El cierre temporal de la iglesia de San Salvador de Valdediós, con motivo de su rehabilitación, deja de ser una disculpa para no visitar el complejo monumental. María Teresa Acevedo y Manuel Fernández, residentes en Madrid -él de origen asturiano- se acercaron al «Valle de Dios» con la idea de conocer el Conventín, pero su clausura no les importó demasiado porque, además de comprobar el buen desarrollo de los trabajos, aprovecharon para descubrir otros lugares menos frecuentados. El guía turístico Roberto Carneado les invitó a realizar una ruta alternativa y ellos aceptaron encantados.

Carneado y la comunidad de monjes de la orden de San Juan se las han ingeniado para seguir sorprendiendo al visitante con algunos de los rincones de estos inmuebles con siglos de historia. El guía explica que uno de los puntos que más atraen al turista es la sacristía de la iglesia de Santa María, por su riqueza artística. Sorprende una «arquitectura bastante sobresaliente», apunta el guía. Es de estilo «quinientista y los trazos se le atribuyen al maestro montañés Juan de Cerecedo «El Viejo»». Destaca el Calvario de madera policromada que representa a Cristo, la Virgen María y San Juan. Todo indica que las pinturas, restauradas en 1997 por la Fundación Príncipe de Asturias, son obra de Francisco Reiter. Representan varios estadios de la vida del monje cisterciense Bernardo de Claraval.

El retablo de la iglesia merece una mención especial por su exuberancia artística. Atravesando la conocida como «puerta de los muertos», por ser este el lugar por el que se sacaban a los fallecidos, se observa en su exterior la inscripción fundacional en latín en la que consta que el templo data del 18 de mayo de 1218, siendo el rey Alfonso IX su patrocinador y el entonces obispo de Oviedo, Juan, quien bendijo los cimientos. El autor fue Walterio, con toda probabilidad venido de fuera para acometer esta fastuosa obra.

Volviendo al interior, resaltan las marcas del agua de una de las inundaciones más importantes que se recuerdan. Aunque estas son habituales, ya que tuvo que desviarse el cauce del río para levantar la iglesia, relata Roberto Carneado. Otra singularidad es la desviación de muchas de las bóvedas debido al desnivel de sus puntos de apoyo.

El coro alto es otra de las joyas, ya que, según indica Roberto Carneado, «no hay muchos así, excepto el de las Pelayas y el de la Catedral». Es del siglo XVI y lo trabajaron Andrés y Francisco González. Se trata de una sillería manierista con 48 sitiales labrados en madera de nogal dispuestos en dos niveles. Desde este lugar se consigue una panorámica privilegiada de la iglesia a la vera del fastuoso órgano. La visita se completa con el claustro del cenobio y su piso intermedio, así como un vídeo sobre el Conventín elaborado por los monjes.