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Vita brevis

El cambio climático

La subida de la temperatura del planeta y las preocupaciones consiguientes de políticos, sabedores y activistas

Estamos teniendo un otoño estupendo. Apenas ha llovido, el sol nos luce casi todos los días y hace un clima agradable. No hemos precisado sacar todavía los abrigos ni encender las calefacciones, salvo quizás un poco por las noches y solo a veces. Da gusto andar por la calle y la gente parece más animosa. La mayoría del personal está encantada, porque la luminosidad espabila y el calorcito revitalizan.

Este es un sentimiento común entre los humanos. En todos los idiomas siempre se dijo que hace buen tiempo cuando luce el sol y no hace frío. Ya se ve que es así, porque los bárbaros del Norte, en cuanto pueden, se bajan a las costas del Levante, a Canarias o al Caribe a recobrar fuerzas. Incluso se instalan en alguno de estos lugares de sol amoroso en cuanto se jubilan y tienen cuatro perras.

No es ésta una tendencia moderna de la sociedad opulenta. Todo indica que es una pulsión innata de nuestra especie, pues se da la coincidencia de que los hombres siempre han procurado lugares luminosos y soleados para establecerse, siempre que en ellos hubiera agua abundante. En esos lugares es donde han florecido los grandes avances y donde se ha civilizado la especie humana, como a orillas del Nilo, del Tigris y el Éufrates o del Indo. Por el contrario, nuestros primos neandertales desaparecieron, seguramente muertos de frío en las glaciaciones, pese a ser más fornidos y peludos.

Pero este otoño tan agraciado parece que es un terrible desastre. Políticos, sabedores y activistas andan muy mosqueados con la cosa y llevan unos cuantos días reunidos en París. No quieren que continúe el buen tiempo. Dicen que se está produciendo un calentamiento global y quieren frenar ese cambio climático porque, según ellos, será nefasto. Diríase que son los ancianos ante los que se abre el séptimo sello del Apocalipsis y, tras el cuarto toque de trompeta, escuchen el clamor del águila volando por la mitad del cielo, diciendo: "¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra por los restantes toques de trompeta, por los tres ángeles que van a tocar!"

Todo indica que es cierto que nuestro planeta se va calentando de un tiempo a esta parte. Muy probablemente nuestras costumbres tengan algo que ver en que el clima sea generalmente algo más cálido, con la cantidad de guarrerías que lanzamos al aire, quemando carbón y petróleo para andar de un lado a otro, para calentarnos, para cocinar, para ducharnos, para lavar la ropa, para conservar los alimentos, para ver de noche y para otra serie de tonterías semejantes. Naturalmente que eso no ocurriría si fuéramos andando o en burro, anduviéramos en casa con abrigo y gorro, comiéramos casi todo crudo, nos bañáramos sólo una vez al año aunque no hiciera falta, no nos cambiáramos la camisa durante siete años, pusiéramos los alimentos en la fresquera y nos acostáramos a la puesta del sol como las gallinas. Esta solución no parece que tuviera mucho éxito, así que lo que parece que buscan los señores reunidos en París es que se sustituyan el carbón y el petróleo por otras energías menos contaminantes. Bien está, aunque adiós a Santa Bárbara bendita, tranlaralará, tranlará.

Esperemos que salga mejor que el famoso Protocolo de Kioto y nos libremos para siempre del esmog, que era tan típico de Londres y tanto juego dio a Jack el Destripador. Pero que no se pasen y que no nos hagan volver a la conocida como Pequeña Edad del Hielo, que padeció Europa desde el siglo XIV al final del siglo XVIII, que durante ese tiempo hacía un frío que te cagas por causa de las variaciones de las manchas solares. Con eso no podrán y el clima seguirá cambiando, como siempre ha ocurrido, afortunadamente para nosotros si es para que haya más calorcito.

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