Seguro que ustedes ya saben que en otra época se empleaban diferentes especies de pájaros como avisadores del óxido de carbono en las minas, pero a lo mejor desconocen que también se usaron para la misma función palomas y hasta ratones. A todos se les sometió a una seria observación científica para acabar concluyendo que los más sensibles eran los canarios y además como su intoxicación seguía siempre el mismo patrón, daban más tiempo a tomar precauciones.

Al verse afectados, los canarios perdían su viveza y dejaban de gorjear; luego abrían sus patas para sujetarse mejor en la percha y también el pico para no ahogarse y comenzaban a balancearse hasta caer fulminados por un colapso. Aunque, como la especie no eran muy abundante en Asturias, se procuraba que no llegasen a este extremo para que pudiesen volver a cumplir su función, de modo que se fabricaron para ellos unas pequeñas jaulas, con paredes de cristal, convenientemente protegidas y provistas de un ventano y de una botellita de oxígeno a presión que se abría en cuanto el animal caía patas arriba. Piezas que, dicho sea de paso, se han convertido con el tiempo en pequeños tesoro de nuestro pasado minero.

Pero desgraciadamente, la realidad es que este avisador animal era poco fiable ya que a veces -ya ven que cosas- llegaban a acostumbrarse al gas y resistían en pie más de la cuenta, y además, si la proporción de óxido de carbono en al aire es del 0,1 por 100, los canarios pueden tardar en verse afectados más de una hora, mientras que un hombre trabajando a su lado tiene muchas posibilidades de perder el conocimiento.

Les cuento esto para recordarles que el gas ha sido siempre uno de los mayores problemas que se ha encontrado desde siempre la minería del carbón, y no solo por sus efectos sobre los pulmones, sino por el peligro de explosiones y el riesgo de que se provoquen fuegos en el interior de las explotaciones; algo difícil de prever y, sobre todo, de controlar una vez que se produce.

En Asturias abundan los ejemplos. Por citar algunos de los más recientes, el que se inició el 22 de diciembre de 1989, en el Pozo Mosquitera, matando a cuatro trabajadores y que se saldó dos años más tarde con el cierre definitivo de la explotación y la prejubilación o el traslado de su plantilla a otras explotaciones; o el de la trágica capa octava de Nicolasa, en Ablaña, la misma en la que murieron otros catorce mineros en 1995, que empezó a arder en 1992 y en la que se logró controlar el fuego, pero no extinguirlo definitivamente; algo que puede llamar la atención a quienes desconocen la dificultad que conlleva concluir estos episodios con éxito, incluso tras décadas de trabajos.

También otro incendio, en 1998, obligó a cerrar el pozo Monsacro durante un mes, y aún más próximo en el tiempo, en abril de 2007, un siniestro más afectó a Modesta paralizando la actividad más de una semana?En fin, la lista de estos accidentes es larga y, a pesar de los avances técnicos y las mejoras en la seguridad que se han multiplicado en los tajos, el problema sigue amenazando, como una espada de Damocles, a nuestras últimas minas.

Para que ustedes saquen sus propias conclusiones, vamos a remontarnos hoy hasta uno de estos siniestros, que en su día trajo en vilo a la Cuenca del Nalón: el que se inició en el Pozo Fondón, nada menos que el 8 de febrero de 1919.

La catástrofe fue contada poco después por la Revista Industrial-Minera Asturiana con tanto detalle que en 1924 el informe completo volvió a ser publicado en una monografía titulada Incendios y Fuegos subterráneos, para que fuese estudiado en evitación de sucesos similares. Así que, como considero que aún puede llamar nuestra atención, se lo resumo a continuación.

Todo empezó como una consecuencia inesperada de la activación de un barreno cargado con dos cartuchos de dinamita goma de 2ª, en la sobreguía de la explotación de la capa Pizarro 140 de ese pozo. Entonces se inflamó el polvo de carbón sin hacerlo explotar, pero con la suficiente fuerza como para hacer que el fuego prendiese en el mineral que estaba depositado en la rampa. Además, la mala suerte quiso que los disparos se hiciesen precisamente a las tres y media, aprovechando que era la hora de salida del personal, con lo que las llamas tuvieron tiempo de coger fuerza hasta que a las cinco entró un nuevo relevo, que pensaba aprovechar para sacar aquel carbón, puesto que aquel día era sábado y los hombres eran pocos.

Los primeros que se dieron cuenta de la situación fueron tres trabajadores, entre ellos un vigilante, que notaron el fuego, aún en la sobreguía, e intentaron apagarlo inútilmente desatrancando el coladero, pero al ver que el calor iba en aumento, decidieron dar la voz de alarma renunciando a la operación. Enseguida se mandó salir a todo el mundo mientras los vigilantes se aseguraban de que todas las capas iban quedando vacías.

Una hora más tarde, ya salía una gran columna de humo por la chimenea general de acceso al ventilador y, cuando el capataz y el ingeniero empezaron a hacerse cargo de la magnitud del accidente, llegó la noticia de que se habían echado en falta las lámparas de dos mineros que debían encontrarse aún en el interior, puesto que estaban trabajando en una explotación llamada Hórreo, cercana a la zona del desastre.

En aquel momento, los pisos más próximos ya eran impracticables y el pozo número 2 estaba cegado por la humareda, de modo que hubo que acceder por el 200 y por la explotación Dos Venas se pudo llegar hasta la galería en la que se suponía que tenían que estar los dos perdidos, pero por allí tampoco se pudo avanzar porque la magnitud del fuego era tal que el humo no solo salía por el ventilador y el pozo número 2, sino que era absorbido por el mismo tiro del incendio llenándolo todo. Tampoco tuvo más éxito la brigada de salvamento que intentó llegar hasta allí por el piso 140, ya que era imposible romper la densidad del ambiente con la luz de la lámpara eléctrica que llevaban.

Entonces se comenzaron a levantar tabiques para impedir que el aire circulase libremente. Primero fueron unos armazones provisionales de madera en las galería del Pizarro; y luego se fueron tabicando galerías?pero todo fue inútil, de manera que la galería del Pizarro fue tapiada en dos sitios, tirando abajo las tarranchas de los pozos, con lo que empezó a bajar carbón ardiendo llegando casi a cegarlo todo.

Aunque los trabajos habían servido al menos para restablecer la corriente natural de ventilación y a las dos de la mañana fueron localizados los cadáveres de los dos infortunados, que habían perecido por asfixia antes de poder salir por el lado derecho donde todos los pozos estaban abiertos.

La Revista Industrial-Minera Asturiana se detiene en los detalles de la ubicación de cada tabique y en la sucesión de fracasos que no pudieron impedir que el incendio en la capa Pizarro hiciese arder sus veinte tajos de altura, desde la sobreguía al último testero y que las llamas acabasen extendiéndose a otra nueva capa, la Gascue.

Cuatro días más tarde el incendio quedaba totalmente aislado del exterior, pero a la vez se calculaba que dentro habían quedado unos 50.000 metros cúbicos de aire, lo que aseguraba la vida del fuego por un periodo de tiempo que no podía determinarse, como tampoco los cierres eran herméticos y el terreno dejaba salir por pequeñas fisuras gas carbónico y grisú, se tomó la determinación de pasar a mayores e inundar la mina.

«La proximidad del río Nalón, la solidez de los hastiales de las capas, el excelente estado de las galerías del pozo, la existencia de medios de desagüe, todo animaba a tomar esta resolución», escribió el ingeniero del Fondón Antonio Lucio y Villegas, de forma que se instalaron con toda rapidez al lado del río una estación de transformación y un motor de 60 HP para accionar a correa la bomba capaz de llevar el agua por una tubería de hierro de 230 metros hasta el interior del pozo número 2, y el día 16 se empezó a inundar el pozo.

El desagüe se inició el 28 de febrero y el 4 de abril los primeros trabajadores pudieron comprobar que las galerías de la planta 200 habían aguantado bien. En junio, El Fondón ya alcanzaba la mitad de su producción habitual y en agosto se lograban las 6.000 toneladas habituales, aunque la entibación y las traviesas de la vía de la galería Pizarro 140 estaban completamente carbonizadas y todo el frente del taller era una masa de cok durísimo.

El balance final del incendio se cerró con la pérdida de dos vidas; 90.000 pesetas de gastos para la Sociedad Duro Felguera y una pérdida de explotación de 25.000 toneladas. Ya ha pasado casi un siglo y las medidas de seguridad en las minas han cambiado los canarios por la tecnología más avanzada, pero el poder del fuego sigue imponiéndonos respeto.