Esta semana acudí a una entrevista de trabajo. Ya perdí la cuenta del número de veces que asistí a entrevistas en los últimos años, pero se pueden hacer una idea si les digo que soy joven, con un currículum dilatado en cuanto a formación, pero poco dotado de experiencia a causa de las pocas oportunidades laborales que me han brindado en mi corta vida laboral.

Durante estos últimos años he tenido que soportar todo tipo de preguntas y situaciones incómodas en las entrevistas de trabajo, como seguramente la mayoría de las personas que acuden a una de ellas, procurando cuidar esa imagen cuasi perfecta e idealizada que el mundo laboral exige de manera desmedida y evitando no corvar bastante la cerviz para no perder la poca dignidad que a uno le queda cuando se trata de rogar por una oportunidad.

La cuestión es que la última entrevista fue la gota que colmó el vaso. Duró una hora de reloj. Las preguntas sobre mis cualificaciones quedaron relegadas a un segundo plano para dar paso a un exhaustivo interrogatorio sobre mi vida personal: "¿Cuáles son tus aficiones y cuáles tus vicios, fumas, bebes, juegas a videojuegos? ¿Cómo gastas tu tiempo libre? ¿Eres sociable? ¿Quedas con amigos?" y a típicas preguntas de manual de recursos humanos: "¿Dónde te ves dentro de dos o tres años? ¿Cómo llevas el trabajo de buscar trabajo, o sea, la búsqueda de empleo?".

Sin embargo, la dignidad procuras no perderla nunca, hasta que en los últimos diez minutos de entrevista el mismo gerente de la empresa pasa a explicarte las condiciones laborales del puesto de trabajo. "Verás, en caso de ser seleccionado se trataría de un puesto sin remuneración económica. Estarías un mes a prueba, a media jornada, sin contrato laboral y, claro está, no cubriría los gastos de la Seguridad Social", tratando de excusarse diciendo que es una empresa pequeña y el trabajador al que sustituiría está aún de baja.

"No puedo aceptar las condiciones porque existe una línea que por cuestiones éticas no puedo traspasar", le contesto, "una cosa es un trabajo y otra la esclavitud. Y una persona que trabaja gratis no es un trabajador, es un esclavo", le digo.

¿Hasta cuándo estaremos dispuestos a asumir este tipo de situaciones? No podemos tolerar este tipo de situaciones ni un minuto más. Creo que es hora de que la juventud, con ayuda de las generaciones que nos preceden, salgamos a la calle para reclamar por un futuro digno, responsable y éticamente honesto.