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La penuria de los inmigrantes: “Hasta tomar un café es un lujo”

Varias familias atendidas por Cáritas en Piedras Blancas relatan las dificultades a las que se enfrentan para abrirse camino e iniciar una nueva vida en Asturias

Beatriz Cabaña, a las puertas de Cáritas. | Luisma Murias

Suena el despertador, como cada mañana, y empieza un nuevo día. Unos emprenden rumbo a sus puestos de trabajo, los estudiantes acuden a sus clases y quien más y quien menos hace sus quehaceres rutinarios, cualesquiera que sean. Unas rutinas diarias que para unos son más fáciles de afrontar que para otros.

Cuando sale el sol, una de las que no lo tiene nada fácil es Beatriz Cabaña, de 46 años. Natural de un pequeño pueblo de Paraguay llamado Fernando de la Mora, Cabaña llegó a Gijón el 26 de julio de 2017. Dejó atrás a sus siete hijos en busca de una oportunidad laboral. “La situación económica en mi país era ruin”, lamenta. Llegó a Asturias en un contexto alejado de la pandemia, cuando, según explica, “había más oportunidades que ahora en el trabajo doméstico”. Recién llegada se tuvo que conformar con “algún que otro trabajo temporal”. Su familia al completo, con la que tiene contacto diario a través de aplicaciones móviles, está en su país de origen. Además de ser madre de siete hijos, también es abuela de un niño de cuatro años al que aún no ha conocido. “Me estoy perdiendo mucho, pero pongo en una balanza lo que gané y lo que perdí, y el resultado es que están comiendo, estudiando y saliendo a flote”, cuenta entre lágrimas.

Con tesón, coraje y valentía, Cabaña continúa con su vida en España como puede, entre otras cosas gracias a la ayuda desinteresada de Cáritas. Tal y como reconoce, ella no gasta aquí, en Asturias, pero sí lo hace a distancia en su país. “No puedo gastar un euro en una taza de café y estar tranquila. En mi país, ese euro equivale a más de 8.000 guaraníes, el precio de un desayuno. Estaría privando a mis hijos de desayunar”, lamenta la paraguaya, que continúa: “No compro ropa, no voy a la peluquería, no compro zapatos. Cómo me voy a comprar unos zapatos sabiendo que con ese dinero mi familia puede comer durante al menos cuatro días”.

En Paraguay estaba a cargo de sus siete hijos, a los que sostenía con un salario de 200 euros mensuales. A día de hoy, reconoce que aún no sabe cómo fue capaz de sacarlos adelante en esas condiciones: “El ser humano tiene una capacidad que a veces a uno mismo le sorprende, pero tiene que haber amor y voluntad”. Gracias a su esfuerzo, sus descendientes van logrando labrarse un futuro. “Son todos titulados: en marketing, en economía, en nutrición, en mecánica...”. Sin embargo, todos están parados a la espera de una oportunidad laboral, la cual ni llega ni se le espera en su país.

Por la izquierda, Mabel Menéndez, responsable de acogida en Cáritas Piedras Blancas, y Martina Sampedro, la directora, atienden a Carlos Javier Álvarez y Norma Belisario de Álvarez. | Luisma Murias

Desde que Cabaña llegó a España no ha pasado ni un solo día en el que no haya pensado en regresar a su lugar natal, junto a su familia. “Si el paraguayo emigra no tarda en volver a su casa. Lo hace en un plazo de entre seis meses y un año. Hasta yo me asombré de mi situación”, asegura Cabaña, quien sabe en carne propia lo que cuesta ser emigrante en España: “Hay que ponerse en nuestro lugar; salimos de nuestras costumbres, de nuestras casas, de al lado de nuestras familias. Ya de por sí es muy duro como para encima sufrir discriminaciones”.

La pandemia no ha ayudado en ese sentido. Desde su llegada a España, la paraguaya ha visto frenado sus trámites burocráticos: “El sistema funciona mal. No puede ser que lleve más de cuatro años sin poder mover un papel”. Lo único que demanda es una vida tranquila, lejos de persecuciones por venir de un país diferente. “Queremos cotizar, aportar, una vida normal. No estar pendientes de si la policía viene a pedirte la documentación, si podemos o no viajar...”, lamenta Cabaña, quien no teme trabajo de ningún tipo. En Asturias ya ha tocado todos los palos, desde trabajos domésticos hasta el cultivo de patatas en el campo, el cuidado de caballos o la limpieza de praos: “Yo no tengo miedo a nada”.

Martina Sampedro conversa con Carlos Javier Álvarez y Norma Belisario de Álvarez en el local de Cáritas en Piedras Blancas. | Luisma Murias

Otra de las familias que reciben ayuda por parte de Cáritas parroquial de Piedras Blancas es la formada por la familia venezolana Belisario de Álvarez. El “alma” de esta unión familiar es Norma Belisario de Álvarez, de 52 años, la madre de Carlos Javier Álvarez, de 19 años. Nativos de la ciudad venezolana de Maracaibo, llegaron a Asturias debido a las raíces asturianas del abuelo paterno de Carlos Javier, que emigró a Venezuela en la década de los 60. Lo hicieron de forma escalonada ante la insostenible situación en su país de origen. El marido de Norma y padre de Carlos Javier fue el primero en aterrizar en el Principado, el 4 de marzo de 2018. Le siguió su hijo, el 5 de septiembre de ese mismo año; y su mujer, el 15 de marzo de 2019. “La situación económica no la llevábamos del todo mal, pero hubo un momento en el que decidimos que teníamos que salir del país porque la sensación de inseguridad era altísima”, explica la mujer con la voz entrecortada.

En el momento en el que dejaron atrás al resto de su familia, la realidad en Venezuela, según recuerdan, era la siguiente: “Lejos de un futuro próspero, el país presentaba una inestabilidad económica, laboral e inseguridad de toda clase. Mucha gente pasó a dedicarse a la delincuencia”. Llegó un momento en el que el desabastecimiento era “insostenible”. “No queríamos que nuestro hijo se acostumbrara a vivir en la miseria y por eso decidimos emigrar”, reconoce Norma Belisario de Álvarez, desesperada porque “estar preocupado y pendiente las 24 horas del día no es vida para nadie”. Su marido era abogado en Venezuela, pero no logró convalidar el título en España. Ahora ella trabaja en una empresa de limpieza, él como escanciador de sidra en una conocida cadena de restaurantes y el pequeño de la familia cursa su primer año en la Escuela Politécnica de Ingeniería de Gijón (EPI), en el grado en Ingeniería de Tecnologías Industriales. “Ya solo nos queda obtener la nacionalidad, que es los que estamos aguardando”, señala la madre de la familia.

Sin embargo, aunque el futuro inmediato no se atisbe nada malo, los inicios no fueron nada fáciles. “Mi marido cayó en depresión. Sufrimos discriminaciones por nuestro lenguaje, por pronunciar palabras típicas de nuestro país”, clama la familia Belisario de Álvarez.

En Venezuela vivían en el foco de las protestas políticas, incluso, según comenta, “el humo de las bombas lacrimógenas llegaba a nuestro apartamento”. Cuando lograron reunir la cantidad adecuada de dinero decidieron irse de allí: “Lo vendimos todo y nos fuimos. Lo apostamos todo a una mejor vida”. No obstante, también dejaron atrás muchas cosas, entre ellas al resto de su familia. Les mandan recursos cada vez que pueden y –al igual que Beatriz Cabaña– “no me tomo un café en la calle pensando en lo que les estoy quitando”, remata Norma.

Dos de cada cinco familias que reciben ayuda son extranjeras

Cáritas parroquial de Piedras Blancas, formada por las de San Martín de Laspra, San Miguel de Quiloño y Pillarno, atendió en 2021 a un total de 36 familias en situación de vulnerabilidad. Del total, 14 hogares recibieron ayuda por primera vez y ocho ya la recibían desde 2019 o antes. De esas 36 familias, cuatro no tenían ningún tipo de ingreso, nueve percibían un salario social, ocho el Ingreso Mínimo Vital, cuatro tenían ingresos procedentes del trabajo y once hogares recibían otro tipo de ingreso. El 40% del total –dos de cada cinco– fueron hogares formados por inmigrantes: uno de Venezuela, uno de Colombia, uno de Rumanía y nueve de otros países de América.

“Ahora recibimos a personas bloqueadas por facturas de la luz”, señalan desde Cáritas

La ONG de la Iglesia considera que la demanda de apoyo se mantiene estable, “pero el que solicita ayuda está en una situación muy difícil”

En abril de 2020, con el virus recién llegado a España, Sonia Artime, responsable de Cáritas, advertía: “Lo peor está por venir”. Desde entonces, la ONG de la Iglesia no ha dejado ni un solo día de curar las heridas económicas causadas por el coronavirus en la comarca. En el año “cero” de la pandemia, Cáritas Arciprestal trabajó con 1.792 personas de 757 hogares. Del recién finalizado 2021 aún no hay cifras globales, pero los técnicos de la entidad señalan: “No ha habido una avalancha de solicitudes de ayuda, más o menos se mantiene estable el número de familias que recurren a nosotros. Pero sí apreciamos que los que requieren ayuda están pasando por situaciones muy complicadas”.

Aprecian desde Cáritas, también, un cambio de la demanda de ayuda: “Antes se centraba en la alimentación, no porque fuera la única necesidad sino porque las demás se cubrían de otra manera. Ahora ha aumentado la demanda por suministros y vivienda: la gente viene bloqueada por facturas de la luz con cantidades muy por encima de lo que estaban acostumbradas a pagar o con recibos acumulados que les desbarataron su economía”.

Advierten también desde la entidad de la precariedad laboral: “Hay personas con trabajo que precisan ayuda porque con su sueldo son incapaces de hacer frente a los gastos”. Ponen un ejemplo, aunque no es el único: “Hay autónomos ahora con deudas con Hacienda, con la Seguridad Social e incluso a nivel municipal que están limitados por esta razón para recibir ayuda porque quedan fuera de cualquier prestación”.

Otro caso que están notando los responsables de Cáritas en Avilés: “También estamos viendo casos de personas que han empezado a cobrar el Ingreso Mínimo Vital pero que no reciben lo que les correspondería y, a veces, es menor que el salario social que estaban cobrando. También tenemos problemas con penalizaciones a familias que estaban con el ingreso mínimo y el salario social”.

El perfil de las personas que acuden a Cáritas es variopinto. La ONG se ha convertido en los últimos meses en el flotador de muchas familias avilesinas que sufren la factura de la pandemia. El colectivo, precisamente a causa del covid, también debió modernizarse casi a la velocidad de la luz: un ejemplo es que la entidad prácticamente ha dejado de dar vales para comida y ahora realiza ingresos por un sistema de mensajería instantánea. Y, aun así, no han dejado de dar pasos adelante.

Por ejemplo: han aumentado las plazas de la red de hogares para familias o personas a título individual con recursos económicos muy escasos y con riesgo efectivo de desahucio o con viviendas sin condiciones mínimas de habitabilidad.

La entidad tiene dos pisos abiertos en La Magdalena –cada uno de ellos con tres plazas– y otro en Villalegre, con otras tres plazas. En el programa de red de hogares de Cáritas tienen prioridad las familias que cuenten con menores o personas dependientes entre sus miembros. La ONG cuenta en la comarca también con la casa de acogida para personas sin hogar “Luz Rodríguez-Casanova”. En este caserón de Valliniello viven 16 personas que no tienen donde dormir. 



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