Historias heterodoxas

Francisco Viejo, un carlista de Los Pontones

Nacido en 1850, estudió en el Seminario y luchó en las guerras que buscaron poner en el trono a don Carlos y lo desterraron a Tenerife, desde donde volvió a Mieres para formar una familia

Francisco Viejo, un carlista de Los Pontones

(Para Juan Carlos Domínguez, que me lee estas semanas mientras se recupera).

Los Pontones es una aldea perteneciente a la parroquia de Santa Rosa, a unos dos kilómetros de Mieres. A mediados del siglo XIX sus habitantes vivían de la agricultura y la ganadería que apenas daba para subsistir, aunque por la zona también había artesanos de la madera dedicados a hacer madreñas y carros e incluso gaitas y tambores que alcanzaron fama por el sur de Asturias.

Allí nació en 1850 Francisco Viejo, hijo de José Viejo Delgado, y de Carmen Álvarez Pulgar. Como muchos niños de su época fue enviado al seminario para aliviar así las cargas familiares, pero en su caso la falta de vocación le hizo abandonar la carrera eclesiástica; sin embargo, la formación adquirida en aquellos años de sotanas y manteos impregnó para siempre su carácter y durante toda su vida fue un fiel creyente inclinado del lado más tradicionalista de la Iglesia que no dudó en defender con las armas.

Entre 1872 y 1876 España vivió uno de los periodos más confusos de su historia. En cuatro años se sentaron en el trono dos reyes de diferentes dinastías -Amadeo I y único, de los Saboya y Alfonso XII, de los Borbón-, y entre ellos aún hubo sitio para la I República; todo ello adobado con enfrentamientos militares en Marruecos y Cuba y también con las primeras protestas del movimiento obrero y los nacionalismos periféricos. Y por si faltase algo en este pastel, los carlistas quisieron poner la guinda sacando de nuevo a pasear sus boinas rojas.

En la primavera de aquel 1872 el duque de Madrid y pretendiente al trono con el nombre de Carlos VII dio a sus partidarios la orden de echarse al monte para salpicar el norte del país con pequeños levantamientos que debían distraer al ejército liberal mientras él preparaba su entrada en España.

En Asturias la petición fue recogida por varios grupos, entre ellos el de Ruperto Carlos de Viguri, quien formó una partida el 24 de abril con un puñado de voluntarios entre los que se encontraba su hijo Esteban, y otros conspicuos tradicionalistas como Emilio Valenciano, Paulino Mazón y Francisco Huelga.

También el joven Francisco Viejo acudió a la llamada y cogió las armas para defender su causa, aunque su intención se quedó solo en eso porque don Carlos cumpliendo su palabra cruzó la frontera francesa por Navarra el 2 de mayo, pero fue un visto y no visto, ya que antes de que hubiese tenido tiempo para cambiarse de ropa interior el general gubernamental Domingo Moriones deshizo su campamento y lo obligó a volver por donde había venido.

Mientras tanto, los de Viguri -tras dejar para la historia una conocida y elocuente fotografía obtenida al parecer en la zona de Teverga- ya habían conseguido algún apoyo en Mieres y trataban inútilmente de encontrar más soldados para su mesnada en los pueblos de Lena y Aller, pero cuando recibieron la noticia del fracaso de su rey intentaron huir hacia León y fueron detenidos y desterrados, unos a Cuba y los más afortunados a Santa Cruz de Tenerife. Este fue el destino de Francisco Viejo hasta que pudo huir de la isla en un buque francés para unirse a las tropas que estaba organizando desde su exilio el infatigable Cuarto Militar de don Carlos con una compañía de guías y una pequeña escolta de caballería.

Al mismo tiempo, en Asturias siguieron las escaramuzas protagonizadas por José Faes, su lugarteniente José María "el Vizcaíno", el lavianés Melchor Valdés-Hevia, "El Gordito" y otros cabecillas que se recrudecieron cuando el 18 de diciembre el testarudo pretendiente llamó de nuevo al alzamiento después de apartar de su lado a muchos de sus jefes militares que tras la derrota inicial decidieron firmar por su cuenta un convenio para buscar la paz entre españoles.

En esta ocasión a don Carlos la cosa le salió bien y en el verano sus tropas ya habían obtenido varias victorias en Navarra y el País Vasco lo que le permitió volver a entrar en España en el mes julio de 1873 y establecer su capital en Estella. La localidad fue el escenario de su corte particular, allí organizó su gobierno y logró crear un verdadero estado con jurisdicción en sus dominios: acuñó moneda y sellos con su efigie, administró justicia según con sus leyes, estableció impuestos y aduanas y hasta pudo abrir una universidad católica en Oñate.

Animado por estos logros, al iniciarse 1874 el ejército del autodenominado Carlos VII integrado por 24.000 hombres decidió dar otro salto en su lucha y los combates se recrudecieron en la mitad norte y el levante peninsular. En enero, Melchor Valdés, al mando de 100 hombres entró en Sama y expulsó a los voluntarios liberales que se habían atrincherado en el edificio del Ayuntamiento, luego obtuvo otras victorias sonadas como la del paso de Entrepeñas, entre Cabañaquinta y Collanzo, cuando 400 guerrilleros de la Tradición batieron a 100 gubernamentales o la toma de Pola de Lena donde se hicieron 137 prisioneros liberales, requisando todo su armamento e impedimenta.

Francisco Viejo por su parte se mantuvo alejado de su tierra y pudo participar activamente en el llamado "Sitio de Bilbao", el infructuoso asedio carlista que se mantuvo desde el 21 de febrero hasta el 2 de mayo de 1874. Combatió con tanto empeño que fue herido, ascendido a teniente y condecorado.

Los carlistas echaron el resto en Bilbao, recibiendo apoyos desde otras provincias; desde Asturias llegó un batallón de 500 hombres y un pequeño escuadrón que se mantuvieron hasta el final de la campaña. La ciudad fue sometida a constantes bombardeos mientras cerraban todas las salidas por tierra y mar para cortar cualquier llegada de suministros, pero a pesar del hambre los liberales pudieron mantenerse y el asedio se convirtió en un fracaso del que ya no pudieron recuperarse.

Aquí las cosas tampoco fueron mejor, las partidas sufrieron sus primeras derrotas serias en los primeros días de 1875 en Pelúgano y Casomera y fueron de mal en peor hasta que la captura el 30 de abril de los últimos 11 hombres armados en Campo de Caso, lo que supuso el final de la III Guerra carlista en nuestra región.

Cataluña cayó en noviembre y Estella en febrero de 1876. El 28 de aquel mes Alfonso XII entró en Pamplona mientras el frustrado pretendiente cruzaba definitivamente la frontera francesa, esta vez en sentido contrario. Sus partidarios, con la excepción de aquellos que formaban su círculo más íntimo, generalmente de buenos apellidos y mejor fortuna, tuvieron que buscarse la vida viviendo con el estigma que siempre acompaña a los perdedores.

Francisco Viejo retornó a un Mieres donde los únicos cambios que interesaban a la población eran los que estaba trayendo la revolución industrial, algo que a él tampoco le atraía porque venía a alterar la forma de vida tradicional por la que había luchado. Pero no todo fueron desgracias, la suerte le sonrió cuando más lo necesitaba y gracias a la herencia que le legó un tío desde Madrid, pudo recomponer su hacienda en Los Pontones, allí compró una buena ganadería y se casó con Elvira Menéndez Álvarez, con la que tuvo cinco hijos.

El veterano teniente carlista Francisco Viejo Álvarez tuvo una larga vida que le permitió asistir como testigo al desarrollo de aquellos ideales de igualdad y emancipación obrera de las que en su juventud se hablaba solo como anécdotas. En sus últimos años pudo ver como la sociedad mudó de tal forma que fue él quien se convirtió en un personaje pintoresco por haber defendido unas ideas de las que solo hablaban ya los ricos y los libros. Murió en Los Pontones el 30 de abril de 1.931, pero aún tuvo tiempo de vivir como ciudadano español los primeros quince días de la II República.

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