Llevamos qué sé yo cuantos días soportando frío, agua y nieve, y aún no ha empezado el invierno. Así que no resulta extraño que el temporal sea tema de conversación y la gente se pregunte si esto es normal, de modo que cuando un ciudadano me ha parado en la calle para pedirme que escriba algo sobre la mayor nevada que se recuerda me he puesto a buscar datos y ya se lo puedo decir con seguridad: según los anales fue 1888, el año de los tres ochos, en el que las nubes trabajaron a destajo y hubo tanto frío y tantas precipitaciones que sirvió incluso como inspiración para que en Madrid se compusiese la zarzuela «El año pasado por agua» que firmaron los maestros Chueca, Valverde y de la Vega. Pero si en la Meseta llovía, aquí nevaba?

Contaban que el invierno de 1882 había sido una bendición para las obras del ferrocarril de Pajares porque el cielo estuvo despejado durante meses favoreciendo los trabajos, pero que los vecinos del puerto, asustados por la sequía que amenazaba la supervivencia del ganado, se dirigieron a las iglesias rogando por la vuelta de la nieve, sin embargo, seis años después, hubieran dado cualquier cosa por poder volver atrás. Contemos la historia.

Dicen que los agoreros ya venían anunciado la cosa porque algunas señales indicaban que en el ambiente se preparaba algo anormal: los vientos eran especialmente crudos, los animales andaban nerviosos en el puerto y se veían pasar bandadas de aves acuáticas volando hacia el Sur, algo que llamaba muchísimo la atención porque hasta entonces nunca lo habían hecho. Era como si huyesen de algo y al parecer tenían razón ya que el día 14 de febrero de 1888 se inició el mayor temporal registrado en Asturias.

Estuvo nevando ininterrumpidamente hasta el día 20 y como encima la precipitación se acompañaba de fuertes ventiscas, llegaron a acumularse toneladas de nieve; luego hubo un pequeño respiro de cuatro días con fuertes heladas que sirvieron para consolidar lo que había sobre el suelo y el día 24 volvió el mal tiempo aún con mayor intensidad hasta principios de marzo; entonces retornó el frío intenso hasta que el 8 cambió el viento ocasionando un rápido deshielo y el consiguiente desbordamiento de los ríos; por último y cuando parecía que todo había pasado, al inicio de la segunda quincena del mes, una nueva nevada que no cesó hasta pasado el día 22 vino a poner la trágica puntilla a la situación. Para que se hagan una idea de lo que fue aquello citaré alguna de las alturas que llegó a alcanzar la nieve en nuestros pueblos, tomadas de la prensa que iba informando diariamente de la evolución del tiempo a sus alarmados lectores: el día 21 de febrero había 20 cm en Mieres; 30 cm en Pola de Lena; 55 cm en Campomanes; 90 cm en Fierros; casi dos metros en Navidiello y de allí hasta Villamanín más de cuatro que llegaron a tapar las salidas de los túneles del ferrocarril. En la noche del día 25 cayeron más de 60 cm en la zona de Pajares y, al día siguiente, se llegaba en Navidiello a los 2,50 metros, en Pola a 65 cm y en las calles de Ujo a 45 cm. Tres días después ya había en Pola 84 cm; 1,12 metros en Nembra y Cabañaquinta y tres en Santibáñez de Murias, Collanzo y Casomera.

Veamos ahora como iba la otra cuenca, por ejemplo, el 2 de marzo: en Sobrescobio: Rioseco y Villamorey más de un metro; en Soto, San Andrés, Agues y Campiellos se sobrepasaban los dos; en Campo de Caso, Coballes Tanes y Orlé entre 2 y 2,25 metros; en Ladines más de 2,50 y en algunos puntos de los montes de Tarna se llegaba a los cinco. En fin, no quiero cansarles con más números, pero pueden suponerse los desastres que se repitieron por todas partes. Se contaron por miles las muertes de cabezas de ganado lanar y cabrío, y por decenas las casas, hórreos, almacenes y cuadras destruidos por el peso del hielo y las avalanchas en la Montaña central y, posteriormente, por la riada que se llevó varios puentes en los ríos del concejo de Lena cortando la comunicación entre los pueblos próximos, pero de todos los lugares habitados fue Pajares el más castigado por los sucesivos aludes que dejaron un tremendo rastro de desolación. El día 22 se produjeron las primeras muertes en distintos incidentes: dos jóvenes perecieron en el puerto y una mujer cuando la nieve tapó de repente su casa, aunque su hijo, que estaba con ella sólo resultó herido de gravedad; al día siguiente otro arrastre sepultó en su vivienda a la guardesa precisamente cuando se encontraba dando a luz -ya ven que cosas- y aunque ella pudo ser rescatada, su bebé no llegó a sobrevivir y todavía en la misma jornada también tuvo suerte un guardia de la estación del ferrocarril que salió con vida de otra avalancha similar.

Aunque la verdadera catástrofe llegó el día 27 con un gigantesco desprendimiento cuyas huellas aún pueden apreciarse hoy sobre Pajares. Los muertos fueron aquel día por lo menos 10, aunque algunas fuentes los elevan a 15, y pudieron haber sido más si el curso del alud no se hubiese desviado al chocar con una construcción muy sólida que se levantaba sobre el pueblo y que evitó una tragedia mayor, pero con todo, numerosas casas quedaron asoladas y para aumentar el espectáculo dantesco con el que tuvieron que enfrentarse los rescatadores, bajo la nieve quedaron también sepultadas 60 cabezas de ganado.

De la magnitud del suceso da idea el desplazamiento del viaducto de Matarredonda, que salvaba una distancia de 41 metros con un solo tramo de hierro y un peso de 100 toneladas, y que fue llevado hasta el fondo del valle, a tres kilómetros de distancia y es que, según los cálculos de «La Ilustración Española y Americana», que narró aquellos hechos, la cantidad de nieve desprendida desde la montaña de la izquierda de la vía, subiendo hacia Busdongo pudo llegar a los 40.000 metros cúbicos. Y por si fuese poco, al día siguiente, cuando ya se había iniciado la búsqueda de las víctimas, una secuela del alud volvió a cebarse sobre el pueblo enterrando a una madre y a sus tres hijos, de los que dos murieron asfixiados bajo el manto blanco.

Pasa a la página siguiente