Jefe del servicio de traumatología del San Agustín

Myriam MANCISIDOR

Daniel Hernández Vaquero nació en un pueblo de Badajoz (Extremadura), pero se siente asturiano de adopción. Estudió Medicina en Salamanca y se especializó en León. Luego cruzó el Pajares sin billete de vuelta. Llegó a Avilés hace 36 años con el Hospital -«Residencia sanitaria San Agustín»- en pañales. Estaba recién casado cuando le asignaron el servicio de Traumatología que dirige desde entonces. «Cuando llegué a Avilés el hospital estaba abriéndose y en nuestro servicio estuvimos tres o cuatro meses sin actividad; antes de empezar debíamos montar los quirófanos y ordenar el instrumental», asegura este hombre de pelo cano y habla pausada que inició su aventura científica junto a tres compañeros más, dos de ellos ya jubilados. A día de hoy tiene a su cargo a catorce traumatólogos más cinco médicos residentes. Además posee desde 1996 plaza de profesor titular en la Universidad de Oviedo. LA NUEVA ESPAÑA inicia con Hernández Vaquero una serie de entrevistas con profesionales sanitarios que cada día aplican la ciencia en la práctica clínica.

-¿Quién es el doctor Vaquero?

-Mis padres eran maestros los dos y decidí estudiar medicina porque cuando acabé el bachillerato en Salamanca había muy pocas opciones entre las que elegir: Derecho, Filosofía y Letras... Creo que no tenía vocación, pero tuve que elegir y de lo que había Medicina era lo que me parecía más interesante. Lo que sí tuve claro fue la especialización en traumatología. Esto fue porque hice una especie de MIR en León, en el Hospital General, donde había muy buen servicio. Me di cuenta entonces de que la especialidad era muy nueva y de que tenía mucho futuro.

-Es testigo del paso del tiempo en el San Agustín, ¿en qué ha cambiado el centro hospitalario?

-El hospital es más impersonal que antes, cuando éramos menos trabajadores y todos conocidos. Ahora llega gente nueva cada día. Aún así el San Agustín mantiene ese nexo de unión con el personal. Esta relación en hospitales muy grandes o muy nuevos es inexistente.

-¿Y cómo ha evolucionado el servicio de Traumatología?

-Nuestra realidad ha cambiado mucho. Cuando empezamos teníamos una operación a la semana y ahora tenemos alrededor de 15 o 16. Hace años poníamos y quitábamos escayolas. Hoy en día operamos: los tratamientos que se pueden hacer con cirugía hacen que el paciente evolucione más rápido. Y esto es lo que exige la sociedad.

-¿El uso de prótesis ha cambiado la forma de trabajar del traumatólogo?

-Se puede decir que ha habido la revolución de la prótesis: antes la de cadera se ponía de cuando en cuando y la de rodilla no existía. Ahora el treinta por ciento de las intervenciones quirúrgicas que practicamos son para colocar estas prótesis (200 al año de rodilla y 150 de cadera). La artroscopia también hay que tenerla en cuenta a la hora de hablar de avances: hace treinta años para operar un menisco teníamos que abrir la rodilla y hoy en día hacemos una incisión de un centímetros, metemos un tubito por un lado, una pinza por el otro y el paciente se va horas después a casa. También han mejorado muchísimo los materiales que, en nuestro servicio, derivan en gran parte de la industria aeroespacial.

-¿Qué ocurrió con las prótesis retiradas hace meses por Sanidad como posible fuente de toxicidad?

-Se trataba de un tipo de prótesis de contacto de «Johnson & Johnson» y se demostró que originaba pequeños detritus que iban a la sangre. Hubo una alarma sanitaria en América que llegó a España. Aquí, en el San Agustín, se la cambiamos a cuatro pacientes. Hoy en día las prótesis de cadera y rodilla son tan populares que están muy bien estudiadas y hay mecanismos como estas alarmas sanitarias que nos permiten controlar a los pacientes.

-Con tantas mejoras técnicas, ¿ve a un robot operando en el quirófano?

-En el San Agustín ya hacemos navegación, que es una ayuda de la informática a la cirugía. Hubo experiencias con robots pero no fructificaron. La informática nos ayuda a ser mejores pero, al final, quien toma las decisiones con lo mejor para el paciente es el médico. Y todo porque cada enfermo y cada rodilla es diferente, el quirófano no es una fábrica en la que siempre se parten piezas por el mismo sitio.

-¿Qué opina de la medicina biológica y regenerativa?

-Lo que intenta esta medicina es identificar exactamente a los pacientes y casi etiquetarlos. Con el tiempo es posible, por ejemplo, que se sepa qué enfermedades estamos predestinados a tener, lo cual es peligroso. También se tenderá a que muchas medicinas que se utilicen sean biológicas, es decir, que procedan de alguna parte de la investigación en el mismo ser humano. Esto en nuestra especialidad fue un «boom» hace cinco o seis años pero quedó en entredicho, no avanzó.

-¿Dónde quedaron los proyectos que tenía el San Agustín en cartera como la cirugía de pelvis o la propuesta de crear una unidad de ortogeriatría?

-Estamos en plena crisis y en estos momentos lo que está establecido como servicio independiente es el de mano y raquis. El resto de patologías las tratan todos los traumatólogos del centro, aunque con el tiempo y dependiendo de la patología se van especializando un poco en patologías determinadas, como el hombro. Nuestra especialidad está dividida en dos ramas: cirugía ortopédica y traumatología. Más de la mitad de nuestros pacientes son personas de más de 80 años con fractura de cadera, la epidemia del futuro. La parte técnica la tenemos solucionada: practicamos intervenciones que nos permiten que el paciente se levante de la cama a los pocos días, que se recuperen más rápido... Pero una vez que el paciente está clínicamente recuperado, ¿a dónde va?

-¿A dónde?

-Aquí tratamos con familiares que no pueden hacerse cargo de los pacientes por cuestiones de trabajo, principalmente. En el San Agustín estamos cubiertos con el Hospital de Avilés, pero en España faltan centros de mediana estancia que no sean ni un hospital de agudos como este ni domicilios donde los enfermos puedan permanecer hasta que se recuperen completamente.

-Hacia alusión al número de enfermos con fractura de cadera, ¿cómo ha cerrado 2011 el servicio de Traumatología?

-Con una actividad exagerada, estamos sobrepasados. Se hicieron 26.154 consultas de traumatología. Esto significa que cada traumatólgo del San Agustín atiende a unos 2.000 pacientes al año. Esto desvirtúa mucho las funciones del traumatólogo, que es un individuo quirúrgico y que lo que hace es operar. Las cifras de consulta van en aumento año a año y en 2012 no sé que será de nosotros. Nuestros pacientes tienen todos más de 6o o 65 años. El resto, los mínimos, entran por accidente laboral o caída. Por fortuna apenas tratamos ya a personas por accidentes de tráfico. Nuestra especialidad produce bienestar y por eso vemos a tanta gente. Fíjese, una de las preguntas más frecuentes ahora de las señoras que operamos de cadera es si podrán bailar. La sociedad está cambiando y la medicina también.

-¿Cuál es su mejor momento en el San Agustín?

-Cuando tuve a mis dos hijos aquí, en este centro.

-¿El peor?

-No tengo ninguno malo, creo.

-¿Alguna anécdota?

-Recuerdo una enferma que llegó en una camilla, no había caminado durante treinta años y le pusimos dos prótesis de cadera y dos de rodilla. Salió caminando del San Agustín... También recuerdo a un paciente que me dijo «Soy don Francisco, párroco de tal pueblo, pero no don Paquito-levántate-que-te-voy-a-limpiar-el-culo». Esto fue una lección. Puede que la vorágine de la actividad diaria nos haga olvidar que hay que ser sensibles, pero hay que hacer un esfuerzo por recordarlo.

-Como profesor de la Universidad de Oviedo. ¿Faltan médicos?

-Faltan médicos en algunas especialidades y sobran en otras. Lo más triste es el porcentaje de médicos que se marchan fuera, sobre todo a países nórdicos. Otra cosa importante que hay que hacer es incentivar la investigación con capital privado.