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Arte / Crítica

El coraje de la desesperanza

Entre la publicación del "Manifiesto Comunista" de Marx y Engels en 1848 y la caída del Muro de Berlín en 1989 transcurrió casi siglo y medio con un espectro recorriendo el mundo, alentando a los desheredados de la tierra a soñar con una sociedad más justa. Aunque mucho antes de que los berlineses del Este abrieran las puertas al capitalismo, la utopía de abolir los antagonismos de clase y la explotación del hombre por el hombre había sucumbido incapaz de liberarse de las dinámicas totalitarias. En esa realidad comunista participó Oscar Niemeyer, a pesar del papel social tan limitado de su construcciones, y de un lirismo que tuvo en la curvatura su más singular aportación a la arquitectura moderna. Y en el nuevo milenio regaló a Avilés un complejo cultural idealista, un gesto cósmico en la era de la globalización, de líneas sinuosas y cuenco boca abajo, un conjunto abstracto de edificios vacíos de función y sin referencias al lugar donde se ubican, expresión de un mundo tropical, de un blanco deslumbrante, cálido y resplandeciente, en un horizonte fabril ennegrecido y contaminado.

Pues bien, el proyecto de Avelino Sala (Gijón, 1972) "The Global Symbol" es una revuelta en el interior de la Cúpula del centro cultural diagramático, que tiene sus ejes conceptuales en la multitud como expresión de diversidad y diferencia, en la idea del Imperio de Michael Hard y Antonio Negri, descentralizado y desterritorializado, de la globalización y sus consecuencias culturales y sociales, de desplazamientos y acercamientos, de una nueva cartografía con centros móviles y una economía de la precariedad. Pero, también, de movimientos activistas como el 15-M, cuando la primavera, como gritaban miles de jóvenes, había llegado a Sol, o "Reclain The Streets" (Recupera las calles) que buscaban abrir espacios públicos, reinventar la protesta dotándola de un fuerte componente utópico, anárquico, antisistema, horizontal, organizado desde las redes sociales con propuestas como no votar y tuitear.

En un momento en el que los privilegiados se muestran orgullosos de su condición, que la acaparación de riqueza por unos pocos amplía la barbarie de la desigualdad social, que la corrupción se ha vuelto endémica, que un enjambre humano subsiste marginado de las esferas sociales y de poder, que la destrucción de la naturaleza se justifica por los beneficios del capital, si todo esto nos convierte en marginados, en manchas sociales, algunos artistas, entre ellos Avelino Sala, se implican en relatos políticos de compromiso y denuncia, en una visión artística con voluntad ética.

La magnífica exposición, comisariada por Fernando Gómez de la Cuesta, consigue integrar el espacio de la cúpula como una pieza más de la propuesta, una distopía estética alejada de cualquier realidad social, un lenguaje arquitectónico que quería simbolizar el nuevo paisaje cultural asturiano y se ha quedado como contenedor sin significados, una poética espacial fatigada, la utopía de un urbanismo inhabitable. Esta arquitectura "estrella" que puede erigirse en cualquier lugar sin importar las singularidades del territorio, cierra, como una gran metáfora, un periodo de modernidad, la clausura de un futuro que aún contenía la promesa de una transformación social, de que eran posibles tiempos mejores. Sólo nos queda un "Museo arqueológico de la revuelta", título de una de las obras, que en clave museográfica presenta una serie de piedras de distintas ciudades de países, en diferentes momentos históricos, donde ocurrieron las protestas, la internacionalización objetual de la ira.

En la muestra, Avelino Sala nos propone atrincherarnos tras una barricada compuesta por libros, o imaginarnos jugando al béisbol con los guantes bordados con hilo de oro con los nombres de la Lista Forbes y lanzando una pelota que simboliza la bola del mundo, o empuñar uno de los "sticks" de hockey que llevan en su caña grabados diferentes títulos de novelas distópicas, como ocurre con la de Evelyn Waugth "Love armong the ruins", convertida la frase en un potente neón que nos ciega con su resplandor. Otro texto alegórico "El enemigo está dentro, disparad sobre nosotros", escrita en un intenso neón rojo, mensaje enviado en 1936 desde el cuartel de Simancas en Gijón, asediado por tropas del Frente Popular, al crucero Almirante Cervera, sigue tan vigente como entonces.

La A de anarquía realizada en mármol de Carrara, empleado, también, en la construcción de las cámaras de seguridad diseminadas por la sala, las esculturas en piedra de personajes de actualidad, el pasamontañas como símbolo de lucha obrera, los escudos antidisturbios vandalizados expuestos en forma de cruz, la palabra "Domocracy" esculpida con materia blanda y flácida, los vídeos que reflexionan en "4'33" minutos", homenajeando a Cage, sobre terrorismo e injusticia social, el globo terráqueo impreso a sangre, sudor y fuego, las columnas de libros de desiguales alturas, pedestales culturales que sostienen una calavera, un resistente y al mundo, piezas que transitan por un ángulo diferente del que habitualmente nos presentan la realidad en los medios, miradas que buscan los márgenes y evitan el discurso oficial.

Obras que son denuncias, heridas, gritos, luchas, estrategias, colapsos y miserias, la potencia ante tanta impotencia, la resistencia para evitar los abismos a los que nos empuja el presente. Una muestra imprescindible, compleja, memorable, un arte y un pensamiento convertido en "coraje" -cito a Giorgio Agamben- "de la desesperanza".

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