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Los veteranos de "la Local" cuelgan el uniforme

Los primeros agentes prejubilados de Avilés dejan el puesto "con ganas" pero con nostalgia: "Somos una familia que viste de azul"

Carlos Borrego, José María Penín, Ginés Muñiz y Luis Enrique Martínez, frente a la sede de la Policía Local. J. RUS

La de José María Penín Rodríguez fue la última cara amiga que vio una joven estudiante candasina. Él no recuerda el día, tampoco el año ("Fue en la década de 1990"), pero tiene grabado aquel momento, aquel rostro, como si hubiese sucedido ayer. La joven "iba a coger el Carreño" cuando un tren la arrolló en el apeadero de la Feve. Penín Rodríguez, policía local de Avilés, fue de los primeros en llegar al lugar del accidente. "Pasaron quince o veinte minutos hasta que llegó la ambulancia. Estuve con ella hasta que falleció. Lo tengo marcado y me acuerdo muchas veces de ella. No olvido su cara", relata el agente. Su compañero Carlos Borrego tampoco ha conseguido olvidar otro brutal accidente en el que intervino: "Un crío de 16 años. Iba en moto por Gutiérrez Herrero. Un coche le dio por detrás. Le partió la cabeza". En otro, una de las víctimas era el hijo de un compañero. Tiene que parar el relato. Llora.

Lo más complicado del policía es dejar lo vivido en la calle al quitar el uniforme, separar el trabajo de la familia. Así lo aseguran los agentes veteranos, los primeros que se han acogido ya al adelanto de la edad de jubilación que ha entrado en vigor este año. Catorce están ya retirados. LA NUEVA ESPAÑA ha reunido a cuatro de ellos, todos "de la segunda promoción de la democracia", que resumen en poco más de una hora de conversación casi cuatro décadas de profesión. Toda una vida. José María Penín Rodríguez, Carlos Borrego Sánchez, Ginés Muñiz Menéndez y Luis Enrique Martínez Gómez son ya "veteranos de la policía local de Avilés". "De jubilados, nada, somos veteranos", subrayan los cuatro.

Los cuatro vistieron por primera vez el uniforme cuando solo eran unos chavales, recién cumplidos los veinte. Son los agentes que regularon el tráfico en Avilés cuando el único semáforo en funcionamiento era el del Colón, los que casi a diario acudían a la Variante por un accidente de tráfico con fallecido, los que peinaban la calle cuando los yonquis la tenían tomada por su adicción a la heroína, cuando las alcoholemias eran "borracheras impresionantes". Son, en suma, la memoria del Avilés reciente. Cada uno tiene su historia, una historia que es en realidad la de una gran familia. "Somos una familia que viste de azul. Ya lo echo de menos. No el trabajo, a la gente", reconoce Ginés Muñiz.

Él era tornero, su empresa cerró y un amigo (Arturo Alba) le animó a presentarse a una convocatoria de empleo para la Policía Local. Estaba recién casado. Le esperaba un sueldo fijo a fin de mes. Primero trabajó a pie y en 1990 se subió por primera vez a la moto, una Vespa en la que recorría los barrios. Hace pocos días se bajó de una Suzuki VStrong 650, después de una carrera de 38 años y seis meses.

A Ginés le tocó la época de erradicación del chabolismo. "Fui el guardia de la ciudad promocional de Valliniello", dice sonriente. Y recuerda la dureza de las décadas de 1970 y 1980, cuando la heroína hacía estragos y había detenidos todas las noches. "La droga mató a mucha gente. Muchos de mis amigos quedaron por el camino. Soy del Nodo pero me crié en La Luz. Más de la mitad de mi generación se marchó", relata.

Cada agente lleva marcado su peor momento. "En mi caso fue un atropello de tren, una señora en Los Canapés. Al salir de la curva, el maquinista se la encontró de lleno. Estaba de rodillas, rezando", prosigue Muñiz Menéndez.

En 1982, el año de Naranjito, se incorporó a la plantilla municipal el cazurro José María Penín Rodríguez, avilesino desde los siete años. Iba para secretario del Ayuntamiento, pero la oposición tardaba tanto en salir que fue para policía local. Empezó patrullando los barrios y regulando el tráfico cuando era un auténtico caos. "El turno de la mañana era impresionante con Ensidesa en plena ebullición, exagerao. En media hora pasaban por Los Oficios 3.000 vehículos. Estábamos allí desde las 7.00 hasta las 8.30 de continuo regulando, sin reflectantes, esquivando coches. No había semáforos ni nada. Tuve suerte de ascender enseguida", explica. A los dos años ya era cabo, sargento en 1992 y pasó a inspector con la ley de coordinación.

Dice Luis Enrique Martínez Gómez que acabó de municipal "por casualidad". Tenía 22 años. "Estábamos todo el día en la calle. Entonces no había ni walkies. Si había algún problema tenías que ir a la cabina de teléfono y echar un duro. Cuando empezó la brigada especial, el germen del 092, la gente pensaba que no teníamos ni balas en las pistolas. Fuimos los primeros agentes de seguridad ciudadana. En aquellos furgones hacíamos de todo: atestados, diligencias...", cuenta.

En aquellos años la siniestralidad vial era una auténtica lacra. La Variante era uno de los puntos negros con más fallecidos de toda la red nacional. "No parábamos de recoger a gente destrozada en accidentes. La ambulancia éramos nosotros. La camilla iba en el furgón. Muertos en la variante, la tira. ¿El peor trago para mí? Un niño atropellado en Fernández Balsera", relata siguiendo el guión de sus compañeros. Él mismo fue víctima de un accidente de tráfico que lo mantuvo retirado de la calle una temporada: "Me llevó por delante un individuo con una furgoneta. Yo iba en Vespa, acabé contra un muro. Cogí miedo y patrullé a pie durante una buena temporada".

Carlos Borrego, natural de Villalegre, cambió a los 21 años el mono de trabajo (era pintor de obra) por el uniforme. Patrulló durante quince años en el 092 y los últimos 24 los pasó en atestados, el departamento que menos suele agradar a los agentes. Y "cómo cambió la cosa" desde aquel 1994 hasta ahora. "Trabajábamos con máquinas de escribir, hacíamos los croquis de los accidentes con papel, lápiz y escuadra. Teníamos que revelar las fotos en un cuarto oscuro. Me tocó todo el cambio a la informática, ahora todo es distinto. El trabajo de policía es un reciclaje continuo", explica.

Los cuatro reconocen que "por una parte" tenían "unas ganas locas de marchar", pero por otra les cuesta alejarse de sus compañeros. Ginés lo argumenta así: "Son 38 años. Creas dos familias, la tuya (que es la gran olvidada) y la otra, que es ésta. Tuve la suerte de tener de compañera los últimos cuatro años a una chica (un cielo, Sarai). Si hay alguien que me ayudó muchísimo, fue esa pequeñaja. Somos una familia que viste de azul y ya la echo de menos. Y un policía lo es toda la vida".

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