Ajenos a los designios de las modas dominantes en otras localidades proclives a la innovación, los Reyes Magos mantuvieron la costumbre de llegar a Avilés por mar, desembarcaron entre vítores en el puerto deportivo y protagonizaron una vistosa cabalgata de corte clásico -con carrozas, caballerías, pajes, carruajes del país para "carretar" los regalos y puñados de caramelos volando- en la que destacaron, entre otras novedades, tres bandas de tambores abriendo paso a cada monarca, otros tantos séquitos reales a cual más lujosamente vestido y un grupo de gigantescas damas, el último fichaje de los Reyes, que gracias a su talla descomunal ayudarían a Sus Majestades, ya por la noche, a subir los regalos a los pisos más altos de la ciudad.

Hubo "fresquito", sí; el termómetro cayó hasta los cinco grados. También chubascos intermitentes y ráfagas de viento helador. En lugar de venir de cálidas tierras, la verdad es que más parecía que Melchor, Gaspar y Baltasar habían llegado de Laponia, Siberia o cualquier otro punto gélido del planeta. Pero si este contratiempo meteorológico importó a alguien, bien que lo disimuló. Desde luego, los niños no objetaron nada por tener que salir a la calle envueltos en bufandas, gorros de lana y hasta buzos afelpados. Era el precio a pagar por ver a sus ídolos y en los minutos de espera a que llegara el cortejo real -pelín retrasado, por cierto-, los más traviesos hasta aprovecharon el vestuario "blindado" que llevaban para jugar a "chiscar" en los charcos de las calles. Ellos son así, criaturas.

El rey Baltasar manifestó en uno de los pocos momentos de descanso su contrariedad por la baja temperatura, cuestión que hizo reír a sus otros dos compañeros de fatigas, quienes no entendían cómo podía sentir frío con el mullido manto de pelo que eligió para abrigarse. El suntuoso vestuario de los Reyes Magos fue uno de los asuntos que más llamó la atención del público, que también dedicó alabanzas a los ropajes de los respectivos séquitos, a cual más exótico y vistoso. Una pena que la lluvia los mojase.

Otro aspecto de la cabalgata muy comentado por los espectadores fue la llegada de los monarcas al puerto de Avilés en un espectacular barco fuera borda, previo aterrizaje en el aeropuerto a bordo de un vuelo regular de Iberia. Algún suspicaz quiso ver en la lancha un alarde de ostentación, pero nada más lejos de la realidad: el yate fue un préstamo y su función era garantizar la seguridad de los Reyes en el Cantábrico embravecido, así como la rapidez en el traslado desde el punto de embarque a Avilés. No consta que el rey Gaspar, quien según ha podido saber este diario obtuvo el título básico de patrón marítimo hace pocos meses, se pusiera a los mandos del yate como gusta de hacer cuando navega el rey emérito Juan Carlos I, pero es seguro que pasó ganas.

Ya en tierra firme, las primeras palabras de los Reyes Magos fueron para tranquilizar la posible inquietud de las decenas de niños que se habían acercado a darles la bienvenida al paseo marítimo. "Traemos todos los regalos que los niños nos han pedido... y alguna sorpresa más", manifestó Melchor. El padre del niño de La Luz Marcos Pérez puso "en cuarentena" semejante afirmación cuando el crío repasó a preguntas de LA NUEVA ESPAÑA el contenido de su carta a los Reyes: "Por resumir, casi pidió todo el catálogo de Hipercor". Marcos Pérez, de seis años, asistió a la cabalgata con su amiga corverana Olaya Fernández, que confesaba haber pedido, entre otras cosas, "un estuche de pintar las uñas, un Furby y un videojuego para la consola". Ambos aprovecharon la oportunidad de salir hoy en el periódico para desear a los Reyes, en nombre de todos los niños de la comarca, "un feliz año... y que vuelvan el que viene".

Una vez que arrancó la cabalgata, nada pudo poner freno a la magia que destilan los Reyes Magos. Hasta los bebés que minutos antes hacían pucheros cansados de la espera se quedan mudos y ojipláticos viendo a los personajes del desfile moviéndose al compás del estruendo de los tambores. Hasta los abuelos que conocen de sobra el espectáculo por haberlo visto muchas veces se tornan niños por unos minutos y pugnan en la rapiña de caramelos como si fueran adolescentes.

En el barullo, nadie se fija en una pareja de inmigrantes que mira alrededor sin entender muy bien qué se celebra; si de verdad Melchor, Gaspar y Baltasar son magos, también esta mañana ellos habrán tenido su regalo, así sean unas horas de felicidad. Como las que disfrutarán los residentes en los geriátricos de la ciudad, a los que visitarán los Reyes, y las que tuvieron anoche los niños ingresados en la planta de pediatría del Hospital San Agustín, los enfermos, los más débiles, ésos por los que los Reyes existen desde hace más de dos mil años.