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CONCEJO DE BILDEO | CRÓNICAS DEL MUNICIPIO IMPOSIBLE

Lolo Traviesas

La tenacidad de un hombre para revalorizar su patrimonio

Lolo Traviesas

De nuestro corresponsal, Falcatrúas

A partir de mil novecientos cincuenta y algo, Bildeo experimentó una desbandada de jóvenes hacia Avilés, en busca de trabajo "a pico y pala" en la siderúrgica Ensidesa. Pocos años después, una segunda ola emigratoria se llevó algunos bildeanos más y Europa se inundó con más de tres millones de españoles.

Aquellos españoles, ahora viejos, llenaron una época heroica de mucho trabajo y poca diversión, trajeron muchos millones de divisas, sostuvieron familias, compraron pisos "para cuando volvieran" y dieron buen rendimiento a las fábricas de varios países.

Entre los primeros en escapar para Avilés estaba Manuel Garrido Caunedo, hombre recio, en sus treinta pletóricos años, y con él, su joven esposa, Maribel Alba Fernández, y dos chiquillos de dos y cuatro años. Al ser de los primeros en cerrar la casa de Bildeo, el ganado y las fincas todavía valían algo, vendieron, arrendaron y juntaron un dinero que les permitió comprar una casa de aldea cerca del embalse de Trasona, a unos seis kilómetros de Avilés; la inmensa mayoría de los miles de trabajadores que llegaban de todas partes de España no tenían casa, ni posibilidad de comprarla, porque no había. La que compró la pareja estaba algo apartada pero tenía un buen prado en el que enseguida cultivaron una huerta y habilitaron el pajar y el hórreo para sacar dos viviendas, que alquilaron durante unos años a sendas familias.

Después de mucho encofrar en la empresa Entrecanales, ingresó en Ensidesa hacia 1960 y fue destinado a un taller mecánico. La vida les iba bien; mucho trabajo, sí, pero entre el sueldo, los alquileres y lo que sacaban de la huerta, no podían quejarse.

Manuel, "Lolo", siempre estaba maquinando la manera de hacer dinero y se le metió entre ceja y ceja que la casa, debidamente reparada y adecentada, podría proporcionarles un capital, pero primero había que gastar mucho en ella: quería convertir una casa con prado en un chalé con finca, que no es lo mismo.

"No es lo mismo", sostenía nuestro hombre, se lo había escuchado a otros más leídos: si hablas de "una casa", sin más, das a entender una construcción corriente, sin nada que destaque, excepto el mal gusto, con un tendejón destartalado por un lado, un garigolo con tejado de uralita por el otro? Y si hablas de un prado, parece que estás refiriéndote a un cacho de monte bien empinado, rodeado por una pared a medio caer, unos palitroques cerrando la entrada, con hierba que pacen unas vacas mientras van dejando montones de cucho.

Un día, cerca del taller donde trabajaba, vio unas montañas de traviesas en un parque de materiales, ideales para cierres de fincas.

-Están a la venta porque las sustituyen por traviesas de hormigón y las de madera las venden en un departamento que se llama "Ventas atípicas".

Lolo se fue enterando de más cosas: que eran de roble y de pino principalmente, impregnadas de creosota, una sustancia similar a la brea; que la medida normal para ancho Renfe era de 2,60 metros y que eran eternas. La transformación de su casa en un chalé empezaría por ahí.

-Con esas traviesas puedo cerrar la finca para toda la vida.

Cubrió los papeles habilitados por la empresa para comprar esos materiales y consiguió 200 traviesas a buen precio, cuyo coste le descontarían en la nómina. Con la complicidad de un amigo empleado en aquel parque de materiales, pudo seleccionar "un poco" las mejores entre los miles que había allí.

-¿Y cuándo traes el camión para llevarlas?

-No necesito camión, las llevo yo al hombro.

-¡Pesan más de ochenta kilos!

-Llevaba yo el doble en Bildeo y por peores caminos; además, Trasona está cerca.

-¡A cuatro kilómetros, animal!

-Cada día, al salir de trabajar, paso por aquí y me llevo una; cuando me toque descanso, haré dos viajes.

A partir de aquella hazaña, "Lolo Traviesas" le quedó. Llegaba al parque, colocaba una almohadilla que traía para acomodar el madero en el hombro, lo equilibraba ayudándose con un mango largo de hacho que apoyaba en el otro hombro y pasaba por debajo de la traviesa. Y arrancaba, sin posar la carga hasta llegar a casa, saludando a los asombrados guardas jurados. Una atracción a lo largo de todo el trayecto durante los meses que echó de transportista; la gente lo aplaudía y jaleaba, hasta salían de los bares para verlo. Él saludaba sonriendo y sudando la gota gorda.

-La gente aplaude aquí como en Bildeo cuando uno hace una "hombrada"- pensaba él.

¿Recuerdan el chiste del gitano que llevaba al hombro un cacho de raíl recién robado? Viéndolo tan agobiado por la carga, alguien le dijo piadosamente "Dios le ayude, buen hombre". Y el gitano masculló: "Si me ayuda Dios, acabo con la Renfe".

Lolo trabajó de lo lindo espetando aquellos maderos en el terreno y le sobraron cien, que vendió por lo que le habían costado los doscientos. Unos años después, vendieron el chalé con finca, compraron un piso en Avilés, repararon la vieja casa del pueblo y ya forman parte de la población flotante entre la ciudad y la aldea. Sí, aquella fue una generación heroica.

Seguiremos informando.

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