Mónica R. GOYA

Langreo,

Como le pasaba al poeta, la infancia de Mejuto son recuerdos de un prau de La Felguera. El de Castandiello, para más señas. Todos los años el colegiado internacional se aferraba al bollu preñáu y se ponía el atuendo de romero para disfrutar del colofón de los festejos de San Pedro. Todavía hoy continúa haciéndolo, aunque, según él mismo reconoce, las cosas han cambiado mucho. «Siempre empezaba el verano con San Pedro y con la jira. Íbamos todos en familia y la verdad es que prestaba mucho. Ahora es una pena porque la gente ya no va tanto en familia y la jira ya casi no atrae a la gente mayor», reflexiona el árbitro internacional.

En cualquier caso, los recuerdos estivales son contados porque Manuel Enrique Mejuto González solía pasar sus veranos en Galicia, visitando a la familia de su madre: «Se quedó viuda cuando yo era pequeño y en verano ella, mi hermana y yo íbamos mucho para su pueblo, Sobrado de los Monjes, en la provincia de La Coruña. Era un viaje larguísimo porque las carreteras de aquélla eran muy malas, y después aún teníamos que andar un buen trecho desde donde nos dejaba el autobús hasta donde vivía mi familia». No todo era jugar, como rememora Mejuto: «Yo solía ayudar en las tareas del campo, era todo muy entrañable. Colaborábamos con los vecinos de la aldea y aprovechábamos para bañarnos en el río. Fue una infancia muy feliz».

De regreso a Asturias, La Chalana era visita obligada. «Solía coger el Carbonero para ir. El agua estaba fría, pero daba gusto bañarse allí. Llevábamos la comida allí. El olor de la tortilla de patatas y de la ensaladilla rusa eran maravillosos», relata el colegiado langreano, que también incluía otros destinos en sus visitas a las tierras altas del Nalón: «Iba muy a menudo a El Condao, especialmente a la piscifactoría. A mi hermana y a mí nos encantaba ir allí».

Mejuto González recuerda con especial cariño a unos vecinos con los que acudía a La Vallina, un pueblo próximo a La Nisal. «Tenían allí una casa que era de su familia y solíamos ir caminando por los caminos de La Nisal. Era una zona muy tranquila, se pasaba muy bien», rememora Mejuto, que añade: «En El Puente también estaba todo el día jugando con los amigos por allí. Yo siempre me hacía el remolón a la hora de subir para casa, ahora a mi hijo tengo que decirle que salga un poco. Los chavales ahora sólo están pendientes de los juegos electrónicos, ya no disfrutan como nosotros».

Ahora, Mejuto González no tiene demasiado tiempo para disfrutar de vacaciones, pero dispone de un lugar de retiro. «Candás es el sitio perfecto para desconectar un poco de la rutina y para disfrutar de la playa con la familia», concluye.