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Juan García

El progreso de los ignorados españoles

La felicidad y el consenso, por caminos separados

En primer lugar y antes de comenzar a escribir sobre el título de referencia, les sugiero que a la par que leen lo que sigue, pinchen muy bajito en el dispositivo de audio que tengan a mano, a Roberto Carlos con su tema “El progreso” y al final sabrán por qué. Me gustaría hoy empezar esta periódica colaboración, intentando pervertir el diccionario de la RAE, proponiendo una alternativa de definición del vocablo “progre” para posteriormente hacerme también una pregunta.

Empecemos entonces definiendo a nuestra manera como ahora decíamos, el término progre: Abro comillas. “Atrevido; transgresor y consentido individuo/a que se mofa de lo legalmente establecido, sin el menor temor al consecuente correctivo”. Cierro comillas. Y pregunto yo ahora: ¿sin ideología política?

Verán. Dijo una vez el califa Julio Anguita que “un progre, es uno de izquierdas con muy mala conciencia”. Y un servidor lo que dice es que, está de acuerdo con Anguita sólo al cincuenta por ciento. Interpelo de nuevo entonces: ¿y por qué no de derechas? Aunque en su tiempo el término hubiera nacido adornado con ideología de izquierdas, ha sido una faena tan laboriosa y meticulosamente trazada, que hoy en día y en mi opinión, hay tanto progre en la izquierda como en la derecha, aunque ésta lo niegue a pies juntillas. Han diseñado y ejecutado desde lo más profundo de la progresía de izquierdas, el contagio perfecto; y en la derecha no se dieron ni cuenta. ¡Que siguen a uvas, vaya!

Y digo esto, porque si no, no tiene ningún sentido que desde “la fábrica de conceptos progres” se engendren ideas que hoy en día están en vigor, y desde el supuesto lado antagónico se consienta sin la menor oposición, tales barbaridades. No será hoy cuando ponga ejemplos de lo que digo –para mejor ocasión lo dejamos– pero desde luego les aseguro que haber, hay donde escoger. Y el callar y con ello consentir, en mi pueblo se entiende esa actitud, como que se está de acuerdo. Y como decía mi abuela y además en asturiano a propósito de este consentimiento: “mira fiu; tanta culpa tien el que mata, como el que tien po la pata”.

Llevo desde que empecé a escribir este texto escuchando en bucle la canción del inigualable Roberto Carlos, “El progreso”. Es más, hice un alto en este momento para escuchar más atentamente que nunca, la letra de la canción. Y aunque la letra no tiene desperdicio de principio a fin, sin embargo, la última estrofa desnuda por completo todo el anterior relato de la canción cuando Roberto Carlos sentencia: “yo no estoy contra el progreso si existiera un buen consenso. Errores no corrigen otros, eso es lo que pienso”.

Pocos o nadie en este mundo, están contra el progreso y todos sus derivados lingüísticos, si bien, sí que estamos muchos, contra las excentricidades –en ocasiones contra natura– u otro tipo de tropelías, siempre al amparo y cobijo del progreso, sin intención de tener el menor consenso, intentando en ocasiones corregir el error con otro error, llegando a veces hasta este tono de confrontación perpetua, en el que hoy vivimos y al que desgraciadamente nos estamos acostumbrado, o a ese otro tono de conformismo, de cobarde conformismo, que últimamente practicamos los españoles ignorados, o sea, la mayoría de los españoles.

O es acaso –por otra parte– progreso, el enorme número de autónomos y negocios de hostelería que sin salir de Avilés, van a desaparecer y cerrar para siempre, sin que nadie a día de hoy, les restituya lo que con tanto esfuerzo, justamente han ganado todos estos años atrás.

Pero sobre todo, no olvidemos y grabémonos todos en la cabeza esta sentencia de Albert Einstein para que todo lo anterior tenga alguna vez, algún sentido: “la palabra progreso no tiene ningún sentido, mientras haya niños infelices”. Y desde luego les aseguro que haberlos, haylos.

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