Los movimientos mutualista y cooperativo tienen una historia muy similar y unos fines tan parecidos que a veces no se distinguen el uno del otro. El mutualismo busca cubrir mediante una contribución periódica las necesidades materiales y en menor medida culturales de sus afiliados y está considerado como el origen de los modernos seguros e incluso de los sistemas de Seguridad Social.

El movimiento de cooperativas, por su parte, tuvo su nacimiento en las ideas de los socialistas utópicos, que buscaban la participación de todos para obtener así mayores beneficios sin tener que ceder una parte a los capitalistas, y se hizo realidad por primera vez en la ciudad inglesa de Rochdale, cuando veintiocho trabajadores despedidos de la industria textil tras una huelga constituyeron en octubre de 1844 la Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale, aportando una cuota de 28 peniques.

Estas corrientes asociativas se plasmaron en la Montaña Central en numerosos proyectos que se emprendieron en las primeras décadas del siglo XX dirigidos a colectivos de todo tipo; a veces tenían un carácter casi gremial y sólo agrupaban oficios concretos, como los panaderos o los peluqueros, y en otras ocasiones se enfocaban al mundo del campo, pero sobre todo sus destinatarios fueron los obreros de la industria y la minería, que en aquel momento proporcionaban el mayor número de puestos de trabajo. En cuanto a su ámbito geográfico, la mayoría se reducía a los vecinos de un mismo pueblo, lo que en ocasiones reducía su influencia a menos de cien familias, pero también hubo proyectos más ambiciosos, como el de la Mutualidad Obrera Asturiana, constituida en Mieres en 1916 con la pretensión de abarcar toda la región.

A ello debemos sumar la política que emprendió el SOMA casi desde su fundación, adquiriendo empresas que ya estaban en funcionamiento, para que los propios obreros pudiesen dirigir sus propios destinos sin depender de los caprichos de los poderosos. En 1915 el sindicato se hizo con el complejo panadero La Sierra, en Sama de Langreo, que contaba con almacenes, dos hornos equipados con maquinaria moderna y su propia tienda, para solucionar así los enfrentamientos que venían repitiéndose con demasiada frecuencia ocasionados por la alteración fraudulenta de pesos y medidas en las Cuencas y que ya habían causado en 1897 cuatro muertos en las calles de Mieres.

Al fin y al cabo sólo se trataba de llevar a la práctica la teoría socialista, aunque curiosamente el proyecto más ambicioso, la autogestión de la mina San Vicente con todas sus instalaciones, en El Entrego, que se convirtió en el referente de estas acciones, llegó forzada por las circunstancias y cuando las cosas vinieron mal dadas contó incluso con la ayuda económica del Gobierno dictatorial de Primo de Rivera. Un día vamos a dedicar esta página a contarles esta historia.

Por otro lado, la Fiesta del Trabajo es la fecha más emblemática de la clase obrera; se celebra en todo el mundo desde que lo decidió en París la II Internacional haciendo un llamamiento para que a partir del día 1 de mayo de 1890 se recordasen cada año los sucesos acaecidos en Chicago cuatro años antes, que concluyeron con la muerte de 38 trabajadores y 6 policías, dejando además otros 115 manifestantes heridos, la mayoría inmigrantes, entre los que había varios españoles.

Los incidentes que provocaron aquella tragedia se habían iniciado el 1 de mayo de 1886, con la convocatoria de una huelga por la jornada de ocho horas que llegó a paralizar más de cinco mil fábricas en Estados Unidos, y tuvieron su sangriento final el día 4, cuando las fuerzas del orden repelieron el lanzamiento de una bomba durante una manifestación disparando indiscriminadamente contra los asistentes y amañando posteriormente un juicio por el que se condenó a la horca a cuatro dirigentes anarquistas y socialistas de aquella ciudad industrial.

Pablo Iglesias, que había acudido a las deliberaciones de aquel Congreso Internacional Obrero Socialista, se encargó a su vuelta de comunicar a sus compañeros españoles la decisión y desde entonces ya nunca dejó de celebrarse, a lo grande cuando se pudo y de forma clandestina bajo las dictaduras militares que hemos vivido los españoles en el siglo pasado.

Entonces no fue extraño que un grupo de mineros eligiesen ese nombre para denominar una ambiciosa sociedad cooperativa con la que pretendían poner un poco de seguridad en sus vidas, que quedaban en el aire ante las frecuentes eventualidades que sobrevenían en el trabajo en forma de accidentes, enfermedades o huelgas. En principio iba a denominarse Cooperativa Obrera de Consumo El 1.º de Mayo, pero tras las primeras reuniones que mantuvieron los interesados se decidieron por la Fiesta del Trabajo.

La Fiesta del Trabajo partía de aportaciones individuales de cien pesetas que podían hacerse en partes o de una vez, y sus fines eran tres: 1) Suministrar a sus asociados toda clase de artículos de necesidad o de mera utilidad para la vida a los precios módicos posibles en las justas condiciones de peso y medida y en las mejores de calidad que sea posible. 2) Estrechar los lazos de fraternidad que deben existir entre los obreros. 3) Crear un fondo de reserva para cada asociado que le ponga a cubierto de la miseria en caso de una larga enfermedad o en el transcurso de una huelga.

Para integrarse en ella era necesario ser obrero de buena conducta, quedando excluidos los que habían sido expulsados de algún sindicato obrero, y además era necesario demostrar la pertenencia a la sociedad de su oficio o, en cualquier caso, a la Agrupación Obrera de la localidad. Si se cumplían estos requisitos, el candidato debía ser presentado por dos asociados y aceptado por el consejo de administración, pudiendo recurrir en caso negativo a la asamblea general, y una vez admitido ya tenía derecho a voz y voto e incluso a ser elegido para algún cargo, si sabía leer y escribir.

El órgano directivo de la sociedad cooperativa era el consejo de administración, que se reunía semanalmente. Lo integraban nueve miembros que se renovaban anualmente por mitad, a principios de año y en el verano, y los elegidos podían repetir cargo, pero también ser revocados en cualquier momento si así lo decidía la mayoría de sus compañeros. Además, para asegurarse de que su gestión económica era la adecuada, la asamblea designaba también a tres inspectores y tres suplentes, que podían ejercer sin límites el derecho de vigilancia sobre los libros de cuentas y todos los documentos que manejase el consejo. Para que quienes desempeñasen esta función no pudiesen ser sobornados, también se renovaban cada seis meses, debiendo pasar al menos un año antes de poder ser reelegidos.

En su reglamento, redactado con buen estilo, aunque con numerosas faltas de ortografía, se contemplan hasta los mínimos detalles de su funcionamiento y aparecen normas que son reflejo de las corrientes más avanzadas. Una consecuencia de la pugna que en aquellos años mantenían los obreros socialistas con quienes preferían los principios anarquistas y que se ve, por ejemplo, en la importancia que adquiere la asamblea, que debía reunirse al menos en enero y julio, para rubricar todas las decisiones del consejo de administración y de los inspectores.

La Fiesta del Trabajo mantuvo abierto un despacho de comestibles y productos de primera necesidad en Sobrelavega, aunque su domicilio social estuvo en Requejo, hasta que se construyó la Casa del Pueblo de Mieres, un proyecto en el que colaboró decisivamente y al que siempre se vincularon sus impulsores. Uno de ellos, el obrero Emiliano Marcos, que la presidía en 1917, fue detenido durante la huelga revolucionaria de aquel año y el cargo que ostentaba fue un agravante por el carácter combativo que había adquirido la asociación.

En cuanto a la Casa del Pueblo, aunque ya se había planteado en 1904, fue necesario solicitar ayuda económica a la sociedad madrileña de albañiles El Trabajo. Posteriormente, el SOMA pudo devolver el préstamo con ayuda de la cooperativa, y en 1927 comenzó la construcción del magnífico edificio según los planos del arquitecto Manuel del Busto. Finalmente se inauguró, albergando en su sótano cocina, carbonera, despensa, bodega y una sala de billar, y distribuidas entre sus dos plantas y las dos torres que cierran las esquinas había también un gran salón-café, farmacia y laboratorio de análisis, dos aulas habilitadas para escuelas mixtas, salón de actos, biblioteca, despachos para la secretaría general, tesorería, comité regional, PSOE y UGT, cuatro viviendas para afiliados y, por supuesto, un local propio para los asociados a la Fiesta del Trabajo.