Entrevista |

"Cuando compras una entrada de teatro estás comprando una reunión y cuando compras un libro, compras soledad", dice Rodrigo García

"Me dije cuando regresé a mi casa de Montpellier que tenía que volver a mi rutina de lecturas porque si no lees, ¿qué vas a escribir?"

Rodrigo García, en el Niemeyer, con "El abrazo" a sus espaldas.

Rodrigo García, en el Niemeyer, con "El abrazo" a sus espaldas. / S.F.

Saúl Fernández

Saúl Fernández

Rodrigo García (Buenos Aires, Argentina, 1964) es uno de los dramaturgos más importantes de la escena contemporánea internacional. Tiene el premio “Europa a las Nuevas Realidades Teatrales” que lo certifica, pero también cuarenta espectáculos producidos desde que llegó a Madrid desde su país de nacimiento hace treinta y tantos años. García le dio un meneo al teatro español y europeo en los noventa y su sombra se ha visto clarividente en el teatro actual  más “mainstream”. Y eso le divierte. García atiende a LA NUEVA ESPAÑA en las oficinas del Centro Niemeyer. Habla con morosidad de su historia verdadera, razona sobre el ser del teatro. Y lo hace ahí, delante de “El abrazo” de Juan Genovés que se quedó en Avilés para siempre. Esta noche, a las 20.00 horas, vuelve a la escena asturiana. Pone “Cristo no está en tinder” en el auditorio de la ría.

-La última vez que se le vio en Asturias fue en La Laboral, cuando la dirigía Mateo Feijoo.

-Seguramente. Sí. Se llamaba “Versus”.

-Estamos hablando de hace tiempo.

-Soy muy malo para las fechas: nunca me acuerdo. Claro que sí, ¿quince años? En la página web están los datos [sí, es 2008].

-¿A qué cree que es debida esta tardanza?

-Bueno, cada teatro tiene una línea de programación y unos gustos. Y, además, hay muchos artistas. No tienen por qué contratar mis obras. Sí que es una pena no poder trabajar aquí en casa, con el público de los paisanos, pero, insisto, cada teatro tiene una línea de programación particular. Yo dirigí un centro dramático nacional en Francia. Yo sé lo que es eso. Yo sé que al final tú traes a las compañías, a los artistas que te gustan… y, a veces, no sólo que te gustan, a las que…

-¿Le reclama el público?

-Sí, sí… depende, ya digo, de tu línea de programación, de lo que pienses. Yo soy totalmente desconocido en Asturias.

-¿Qué le trajo por Asturias, precisamente?

-Bueno, cambié de vida. Hace ya también una pila de años. Dejé Madrid, donde había vivido dos décadas y me vine a vivir a una aldea. Hace tiempo ya. Y lo que me trajo: nada en especial. Yo soy así: de pronto me dio, no me lo pensé demasiado. Y me salió bien. Si bien Madrid es una ciudad a la que quiero muchísimo, viví maravillosamente la época que me tocó estar allí: llegué a Madrid en 1986, una época muy interesante. El cambio así tan radical de pasar de una gran ciudad a una aldea, mire, yo creo que la edad hace que esto sea pasable. Llega una cierta edad, al menos en mi caso, en que las distracciones, más o menos, te las puedes apañar en tu casa: mis libros, mi música, mis películas… No tengo necesidad de salir de bares, pero también me refiero a la cultura: no tengo necesidad de museos, de la exposición, del concierto de música clásica, que es algo que me gusta mucho. Ya menos. Lo sigo haciendo: tengo un coche y existen los aviones, pero sí que encontré un buen lugar en Asturias.

-¿Para la paz y el sosiego?

-Sí, pero es muy difícil porque esa paz y sosiego la tienes que redescubrir en ti, porque si tú estás hecho un demonio y vas a un sitio donde hay paz y todo se empeora. El demonio se vuelve más loco todavía. Al menos en la ciudad tienes tantas distracciones que igual el demonio aparece menos veces que en una aldea como en la que vivo: de cuatro o cinco vecinos.

-¿Y sus vecinos saben que es una figura del teatro contemporáneo?

-No. Nadie sabe. Ni tampoco en Infiesto. A ver, soy un tipo que se dedica al teatro y que va y viene y que no se entiende muy bien qué hago… Pero me gusta estar ahí, con los paisanos viendo el fútbol o tal y cual. Nunca les doy…

-Juan Mayorga confesó en la presentación de “Cristo está en tinder” que sin haber conocido las obras de usted, él no hubiera escrito algunas de las suyas.

-Todos tenemos nuestras influencias. Y si él dijo eso…

-En la presentación de su “Cristo está en Tinder”.

-Yo estuve allí, pero tampoco he ahondado mucho hablando de ese tema con él porque me da un poco de corte, ¿no? También es cierto que son muchos años los que llevo trabajando y es normal que el trabajo influya en X personas, como a mí me ha pasado.

-Usted llegó a España con ganas de montar a Eduardo Pavlovsky, ¿no?

-Sí.

-Y tardó porque nadie lo conocía.

-Lo curioso es que yo no un tipo que tuvo vocación literaria, es decir, esas personas que dicen que desde los cuatro años escribe poesía y tal. Yo no. Yo era un tipo que cuando llegó a España con veintiún años lo que quería era dirigir obras de teatro. ¿Escribir? Ni hablar. Ni siquiera era buen lector, fíjese. Leía más filosofía y más cosas teóricas que ficción. Había vivido en Buenos Aires donde vi muchísimo teatro del Absurdo. En aquel momento, en la época en que me tocó, se hacían cosas muy interesantes. Dentro de los autores argentinos está Pavlovsky, como bien dice, pero también Griselda Gambaro...

-Kartun…

-Mauricio Kartun. Lo que pasa es que Kartun es otro tipo de cosas. El de Pavlovsky y el de Gambaro, podríamos decir, que era menos formalista, tenía un punto, digamos, más experimental. Siempre me atrajeron las cosas experimentales: un teatro bastante más influenciado por Beckett. Me gustaron mucho las primeras obras de Fernando Arrabal. Yo intenté montar algo cuando llegué, pero fue muy difícil eso: no conocía nada, no entendía ni el sistema, ni conocía a nadie… por eso me hice escritor, de casualidad, de rebote.

-Aunque esto fuera así, todos los que le juzgan ahora, le ponderan como uno de los grandes de la escritura.

-Ahora yo también. (Risas). Al principio no. Con el tiempo fui aprendiendo, bueno, más que ir aprendiendo, fui apasionándome. Esto que al principio era algo inesperado -hablo de sentarme a escribir- se convirtió en una necesidad al tiempo se convierte en una auténtica necesidad expresiva. Y ahora mismo, como usted bien dice, si me preguntan “¿Qué prefiero? ¿Dónde disfrutas más? ¿Solo escribiendo en casa o ensayando con los actores?” La respuesta que doy es: “Solo escribiendo en casa”… Lo de salir a hacer obras de teatro con los actores es algo que me busqué, que me gusta, pero porque si no, no saldría de casa, porque si no, me quedaría encerrado. Como no tengo don de gentes -a mí no me va a ver por los chigres, en ninguna fiesta, jamás-, yo me aburro. Yo voy a una fiesta y yo me aburro. Si tengo que salir de casa porque si no me quedo ahí como ahogado, pues me busco esto de ir a ensayar esto de la obra de teatro.

-¿Cómo vivió la pandemia entonces?

-Me he pasado mucho más tiempo encerrado en mi vida porque me ha dado la gana, pero el problema de la pandemia es eso: que una cosa es estar encerrado porque tú lo decides y otra, estar encerrado…

-Porque te lo mandan.

-Joder. Es que eso ha sido tremendo. Eso ha sido una barbaridad.

-Pero usted ya estaba en el campo.

-Fue una situación tan desconcertante como dramática. Me recuerdo conversaciones tan absurdas porque nos llamábamos por teléfono con amigos y amigas que viven en cualquier ciudad del mundo, pero en ciudades, que me pedían fotos de la parte del camino en que estaba paseando porque estaba en el campo. Entonces ellos envidiaban mi situación. Decían: “Es que yo no puedo salir más que al supermercado y volver corriendo o a pasear al perro”. ¿Cómo lo viví? A ver, como un encierro impuesto. Y eso es durísimo, es tremendo porque era como estar encarcelado. Fue horrible. Como el asunto de la vacunación porque sí, vale, cometí la estupidez de vacunarme. Fue horrible hacer algo de manera obligatoria. Me he sentido totalmente ultrajado. Pero esto que pienso, seguro que lo piensa todo el mundo.

-¿Es en estos momentos de encierro en que se pone a escribir?

-Mi operativo de escritura va cambiando. Le puedo explicar lo que me ha pasado en los últimos cinco o seis años, cuando dejé el centro dramático de Montpellier. Dirigí ese teatro durante cuatro años y fue tremendo: me lo pasé bomba, fue genial, una experiencia maravillosa, pero me di cuenta de que no había leído un libro. La forma en que a mí me gustó involucrarme en el proyecto del teatro me quitó tiempo para todo, entre otras cosas, para leer. Me dije cuando regresé a mi casa que tenía que volver a mi rutina, básicamente, de lecturas. Si no lees, ¿qué vas a escribir? Considero que tengo que seguir aprendiendo a cada rato. ¿Por qué le estoy contando este rollo de la lectura? Porque suelo escribir cuando leo. Yo leo todas las mañanas, tengo una rutina, leo desde las siete y media hasta las once. Todos los días. Esas lecturas las suelo hacer en el garaje de mi casa porque me gusta fumar un cigarro puro por la mañana -una cosa muy extraña-. Esa lectura la acompaño siempre de la tablet. Y mientras voy leyendo siempre se disparan cosas. Lo que tiene de bueno el teléfono es que ya no tengo que andar con la libreta, porque son un coñazo las transcripciones, como usted bien sabe. No te entiendes la letra tú mismo. Cuando se me ocurre cualquier cosa por la calle utilizo lo que llaman notas de voz: las que transcriben tus palabras directamente a texto. Esto para mí es fantástico. La forma de grabar en el teléfono móvil ha influido en mi estilo: los pasajes más poéticos necesito hacerlo con los dedos en el teclado, pero cuando empiezo a delirar, prefiero las notas de voz.

-Los libros de sus obras son muy “sui generis”

-Claro. El libro y el espectáculo son soportes distintos. Al teatro el público no va a estar solo, es un acto social, la obra se recibe entre gente que, de alguna manera te condiciona: sea por sus carcajadas o por su aburrimiento. Cuando compras una entrada de teatro estás comprando una reunión, lo que va a ocurrir luego: la copa, el maquillaje para la noche porque te van a ver. Y cuando compras un libro, compras soledad. 

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