Quisiera romper una lanza a favor del colectivo de celadores de los hospitales, del cual tengo el orgullo de formar parte.

Colectivo siempre injustamente olvidado, pero perteneciente al engranaje de funcionamiento de las residencias sanitarias y que sin su presencia no saldría adelante nada de nada.

Los celadores son los que tienen que trasladar a los pacientes, ayudan en su aseo diario, y otra serie de muy variadas funciones que hacen que el devenir diario de esos mismos pacientes sea más llevadero.

Continuamente sufren escasez de plantilla, lo que se traduce en un servicio muchas veces nefasto y tardío, del que son totalmente inocentes y del que continuamente son reprendidos por los familiares de esos mismos pacientes que, como su nombre indica, son más pacientes que el santo Job, debido a la mala gestión de gerentes y administradores, a la par de toda una pirámide de mandos intermedios, casi siempre enchufados, que viven cómodamente apoltronados y del que raramente se sienten culpables de nada.

En cada planta de hospital existe una serie de profesionales más o menos fijos en esa planta, como son médicos, enfermeras, auxiliares de clínica y personal de limpieza. Pero los celadores son aves de paso. Van, realizan su tarea en esa planta y al terminar se van a la siguiente, en una especie de peregrinar sin fin. Por ello cuando un familiar te recrimina de por qué has tardado hora y media en llegar para asear a su madre que se hizo sus necesidades... las más veces, no te queda más remedio que callar, con rabia e impotencia, asumiendo injustamente la culpa de quien la tiene verdaderamente, es decir, gerentes y demás personal vividor. Y así, con todo lo demás. Matar al mensajero siempre fue una opción fácil, sencilla, barata y sin gasto.

De nuevo pido a todos un reconocimiento por ese colectivo tan injustamente olvidado y maltratado.

Juan Pérez García

Oviedo