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El gafe

Desgracias encadenadas con repercusión para el ciudadano

El doctor Sánchez, don Pedro, fue durante algún tiempo un diputadillo de esos cuya misión es calentar el culo del escaño y, cuando cuadra, votar como diga el jefe de filas sin rechistar. Así fue hasta que en un día se reveló contra los mandamases de su partido, enarbolando una profunda reflexión política de altísima enjundia filosófica: “No es no”. Con ese completo y complejo programa político consiguió atraer el favor de sus correligionarios y darle una patada en el culo a los hasta entonces todopoderosos gerifaltes del PSOE. Se hizo con la Secretaría General del partido y, luego, con el mismísimo gobierno de la nación.

Todo parecía irle de cara, que se diría que una mano divina le había bendecido, al modo en que algunos sarracenos la obtienen y que denominan baraca, que es la buena suerte que se consigue y transmite por gracia de Alá y que, en algunos supuestos, se transmite por los genes, como era el caso del rey Hasán II de Marruecos, que salió salvo de varios atentados. En ese caso no era de extrañar, porque el moro era un jerife, descendiente directo del Profeta Mahoma, que Alá le bendiga y le dé la paz. Lo raro era por qué el doctor Sánchez, don Pedro, mostraba esa protección divina, cuando que se sepa no es musulmán, sino católico y sólo de bautismo.

El caso es que parece que ese estado celestial de gracia se le ha terminado, pues que comenzaron a suceder contrariedades y calamidades de un tiempo a esta parte. Así que pronto comenzaron sus ministros y ministras a decir y hacer majaderías, que hasta su amado socio se cortó la coleta, dejándose un moño de samurái, hasta que se largó para su casa a hacer más prósperos y lucrativos negocios. Llegaron unas misteriosas maletas desde Venezuela y luego trajeron de hurtadillas a un saharaui, pensando que el rey Mahoma de Marruecos era tonto, hasta que se vengó con una invasión de chiquillos por la frontera de Ceuta. De modo que tuvo que cambiar a la mitad de sus ministros, ministras y “ministres” e, incluso, a su asesor favorito. Pensaba que con ello cambiaría su suerte con ese descarte.

Pero, amigo, eso de la baraca es cosa divina y ya se sabe que Dios castiga sin piedra ni palo. Y comenzaron a suceder catástrofes, como una larguísima pandemia de un bicho chino, y grandes inundaciones provocadas por depresiones aisladas en niveles altos, que antes se llamaban gotas frías. Y, para remate y por ahora, irrumpe en erupción un volcán en la isla de San Miguel de La Palma, que se llamaba antes, o Benahore, que la llamaban los guanches. Es la conocida como la Isla Bonita, que no en balde está considerada por la Unesco Reserva de la Biosfera. Pues ahí está, para que le duela, vomitando lava y echando cenizas a la biosfera que, según parece, llegarán mismamente hasta Avilés. Y eso si no se acaba derrumbando una pared del volcán sobre el mar y, con ello, se forma un maremoto que, de repente, seque nuestra ría de agua para, inmediatamente, cubrirla de nuevo toda y cinco metros más, de modo que tendríamos que ir por Las Meanas en chalana, como cuando el terremoto de Lisboa, en 1755, que nos cuenta el escribano avilesino Francisco Reconco: “En cuya ocasión estaba la ría vacía del todo, y en el pozo, junto a la puente, se levantó o vino del mar alta un golfo de agua que obligó a flotar los navíos que allí estaban y se dieron unos con otros y dentro de un cuarto de hora volvió a quedarse en seco toda la ría “

Ya ven que el doctor Sánchez, don Pedro, con el tiempo se ha convertido en un gafe consumado, que no escatima en traer desgracias. Modestamente yo ya lo vaticiné en esta columnilla con ocasión de sacar a Franco de Cuelgamuros, porque eso de andar sacando muertos de sus tumbas siempre da mal farios, que mira lo que les pasó a Howard Carter y a lord Carnarvon, que murieron misteriosamente tras descubrir y hollar la tumba de Tutankamón. La diferencia es que, hasta ahora, las desgracias no le suceden personalmente al doctor Sánchez, don Pedro, sino a nosotros.

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