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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

La baraja del soldado

El romance que recitaban hacia 1960 en La Rebollada, en Somiedo

La baraja del soldado

El cuento de hoy, en realidad son dos: por un lado, el romance en sí, con cuatro siglos de antigüedad; por el otro, el recitado de este romance al alimón entre José y Nieves, padre e hija, de Casa Bruno, hacia 1960, en La Rebollada, Somiedo, de lo que sus dos nietos, Antonio y Mary Nieves, tomaron buena nota.

Este romance aparece en Brest, en la Bretaña Francesa, a finales del siglo XVI-XVII y se expande bajo numerosas versiones, teniendo siempre como protagonista a un soldado que puede llamarse Ricart o Andrés, en al menos cinco países y en siete regiones de España, y se mantuvo impreso y recitado hasta los años 1960.

Puede resumirse de la siguiente manera: un sargento sorprende a un soldado con una baraja entre manos durante la misa dominical y lo denuncia a su mayor: pero el acusado demuestra con gran aplomo que al profano juego se le puede dar un sentido religioso y que cada naipe de la baraja tiene su correspondiente explicación en las sagradas escrituras, con el consiguiente bochorno del sargento denunciador y la enhorabuena del mayor al soldado.

El recitado de José y Nieves, ambos fallecidos, coincide prácticamente al cien por cien con la versión que se puede encontrar en internet, con el valor añadido de los ocho versos finales que padre e hija conservaban en su memoria.

Emperatriz de los cielos,

Madre y abogada nuestra,

dadme, celestial Aurora,

términos a mi rudeza,

aliento a mi tosca pluma

para que referir pueda

a todo aqueste auditorio,

si un rato atención me presta,

un caso que ha sucedido

en Reus, ciudad rica y bella,

a un discreto soldado

en el año de cincuenta,

estando de guarnición

en ella, según nos cuentan.

Y así, confiado en vos,

sacratísima princesa,

refugio de pecadores,

fuente pura y mar de ciencia,

daré comienzo a este caso.

Atención, que ya comienza.

Es esta ilustre ciudad

dichosa, fértil y amena,

divertida alegre y rica,

apacible y placentera,

un domingo de mañana

serían las siete y media,

por cumplir con el precepto

que nos obliga la Iglesia

las fiestas y los domingos,

que es oír la misa entera,

dioles orden un sargento

a sus soldados que fueran

a cumplir este precepto

y prestaron obediencia,

donde fueron todos juntos

a la más cercana iglesia.

Estando la misa oyendo

con muy grande reverencia,

Ricarte que es el soldado

por quien el caso se cuenta,

a quien castigaba mucho

del sargento la soberbia,

en vez de un libro devoto

sacó de su faltriquera

un juego de naipes finos,

(baraja francesa era).

e hincándose de rodillas

con la su cara muy seria,

se los ha puesto delante,

como si en manos tuviera

un libro santo y devoto,

la contemplación empieza.

Los circunstantes notaron

la preocupada idea

y el sargento le mandó

que la baraja escondiera,

reprimiendo al mismo tiempo

el escándalo en la iglesia.

Ricarte atento escuchaba

las veras con que lo muestra,

y sin replicar palabra

ha continuado su idea.

Acabada ya la misa

sin que un punto se detenga,

el sargento le mandó

a Ricarte le siguiera.

Se fueron y los dos juntos,

en casa del mayor entran

a quien el sargento dio

del escándalo la queja.

El mayor muy enojado

le dio una reprensión severa

diciendo de aquesta suerte:

- ¿Qué temeridad es esa

y poco temor de Dios

escandalizar la Iglesia?

A lo que le respondió

Ricarte con gran modestia:

- Si vuestra merced, señor,

un rato atención me presta,

expondré yo mi disculpa

y dejaré satisfecha

vuestra grande corrección,

porque todo el mundo sepa

que hay lances que son forzosos

y esto ninguno lo niega.

Movido a curiosidad,

le mandó que lo dijera.

- Sepa usted, señor Mayor,

que por ser paga nuestra

tan corta que apenas basta

para las cosas primeras

que es el sustento del cuerpo,

y si algún cuarto nos queda,

nos vamos a echar un trago,

bajo este supuesto, vea

si tendrá el pobre soldado

para los libros de iglesia

y otras cosas semejantes.

Entonces, con diligencia,

sacó Ricarte los naipes

y dijo de esta manera:

- Sepa usted, señor Mayor

cómo esta baraja entera

suple en mí todos los libros

a cuya compra no llegan

mis muy cortas facultades,

por ser pocas y pequeñas.

Y empezando por el as,

que esta es la carta primera

digo cuando veo el as:

señor, se me representa

un solo Dios creador

de todas cosas diversas.

En el dos, el Nuevo y Viejo

Testamento se me acuerda.

El tres, que son tres personas

y una sola Omnipotencia.

El cuatro, me hace pensar

y es preciso que lo crea,

en los cuatro Evangelistas

según la Escritura enseña

que son: Juan, Lucas, Mateo

y Marcos por cosa cierta.

En el cinco, hago memoria

de cinco vírgenes bellas

que delante del esposo

con lámparas se presentan

y así pudieron entrar

en la sala de la fiesta.

El seis, que Dios creó el mundo en seis días, cosa cierta.

El siete, que descansó

por cuya causa primera

deben todos los cristianos

guardar los días de fiesta

y especialmente el domingo,

en oración santa y buena.

En el ocho, considero

las ocho personas buenas

que del diluvio escaparon

por divina Providencia

que fue Noé y su mujer,

sus tres hijos, prendas tiernas

de su grande corazón,

con sus tres esposas bellas.

Llegando al nueve, me acuerdo de la cura de la lepra

de aquellos nueve leprosos,

que entre todos uno hubiera

que por tantos beneficios

gracias al Señor le diera.

El diez, me hace pensar

y a la memoria me lleva,

todos los diez Mandamientos

de nuestra Ley verdadera.

Así que acabó Ricarte

con grandísima cautela

de pasar las cartas blancas,

y así que a la sota llega,

la pasó sin decir nada.

Se dijo: "ocasión es ésta

para poder explicar

a mi Mayor esta idea"

Y mostrándole la dama

que en la baraja francesa

es lo mismo que el caballo,

le dijo: la dama esta

es la hermosa reina Sara

que vino con gran presteza,

de la otra parte del mundo ,

solo por ver la gran ciencia

del sabio Rey Salomón,

que fue grande, según cuentan.

En el rey, recapacito

que hay un Rey de cielo y tierra,

y que debo servir bien

a su divina grandeza.

Aun me extendería más,

si no me turba la idea:

en las cincuenta y dos cartas

de esta baraja francesa,

trescientos sesenta y cinco

puntos se incluyen en ella,

el número de los días

que entre sí el año encierra,

las cincuenta y dos semanas

que doce meses completan.

De modo que la baraja

me sirve de oración buena,

de libro de Biblia Sacra

para en estando en la Iglesia,

de almanaque y catecismo

y de oración muy perfecta.

Así que acabó Ricarte

de referir esta idea

dijo el Mayor:

- Yo he notado

una cosa y bien quisiera

que tú me la declararas.

Y Ricarte dio en respuesta:

- Diga usted, señor, que yo

la diré como la sepa.

- ¿Por qué la sota has pasado

sin que de ella me dijeras

ni tan solo una palabra

como si carta no fuera?

A lo que le respondió

Ricarte con gran modestia:

- Si vuestra merced, señor,

un rato atención me presta,

y prometéis no enfadaros,

diré luego lo que queda

de la sota. Y el Mayor

le mandó que lo dijera.

Entonces sacó la Sota

y dijo de esta manera:

- Esta sota la comparo,

sin que nadie lo desmienta,

al hombre más ruin e infame

que crió Naturaleza,

que es el sargento que aquí

me trajo a vuestra presencia,

pues es el que me castiga

siempre a diestra y a siniestra,

aunque yo no tenga culpa,

que es lo que más me molesta.

Quedó admirado el Mayor

de tan ingeniosa idea

y a Ricarte regaló,

para que a su casa fuera,

cuatro doblones de oro

y le otorgó la licencia.

Así que tuvo el dinero

y orden para que se fuera,

saliose de la ciudad;

y el sargento allí se queda,

maldiciendo su fortuna

sólo por ver la cautela

con que Ricarte explicó

a su Mayor esta idea:

que siempre le castigaba

aunque culpa no tuviera.

Llegó el soldado a su casa

y a sus parientes les cuenta

lo que le había pasado,

de lo que mucho se alegran.

Y el poeta a vuestros pies

pide perdón por la idea,

y encarga a los circunstantes,

y dice, porque lo sepan,

por si alguno lo ignorase,

que la baraja francesa

se compone de As y Dos,

según consta en experiencia;

del Tres, el Cuatro y el Cinco,

que en olvido no se quedan;

El Seis, el Siete y el Ocho,

Nueve y Diez por cosa cierta.

La Sota, la Dama y el Rey,

que éste es la carta postrera.

El que quiera que lo crea

y el que no, tiene el remedio:

que tome el tren cuando guste

y vaya a Reus a saberlo.

Si alguno va allí, buen viaje,

que yo en mi casa me quedo.

Salud y muchas pesetas,

y aquí se acaba este cuento.

José y Nieves Suárez

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