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La memoria sabrosa de Quirós

"Amasábamos día y noche", dicen los panaderos del concejo, homenajeados por décadas de duro trabajo y gran servicio

Antón Fernández. R. F. O.

Miles de horas con las manos entre kilos de masa que esperaban el calor del horno, de leña, para obtener el delicioso, oloroso y sano pan de cada día. Esta fue la vida durante décadas de las panaderías históricas de Quirós que recibieron las medallas de oro del concejo hace unos días. Ambos negocios compartieron la venta del pan en Quirós desde la década de los cincuenta hasta casi finalizado el siglo XX, en que cesaron la actividad.

"Amasábamos día y noche". Una frase de Antonio Fernández Quirós, "Antón el panadero", de 91 años, extensible también a la otra panadería que regentaba el matrimonio formado por Santiago Menéndez y Nélida Álvarez. Esta ultima cuenta cómo ayudaba al amasado en su casa familiar, pero la panadería era otra cosa: "Paselo muy mal, al principio, caíanme las lágrimas al suelo".

Antón fue "criao" desde muy joven, trabajó en una tejera, de serrador y fue minero ocho años. Tuvo dos accidentes en la mina, en uno de los cuales falleció su compañero Amador. Un vigilante le sentenció: "Antón, tienes la zigua, dexa la mina". Siguió aquel consejo y el de sus hermanos, que ya regentaban una panadería, de alquiler, en la capital quirosana desde 1953. Llegaron a trabajar, en distintas etapas, hasta seis hermanos. Después de varios cambios (sus hermanos Jesús y Firme lo dejaron), se quedó con su hermano Luis y las respectivas mujeres, Nieves y Rosa, al cargo de Panadería La Nueva.

Nélida, de 89 años, y su marido Santiago levantaron la hipoteca de la panadería y del edificio, donde aun vive la panadera, comenzando en 1957. Santiago era experto, pues llevaba trabajando allí desde que tenía 16 años. La casa se construyó en 1865 y posiblemente albergó siempre una tahona.

Largas horas

El amasado en ambas panaderías era manual, y el horno, de leña, proporcionada por la sierra local o comprada a maderistas. La harina tenía distintos orígenes, mezclaban siempre dos tipos: Tardienta, de Huesca, con otra de Valladolid o Salamanca. Comenzaban a amasar de noche, a partir de las diez. Acababan tarde, cuenta Nélida, "si había feria a las seis de la mañana"· Después comenzaba el reparto. Muchos vecinos veteranos recuerdan el caballo blanco de Antón, "El Tordo", que estuvo en servicio tres décadas. Santiago le ponía el contrapunto con un macho negro. Llevaban el pan en "esterones" a lomos del animal hasta los pueblos sin carretera, y si esta existía iban con un carro. La modernidad les llevó a adquirir un motocarro, "una vespa con cajón". Después las furgonetas, que les pillaron mayores. Les costó aprender a conducir. Compartían también los frecuentes cortes de luz que les obligaba muchos días al año a amasar a la luz de las velas o de candiles de carburo. Con los años introdujeron amasadoras y hornos giratorios que les facilitaban el trabajo.

Estas dos empresas panificadoras fueron modélicas en su competencia. Se repartieron los pueblos y valles del concejo, y en el caso de que coincidieran en alguna aldea alternaban el reparto en los días de la semana. Incluso el colegio público quirosano se surtía un mes de cada tahona. Nélida recuerda que su marido había nacido en el mismo pueblo que los otros hermanos panaderos, en Vi.lar de Salceo: "siempre hubo mucha armonía. Nos prestábamos harina o lo que hiciera falta".

Los pueblos quirosanos estaban llenos de vecinos y de bocas hambrientas, de mineros, de serradores, ganaderos. Antón recuerda cómo dejaban en las tiendas de los pueblos "banastos y sacos enteros de pan", y narra peripecias entre la nieve para llevar sus productos. En una ocasión, como nevaba, salió "de noche con el caballo y cuatro sacos de pan para llevar hasta la tienda de Campollo y Solina, en Ricao. Dejé el pan y bajé con unos lobos detrás del caballo".

Nélida recuerda a vecinos de Pedroveya llevar a lomos de caballo sacos de pan, "venían a Bárzana a realizar gestiones y después llevaban el pan para todo el pueblo". Su panadería era un lugar de parada frecuente de los vecinos. Unos a por pan, otros a disfrutar del calor, y la Guardia Civil, en sus rondas nocturnas, "entraban a secar los capotes y a comer algo. Imponían respeto con aquellos fusiles y tricornios. Los críos siempre entraban a ver a los míos (Jandro y Daniel) y llevaban un bollín para casa o una bola de masa para que las madres la frieran".

Ayudaban los niños

Treinta y ocho años de actividad hasta el 25 de octubre de 1995, en que cerraron. Todavía guarda en casa dos pequeños panes, uno de ellos dulce, que amasaron sus hijos el día que cerró la tahona. "Sin química, el pan duraba varios días, no como ahora", dice Jandro. Su madre, entre lagrimas, recuerda: "pasámoslo mal, trabajamos mucho". Incluso tiene fresca la imagen de su hijo Jandro, con cuatro años, subido a unas madreñas para alcanzar a la pesadora. El crío iba cortando y pesando las bolas de masa que sus padres después amasaban. En La Nueva las jóvenes generaciones también iban ayudando a sus padres. Colaboraban amasando o repartiendo, aunque después tomaron caminos alejados del pan.

Las medallas de oro del concejo que recibieron el pasado día 8 reconocen el trabajo, pero también el servicio público que realizaron. Portaban todo tipo de recados entre la capital y los pueblos. Antón recuerda cómo llevaban "esquelas, medicinas, cartas de enamorados, mercancías de las tiendas o del carnicero, hacíamos de taxistas y dábamos todo tipo de avisos". Antón sentencia: "lo pasé muy mal y por eso hice tantos favores". Los quirosanos agradecieron el buen servicio y el buen pan que pudieron disfrutar durante décadas. Familias apreciadas, un modelo de trabajo y de sana competencia en tiempos muy duros. Siempre se valora más lo que se perdió, y muchos añoran el sabor de aquellos richis, patones, moroñuelos de pan dulce o las empanadas.

Sabores y olores de antaño, recuerdos hoy.

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