Síguenos en redes sociales:

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El neumático

Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

El neumático

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Elías dejó Bildeo, la casería quedó en manos de su hermana y su cuñado y él se estableció en Oviedo, donde trabajó en una empresa de reparación de maquinaria hasta su jubilación. Siguió yendo de vez en cuando al pueblo a ver a su familia, al principio tirando de autobús y caminando un par de horas ya que Bildeo seguía sin carretera.

Durante el mes de la hierba se quedaba un par de semanas para ayudar. Por lo demás, su trabajo reparando maquinaria era llevadero, ganaba un sueldo decente, compró un piso y hasta un coche, un "cuatro latas", el Renault 4 que, junto con el Diane 6, "la Cirila", eran coches considerados típicos de veterinarios, médicos y curas.

En mil novecientos setenta y cinco se abrió, por fin, la carretera al pueblo y sus visitas se hicieron más cómodas, pero no más frecuentes, no quería tener la obligación de ir ni que su familia tuviese la obligación de estar. Además, su afición por la fotografía le absorbía mucho tiempo y acentuaba su soltería. Recorrió Asturias entera sacando fotos de todo paisaje disponible, de toda persona o animal que se dejara, de toda herramienta u objeto de uso rural, hasta de las telarañas perladas de rocío en los cierres de las fincas. Participó en algunas exposiciones, firmando siempre como "De Autor Anónimo".

La carretera a Bildeo pasaba por un puente sobre uno de los numerosos ríos y Elías solía parar allí; había un par de molinos semiderruidos a los que fotografiaba el musgo de las tejas y de las piedras que algún día fueron paredes, la vegetación que lo iba engullendo todo y los carámbanos de un metro que aparecían cada invierno en perfecta formación.

Al poco de estrenar la carretera, llamó su atención una rueda de coche grande o de furgoneta en medio del cauce, en realidad era sólo la cubierta; había quedado encajada entre dos piedras grandes por delante, que la bloqueaban por delante, y una gran llábana por detrás que hacía pasar el agua por encima.

-¡Vaya, un agujero negro en el agua!

Un agujero negro que se tragaba todas las miradas. Le hizo algunas fotos y a una de ellas mereció un premio en una exposición, un accésit, el único que recibió en su vida. En visitas posteriores fueron apareciendo más residuos humanos ensuciándolo todo: una lata de aceite de motor, botellas y bolsas de plástico, el ojo de buey de una lavadora...

¿Cómo era posible sembrar tanta porquería en tan poco tiempo? Un ramalazo de ecologismo sacudió su alma y se dispuso a sacar del río aquella rueda negra que hería la vista. El entusiasmo inicial se arrugó enseguida: había que descalzarse, entrar en la corriente de agua de deshielo, sin pantalones, recoger el neumático, meterlo en el maletero y arrojarlo en el primer contenedor. Además, se estaba haciendo tarde. Lo dejó para mejor ocasión, bajaba bastante agua y podía pasar alguien y verlo en calzoncillos haciendo el gilipollas.

El río no es que fuera muy caudaloso, pero el valle que lo alimentaba era muy amplio y en ocasiones el agua era tanta que llegaba a pasar por encima del puente; gracias a las riadas periódicas, unos desperdicios tomaban el relevo de los anteriores; la lata de aceite era sustituida por un somier, en lugar de un cacho de lavadora había un garrafón, pero el neumático seguía allí, rompiendo la armonía, ofendiendo.

Lo comentó en el pueblo:

-Hay una cubierta de coche en medio del río, eso hace muy feo.

-¡Home! El que la tiró que la saque.

Elías continuó yendo al pueblo y fotografiando el neumático y su entorno; también continuaron sus escrúpulos para desnudarse y sacar aquella obscena rueda de goma que seguía año tras año contaminando el agua. Un día vio en el periódico la foto de un grupo de escolares limpiando la basura de un río, pero los chiquillos de Bildeo asistían a unas escuelas concentradas y cada vez pasaban menos tiempo en el pueblo.

De repente Elías tuvo setenta años. Llegó una vez más al puente, fotografió el neumático y, sin pensarlo, se descalzó, se quitó los pantalones y se metió en medio del río con decisión, tal vez demasiada; la corriente tenía mucha fuerza, aunque no pasaría del medio metro de profundidad; por un momento se arrepintió de aquel alarde estúpido. Le costó trabajo vaciar de piedras y arena el interior de la cubierta y desencajarla de su lugar de toda la vida; finalmente, logró sacarla a la orilla, extenuado y tiritando.

Nadie se enteró, a nadie se lo dijo. En el pueblo se habrían reído de él, pero le hubiera dado igual. El neumático está ahora en su casa, sirve de cama a un perruco que le regalaron.

Seguiremos informando.

Esta es una noticia premium. Si eres suscriptor pincha aquí.

Si quieres continuar leyendo hazte suscriptor desde aquí y descubre nuestras tarifas.