Cada vez que sale un "acuérdeste" en las conversaciones con gente de mi edad, salvo que se trate de una anécdota verdaderamente graciosa (de esas que les hacen gracia también a quienes no las han vivido), suelo ponerme a pensar en los misterios del sistema solar o en la vida de los artrópodos en las costas de Oceanía.

Soy absolutamente refractario a la nostalgia, y últimamente pienso mucho en el porqué. En grupos de Whatsapp y de Facebook aparece sin parar gente que habla de aquellos maravillosos años con una mezcla de tristeza y devoción y yo no logro sumarme a ese torrente emocional. Y no sé si preocuparme.

Porque no tengo claro todavía si soy poco dado a la nostalgia porque tengo mala memoria o si tengo mala memoria porque soy poco dado a la nostalgia. En cualquiera de los dos casos, salgo perdiendo: tengo mala memoria.

Aparte de eso, hay un asunto relacionado con la nostalgia que me chirría bastante: el debate entre "lo de antes" y "lo de ahora", que me parece bastante falso.

Los que hoy comparan, por ejemplo, la juventud de ahora con la de antes, están comparando la imagen que tienen de su juventud -que seguramente está sesgada porque es una mirada retrospectiva con la mentalidad del presente- con la imagen que tienen de otra juventud, la de hoy, a la que ya no pertenecen, y que verán seguramente también desde otro prisma, el viejuno. Porque la memoria -hay estudios a cascoporro que lo corroboran- es de todo menos precisa, y uno va modificando sus recuerdos a medida que pasa el tiempo, y en muchas ocasiones tendemos a idealizar unas cosas y a demonizar otras, cuando en realidad ni lo uno ni lo otro. Si pudiéramos ver por un agujero nuestros años de adolescente seguramente sería como volver a ver Mazinger Z. Mejor dejarlo como está.