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Javier Rodríguez y Ana Marugán, en La Colosal.RICARDO SOLÍS

Supervivientes del comercio cercano

El cierre de Herminio, en La Muralla, acentúa el fin de negocios clásicos "El secreto es trabajar", dicen los dueños de Ultramarinos La Colosal

El comercio de proximidad mengua. Oficios tradicionales como el de zapatero o el de tapicero son ya casi anecdóticos y, año tras año, esos pequeños negocios van cerrando sus puertas. Hay casos en Avilés como el de Herminio, un establecimiento con 101 años de historia en la venta de artículos de hogar, alfombras y cortinas, entre otros objetos, que está a punto de convertirse en parte de la historia local. ¿La razón? La falta de relevo y los constantes cambios en el sector.

"En líneas generales, el comercio va mal, no como ocurría con el 'boom' de Ensidesa", señala el gerente de Herminio, Francisco Sánchez, que ha mantenido la tradición familiar en el negocio de la calle La Muralla hasta que no ha podido más. El coste del mantenimiento del local y el paulatino desgaste del sector han motivado que haya colgado un cartel en el escaparate de "Liquidación por cierre".

Otro negocio de solera en Avilés es Ultramarinos La Colosal, con 90 años de historia y siempre a cargo de la misma familia. Javier Rodríguez es el último de esta "estirpe" de tenderos y atiende el local de la calle San Francisco de sol a sol. "El secreto de mantenerse tantos años es trabajo, trabajo y trabajo. Y también ofrecer al cliente lo que busca", comenta, mientras no dejan de llegar clientes a su tienda, siempre a rebosar. Está acompañado tras el mostrador por su pareja, Ana Marugán. "Todo desaparece, nada es eterno... La Colosal morirá conmigo", señala Rodríguez, que a sus 51 años confía en jubilarse en su negocio. Eso sí, tiene pensado seguir ofreciendo mucho sacrificio. Rodríguez y Marugán llevan seis años sin vacaciones y cerrar un día, como el de San Agustín, para ambos es "como si fuera un puente".

Ambos negocios, Herminio y La Colosal, representan dos tipos de establecimientos señeros de la ciudad, que han visto cómo cambiaba una pequeña ciudad pesquera para convertirse en un bastión de la siderurgia. "Estamos aquí por nuestra buena ubicación, por no tener ninguna tienda de alimentación cerca, si hace treinta años nos colocan un supermercado cerca, quizá ya hubiéramos cerrado, quién lo sabe. Vivimos de las ventas diarias, los clientes van renovándose", señala Javier Rodríguez.

Francisco Sánchez recuerda cuando el establecimiento que ahora dirige tenía 17 empleados, tres de la familia y 14 trabajadores. "Eran otros tiempos, no había ventas por internet, ni grandes superficies,... El negocio lo montó mi abuelo, Herminio Pérez, y en un principio fue una sastrería, mi tío Herminio Pérez lo cambió para ser una tienda de hogar, alfombras y cortinas y más tarde llegó mi hermano, Herminio Sánchez. Yo llevo trabajando aquí 34 años pero desde que tenía seis o siete estoy por aquí, fue repartidor en furgoneta cuando cumplí 18,...", señala el comerciante, que aún tiene que completar dos años para jubilarse oficialmente. "Siempre tuve claro que pasara lo que pasara con el negocio, nunca iba a dejar colgado al personal y así hice", concluye el responsable de Herminio, un emblema de la calle de La Muralla que se va.

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