Saúl FERNÁNDEZ

Un mecano de hierros y andamios oculta desde hace días la casa de Eladio Muñiz, en la confluencia de las calles de La Cámara y de Cuba, uno de los tesoros arquitectónicos de la ciudad levantado con el dinero que llegaba de las Antillas cuando Avilés se bañaba en el Caribe. El palacio americano es propiedad ahora de la parroquia de Santo Tomás de Cantorbery, herencia de Josefina Balsera, la hija del comerciante Victoriano Balsera. Los andamios, explica el párroco Ángel Fernández, son la armadura para proteger el mirador del palacio, en franco peligro: «El palomar se construyó con madera y cinc; la madera está muy mal y el cinc también», asegura.

Eladio Muñiz vivía y negociaba en la isla de Cuba. Conoció a Carmen Rodríguez Villamil y se casó con ella. Muñiz encargó al arquitecto Juan Miguel de la Guardia que construyese la casa en la que el matrimonio se iba a alojar al regreso de América. De la Guardia era, por aquel entonces, un arquitecto de prestigio, había levantado, por ejemplo, la iglesia de Las Salesas en Oviedo y el mercado cubierto en Mieres. En 1903 Muñiz y su esposa abrieron por primera vez la puerta de su palacio familiar, en pleno centro de la ciudad, en el ensanche urbanizado que en aquellos primeros años del siglo XX unió por fin la villa de Avilés con Sabugo. La casa, según las escrituras, cuenta con 1.300 metros cuadrados distribuidos en tres plantas y un ático abuhardillado.

El palacio se ha convertido, con el correr de los años, en un símbolo de Avilés, que tantas cosas adeuda a los que se embarcaron rumbo a la última sombra del imperio español. En los últimos años del siglo XIX y en los primeros de la siguiente centuria, la villa sufrió una transformación monumental que sólo superaría la instalación de la factoría de Ensidesa. Empresarios como Eladio Muñiz o los Rodríguez Maribona contribuyeron a dar aire de modernidad a una ciudad que por entonces respiraba bocanadas antiguas.

La Casa de Eladio Muñiz contempla desde hace 106 años la historia de la ciudad. Ahora está convaleciente y, con el interés de la recuperación del tiempo que se fue, LA NUEVA ESPAÑA ha accedido al céntrico edificio, un tesoro en el medio de la ciudad, testigo de un siglo de cambios.

Eladio Muñiz y su esposa vendieron su casa indiana a Victoriano Balsera, que se la regaló a su hija Josefina, quien murió sin herederos. La vida de Josefina Balsera en la casa cambió de nombre al inmueble y los avilesinos, desde entonces, decidieron que la Casa de Eladio Muñiz sería el palacio de Balsera. Sin embargo, en Avilés hay otro palacio Balsera: la sede del Conservatorio y, mucho antes, la residencia millonaria del patriarca millonario. Precisamente, Victoriano y su esposa vigilan todavía hoy el recibidor de mármol del edificio, cuyo devenir continuó en paralelo al progreso de la ciudad. El párroco más carismático de la historia de Sabugo, Mateo Valdueza, trasladó su domicilio al palacio y, durante décadas, la casa indiana fue «la casa del cura», más tarde acogió las aulas del colegio parroquial de Santo Tomás, cuya historia había comenzado a mediados de siglo en el número 4 de la calle José Manuel Pedregal. «El palacio estaba rodeado de una gran huerta que fuimos vendiendo poco a poco. Gracias a eso pudimos construir el colegio», explica el actual párroco de Sabugo.

La planta segunda, la mayor, mantiene la distribución interior de la época en que todavía era colegio, cuando las habitaciones fueron aulas. Los usos actuales del edificio son variados: catequesis (350 niños de entre 7 y 9 años se preparan en la casa para recibir la primera comunión), sede de los encuentros de Alcohólicos Anónimos, de Jugadores Anónimos, de la asociación de Viudas, de Cáritas e, incluso, taller de arte. «No paramos, pero el edificio necesita mucha atención», comenta Fernández dejando atrás la capilla privada de la maltrecha casa indiana, cuya historia de más de cien años comenzó con las olas del Caribe.