-De la muerte es necesario reírse, no hay más remedio. Hay que tomárselo a broma.

José Luis Arrojo Vega, experto penalista, 33 años dedicado a la abogacía, le da fuego al testigo de la conversación, un cadáver de pega que, por cierto, luce peluquín. Enciende un Ducados mientras posa para Miki López. La escena es surrealista. Sonríe.

-Espero que seas tan amable de llevarme cigarrillos al psiquiátrico, porque me van a tomar por un loco.

Arrojo tiene un excelente sentido del humor. Persona culta, bien educada, le ha declarado la guerra a la vulgaridad.

-Es algo que no puedo soportar. En este mundo se están perdiendo la educación y los valores.

Por su despacho, un conjunto heterogéneo de libros y objetos, con una valiosa colección de pistolas, han pasado tantos casos y tantos clientes peligrosos que las anécdotas se agolpan. No se olvida, por ejemplo, de aquel sicario francés de madre marroquí, que le impresionó por su sangre fría y naturalidad.

-Había matado por encargo a más de diez personas. Nos citamos en una cafetería. Pocas veces lo pasé peor porque un borrachín empezó a meterse con él y a provocarlo, sin venir a cuento. El borracho no sabía con quién se metía, pero yo era terriblemente consciente de ello. Mi cliente, sin embargo, no se inmutó. Cuando ya todo había pasado, le conté mi desazón y me respondió que no me preocupase que él nunca iba a responder a ninguna provocación. Me dijo que jamás iba armado, todo lo más me enseñó una cuchilla de afeitar que llevaba en el bolsillo superior de la chaqueta para utilizarla en un caso de emergencia y rajarle a alguien los ojos. Espeluznante.

Partiendo de que todo criminal tiene derecho a una defensa, José Luis Arrojo ha encontrado el modo de conciliar el ejercicio de la profesión y sus riesgos. Cuando se trata de ciertos clientes, sicarios, narcotraficantes, etcétera, hay que saber mantener una cierta distancia.

-Un profesional del crimen, un tipo por lo demás simpático, entró en una ocasión en mi despacho y se fijó en una pistola de élite preciosa que había adquirido últimamente. Se la ofrecí para que le echase un vistazo y él no quería cogerla. Finalmente accedió, la empuñó, pero antes de marchar sacó un pañuelo y estuvo veinte minutos limpiando con sumo cuidado las huellas que había dejado en el arma. Yo, por ejemplo, no me hago cargo de maletines con dinero y esas cosas.

-¿Algún conflicto de conciencia?

-Hay casos que tienes que coger por compromiso. Me repatean los que están relacionados con los malos tratos a los menores, a los niños. Es algo que se atraganta. No puedo con ellos. A veces se trata de bebés.

-Lo de Madeleine huele mal.

-Oler, huele mal. Sí. Habría que buscarle una explicación lógica a por qué estaba en el coche. Yo, no obstante, creo que los padres no tendrían más responsabilidad que una negligencia. Otra cosa es lo que ha venido después. Estoy en contra de los juicios paralelos, pero es cierto que en este caso han sido los padres quienes han provocado esta situación.

Este hombre, entre Narciso Ibáñez Menta y Jiménez del Oso, que contemplan en la foto observando al muerto, es una persona, ya digo, cultivada. Ama a Roma. Lee fundamentalmente a los clásicos pero, al mismo tiempo, mantiene una curiosidad permanente por todo lo que se mueve. Últimamente por Stephen Hawking. No pierde de vista tampoco la teosofía y a Madame Blavatsky.

-Todas las miserias humanas tienen su origen en el egoísmo y la ignorancia.

A partir de ahí, según José Luis Arrojo, se explica todo. El crimen irracional no es más que una consecuencia de la absoluta falta de educación, del desconocimiento, de la pérdida de valores de una sociedad sin principios y en vías de decadencia.

-En esta sociedad se genera un tipo de agresividad horrible. El maltrato a los niños, a las mujeres... Ninguna civilización dura eternamente. El imperio romano, del que soy un enamorado, tuvo su decadencia. A veces salgo por la noche y sólo hay que fijarse en en lenguaje de los jóvenes, que no sólo es soez sino también preocupantemente limitado. La cultura es también un valor.

José Luis Arrojo aguarda con interés la sentencia del 11-M. Le pica la curiosidad. Opina que la instrucción del caso ha sido un desastre. Tiene confianza en el juez Bermúdez y cree que la sentencia, por la trascendencia que puede tener, estará seguramente muy amarrada.

-Habrá apelaciones.

Su opinión sobre ETA es optimista dentro de lo que cabe. Dice que más tarde o temprano la banda terrorista desaparecerá, aunque no el nacionalismo exacerbado que seguirá en manifestaciones y actos de violencia callejera.

El terrorismo está globalizado de manera muy negativa. Quedan cuatro locos que entienden este tipo de cosas como lucha armada o ideológica. Es terrorismo y las policías cada vez tienen mejores medios para combatirlo.

Los gustos de Arrojo son sencillos. De vez en cuando sale y pega unos tiros. Deportivamente hablando, se entiende. Ocasionalmente se mete en la cocina y prepara unas codornices rellenas o un pato al vermú, que es uno de sus platos favoritos. Me muestra el libro de recetas de la Sección Femenina, uno de los tratados culinarios más potables editados en este país.

La conversación se interrumpe cuando suena el teléfono, con un tono de gaita, posiblemente de su hijo, que toca en la Banda «Villa de Avilés», experto informático y un auténtico manitas. La prueba está en el esquelético maniquí que nos ha servido de testigo e inspiración. José Luis Arrojo reflexiona ahora sobre la llamada ley de violencia de género...