Crítica / Teatro
El amor es un juego literario
De Eberhard Petschinka, por estas lides, llegan pocas cosas. Es natural de la Baja Austria, pero no es por eso. Petschinka hizo no hace mucho una versión teatral de "Tiempo de silencio" –sí, la novela de Luis Martín Santos–. Se vio en Madrid. Parece que gustó. "Romeo y Julieta despiertan" es un encargo de José Luis Gómez, que es actor y académico de la Lengua y fundador del teatro de La Abadía, el protagonista de "La familia de Pascual Duarte". Petschinka no quiso liarse y compuso su drama sin saltarse ni un fonema del título: Romeo y Julieta un día despiertan. Y en vez de despertar con los cuerpos adolescentes con que murieron, lo hacen viejos. Y todo vuelve a comenzar: la necesidad de amor, la necesidad de seguir en el mundo, la necesidad de no perder el aliento. Esto es lo que plantea el espectáculo que antes de anoche llenó el teatro Palacio Valdés, aunque no entusiasmó. Y eso que Ana Belén está apoteósica. Y eso que Jesús Noguero es un gigante. Y eso, sobre todo, que el drama tenía música en directo y músicos metidos a actores secundarios para recordar el tiempo resucitado.
Me da que el problema no es de los actores. Me da que todo viene del autor bajoaustríaco. La obra de teatro comienza con Ana Belén como Ana Belén recordando sus estudios 1 y a su chico que se iba de viaje –antes de anoche, no muy lejos: Víctor Manuel estaba en Oviedo–. Y luego Ana Belén se convierte en Julieta. "¿Quieres hacer el favor de morirte ya?". Petschinka ha leído mucho a Bertolt Brecht, el dramaturgo del "Verfremdungseffekt", perdón. Los efectos de distanciamiento –eso significa el palabro que antecede– buscan que el espectador se detenga sobre el mensaje, sobre aquello que se está contando, no sobre el producto imaginado que viene después del cuento. Lo que quieren contar es que la vejez es campo válido para el amor pasión. Y eso está bien si hubiera habido alguien que lo hubiese negado. No sé. El caso es que Ana Belén y Jesús Noguero son los protagonistas de un juego literario delicioso que, cuando llega al último cuadro –los dos reconocidos tras la anagnórisis, otra vez, perdón– se hace todavía más delicioso. Me acordé de "Afterplay", del irlandés Brian Friel. Sonia, de "Tío Vania", y Andrej, de "Las tres hermanas", se juntan veinte años después en un café de Moscú. Aquí, en Avilés, fueron Blanca Portillo y el asturiano Helio Pedregal.
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