia: tuvimos que controlar el suministro de ésta última, mientras batallábamos contra las enfermedades del agua estancada. No era consciente de que pudiese ocurrir esto en el mundo". El cólera, la hepatitis A, la fiebre tifoidea o el dengue, erradicadas en Europa, derivan de la deficiente calidad del agua y ponen en riesgo la vida de habitantes de todo el país.

Noval estudió Derecho y Ciencias Políticas y dos Máster, uno en abogacía y otro en protección jurídica de grupos vulnerables. Actualmente trabaja como técnico de Cruz Roja Juventud en Oviedo, organización de la que ya era voluntaria porque siempre estuvo "muy ligada a la ayuda social, a aportar un granito de arena que haga el mundo un poco más justo y bonito".

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