"Equus" es un drama de esos con psiquiatra e historia oculta. Fue un éxito clamoroso cuando se estrenó –hace medio siglo– y también en 2005. Pero por razones diferentes. En los setenta, por aquello que desarrollaba (la represión sexual, el poder de la religión en la sociedad burguesa...) y en 2005, porque el que estaba al frente del reparto era Daniel Radcliffe, el actor que dio alma y aliento a Harry Potter durante toda su infancia, que se hacía mayor y se desnudaba. A esa ola se subieron Jaime Lorente y la compañía Feroviaria hace ocho años. Y, en septiembre, Okapi, la compañía de José Velasco.
El teatro Palacio Valdés antes de anoche acogió la última versión del drama de Shaffer: el chico que arranca los ojos a media docena de caballos, el médico que busca encontrarse en el bosque que se ha montado su nuevo paciente para esconder esa represión trágica que le hace infeliz. La versión corre a cargo de Natalio Grueso, condenado por malversación de fondos públicos y falsedad documental durante su gestión del Centro Niemeyer, el mismo de "Lorca por Saura": dos espectáculos con su firma en el mismo ciclo avilesino de invierno.
Lo bueno de "Equus" es Roberto Álvarez –sobre todo Roberto Álvarez–, que trabaja por traer al presente una historia que ha envejecido mucho y muy mal. Y es que cuesta entrar en una fábula en la que un local de "swingers" se mezcla con unas caballerizas... Cuesta mucho, además, porque la resolución –en plan escena del fantasma de las navidades pasadas– llenan la función de telarañas. La verdad es que uno se queda en querer saber más de ese médico que ha renunciado al mundo porque la historia represiva sobre a quien querer amar se queda hueca.