El próximo día 29 del corriente se cumplen 75 años de la muerte del insigne novelista asturiano Armando Palacio Valdés. Su óbito ocurrido en plena guerra civil (fue el tiempo de la famosa batalla de Teruel) pasó casi inadvertido. La prensa roja de Madrid silenció su muerte y en la zona nacional tardaría algún tiempo en conocerse.

El escritor Luis Paul amigo del novelista lavianés narra los últimos días de don Armando, primero en la sierra madrileña donde pasaba los veranos en compañía de los músicos Álvarez Quintero y después en su domicilio de la calle Maldonado en Madrid. Palacio Valdés sufrió el 17 de enero un ataque de uremia que obligó a su ingreso en el sanatorio Santa Alicia, cuyo propietario, Vital Aza, especialista en ginecología, era hijo del conocido dramaturgo lenense.

En el sanatorio fue atendido en primera instancia por los doctores Izquierdo, Casas y De la Peña y ante el estado general del paciente descartan la opción de cirugía. Palacio Valdés permanecería ingresado durante 12 días. En ése tiempo recibía algunas visitas de los más cercanos a su entorno, sobre todo los citados hermanos Álvarez Quintero que entre bromas, siempre le animaban a superar la crisis: «no hay que pensar en morir, sino en vivir, usted es hombre de palabra y nos ha prometido asistir al estreno de Marta y María» le comentaba uno de los Quintero. La citada novela estaba próxima a su estreno en el teatro adaptada por unos conocidos escritores sevillanos. Otro amigo que le visitaba con frecuencia era el doctor Vital Aza que le prometía que en poco tiempo bajaría al jardín de la clínica. El novelista le contestaba el placer que le hacía bajar al jardín y pisar la hierba «para hacerme la ilusión de que estoy en un prado de Asturias».

Según el doctor Jiménez que le atendió hasta su final, don Armando no soportaba de buen grado su estancia hospitalaria y odiaba el olor a ácido fénico de las plantas de la clínica y se resistía con una tenacidad invencible a tomar alimentos. En otras ocasiones alababa la profesionalidad de las enfermeras y hasta prometía en un futuro dedicarles una novela. Con ocasión de la visita de la artista Estrellita Castro que estaba interpretando un papel de su obra «La Hermana San Sulpicio» alguien sugirió que se repartiesen ejemplares de la novela a las enfermeras a lo que se opuso Palacio Valdés: «ahora no, dénselas cuando me haya muerto, así lo harán con más calma y pensarán un poco en mi». Probablemente la última entrevista del novelista la realizó el corresponsal en Madrid del prestigioso diario bonaerense «La Nación». El escritor lavianés había sufrido unos años antes la caída en un tranvía que le ocasionó la rotura del fémur izquierdo, quebrantando notablemente su calidad de vida.

En los últimos meses antes de su muerte, Palacio Valdés sentía gran preocupación por morir en Asturias y al respecto su amigo Paul dice en colaboración de prensa de agosto de 1939: «No ha sido la tierra de Entralgo donde descansan los restos del glorioso escritor, ha sido imposible cumplir su máximo deseo de ser enterrado en su pueblecito natal y adonde será restituido cuando los cañones enmudezcan sus broncos rugidos».

Antes de producirse el fatal desenlace Palacio Valdés se confesó y comulgó. El novelista igual que su esposa eran católicos y críticos con la política anticlerical de la Segunda República. Don Armando había sido Secretario del Comité del Partido Republicano Posibilista en el último tercio del XIX y con la muerte de Castelar (1899) se distanció de la política.

Al sepelio, sin coronas, ni flores, asistieron sólo los más cercanos, su esposa, su nieto político, los hermanos Álvarez Quintero y el ministro de Santo Domingo, Telentino. Un entierro que en tiempos de paz tendría carácter multitudinario, quedó en la más estricta intimidad.