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Cien años de Soledad García

La quirosana Solina celebra un siglo de lo más productivo: ha sido comerciante, practicante, veterinaria y limpiadora

Solina García, en su casa de Quirós, rodeada de sus bisnietos el día de su cumpleaños: por la izquierda, Manuel y Martín Carrete, y Darío Fernández; detrás, su cuidadora Gabriela. R. F. OSORIO

36.525 días son los que tiene un siglo. Mil doscientos meses de vida en Quirós. Esa es la historia de la centenaria Soledad García, "Solina", que durante toda su vida ejerció variados oficios, actualmente es la comerciante más longeva del concejo. Regentó una tienda-chigre durante tres décadas en su pueblo de Ricao.

Nació el 27 de junio de 1920, a unos metros de donde tuvo su comercio hasta el año 1985. En 1920 la parroquia de Ricao contaba con 520 habitantes repartidos en tres núcleos habitados: Ricao, Bueida y el Posaorio, ahora viven una treintena de personas. Hija de madreñero, la séptima de nueve hermanos, cuatro de los cuales llegaron a nonagenarios, su única hermana viva, ya tiene 91. Probablemente la genética tuvo su importancia en el hecho de cumplir un siglo, pero también la alimentación, el clima y el trabajo duro que tuvo que desarrollar toda su vida.

De niña iba con su padre a los montes para recoger la madera que daría lugar a madreñas y xugos. Sufrió la Guerra Civil, su progenitor fue encarcelado y fue en varias ocasiones a llevarle comida y ropa a Gijón o a San Esteban de las Cruces. Aguantó la dura postguerra, el racionamiento y el intensivo trabajo de huertas, fincas y animales. En los últimos años de la década de los cuarenta abrió, junto a su marido, Juan, su primera tienda, un local diminuto que compartía espacio con su reducida vivienda. El pueblo estaba lleno de vecinos y el negocio prosperó.

Con los años se mudaron a otra casa, la tienda creció en espacio, productos y servicios. Sumando otra tienda en un pueblo cercano, La Aguadina, donde se abastecían más pueblos. El matrimonio tuvo dos hijos y siguieron aumentando las actividades comerciales: repartían vino, piensos; recogían leche y avellanas; producían nata y manteca; tuvieron un taxi; chigre e incluso fonda; atendían con varias vacas e iniciaron la cría de cerdos y la venta de embutidos, negocio que continua su hijo y sus nietos.

Solina también ejerció de practicante entre los vecinos del pueblo y con el ganado. Gestionó el primer y único teléfono público y atendió la limpieza de la iglesia parroquial, entre otras cosas. Cuenta en muchas ocasiones como estuvo tres años enteros sin salir del pueblo pues el trabajo no se lo permitía.

En 1985 se jubiló de aquella tienda que nunca cerraba, no tenía horarios y pagabas cuando podías. Todavía conserva los libros del negocio donde se apuntaban las mercancías que llevaban los vecinos. En esa época llegaron los viajes y las merecidas vacaciones, y el descanso parcial, pues siguió llevando las tareas domésticas y algún otro quehacer.

Se quedó viuda hace un cuarto de siglo, sufrió algún percance médico que la hizo pasar por el quirófano en alguna ocasión, pero su fortaleza física la hizo salir de ese mal trago. Hasta pasados los noventa, si el tiempo lo permitía, hacia su paseo diario de un par de kilómetros, leía novelas, el periódico LA NUEVA ESPAÑA y todo tipo de revistas, en muchas ocasiones quitando horas al sueño. Su cocina de carbón era su obsesión hasta hace cuatro años: todos los días la encendía, frotaba en aquella chapa hasta dejarla brillante, y daba continuos viajes para alimentarla de carbón y leña, siempre prefería la madera la mineral.

Colaboró con cuantos investigadores, estudiosos o interesados en la vida antigua de los pueblos le requerían de sus recuerdos y sabiduría. Participó en varias grabaciones televisivas y salió en LA NUEVA ESPAÑA con historias como el Canal de Panamá donde trabajó su padre, la Guerra Civil o contando un pavoroso incendio en 1963 que destruyó muchas cuadras del pueblo. En un siglo da tiempo para todo esto y probablemente para mucho más que se haya olvidado. Solina, comentando los tiempos difíciles vividos, sentenciaba: "Éramos felices, incluso con las faltas que había". esas faltas eran las ausencias de dinero, higiene, comida, tiempo libre... Ahora comparte su tiempo con sus dos hijos, tres nietos y cuatro bisnietos. Un siglo intenso y aprovechado.

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